Evangelio del miércoles: para que seamos uno

Comentario del miércoles de la 7.ª semana de Pascua. “Guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno como nosotros”. La Trinidad quiere convocarnos, a todos sin excepción, a participar de su amor, viviendo la caridad con todos.

Evangelio (Jn 17, 11-19)

En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, oró Jesús diciendo:

“Padre Santo, guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba con ellos yo los guardaba en tu nombre. He guardado a los que me diste y ninguno de ellos se ha perdido, excepto el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a Ti y digo estas cosas en el mundo, para que tengan mi alegría completa en sí mismos.

Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, lo mismo que yo no soy del mundo.

No pido que los saques del mundo, sino que los guardes del Maligno. No son del mundo lo mismo que yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es la verdad. Lo mismo que Tú me enviaste al mundo, así los he enviado yo al mundo. Por ellos yo me santifico, para que también ellos sean santificados en la verdad”.


Comentario

Escuchamos hoy la continuación del pasaje de ayer: ese momento excelso, la llamada oración sacerdotal, en el cual Jesús abre de par en par las puertas de su Corazón y revela de un modo inédito la unión profundísima que hay entre Él y su Padre.

Pero, aunque eso es ya de por sí sublime, la revelación va más allá: la Trinidad quiere convocarnos, a todos sin excepción, a participar de ese mismo amor.

Estas palabras del Señor, recogidas en los versículos de hoy, son estremecedoras: “para que sean uno como nosotros”. La unidad, producto de la caridad entre los apóstoles, debe ser un reflejo del amor Trinitario.

Las consecuencias de que esto se viva bien no son menores. Mañana leeremos la continuación de este pasaje, donde encontramos una clave de lectura: “que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado” (Juan 17, 21). La unidad entre los apóstoles es una condición para que el mundo llegue a creer en Cristo. Y no es solamente por una cuestión de credibilidad exterior o de hacer más verosímil el mensaje: Cristo vino a dar la vida “por los hijos de Dios que estaban dispersos” (Juan 11, 52). Es decir, el Señor derramó su sangre para congregarnos, para unirnos, para que no haya más divisiones.

Por eso es tan importante el amor entre padres e hijos, esposos, hermanos, colegas, amigos. El Señor nos pide que vivamos la caridad con todos, porque ese es el fruto sabroso de su Cruz. Despreciar al hermano, dejarnos llevar por el orgullo en las relaciones humanas, equivale a dejar perder lo que Cristo nos ha ganado.

Es por eso por lo que san Juan, que nos transmite esas palabras vibrantes de Jesús en su evangelio, puede afirmar con convicción: “El que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Juan 4, 20).

No quiere decir que tengamos que tener el mismo grado de simpatía por todas las personas. Quiere decir que el Señor espera de nosotros que le permitamos iluminar cada una de nuestras relaciones y vínculos. Esa fue la experiencia de san Josemaría, que nos enseña que “amar en cristiano significa querer querer, decidirse en Cristo a buscar el bien de las almas sin discriminación de ningún género” (Amigos de Dios, 231). Por eso, “si amas al Señor, no habrá criatura que no encuentre sitio en tu corazón” (Camino, 316).

Luis Miguel Bravo // Aaron Burden - Unsplash