Me llamo Rodrigo y con mi amigo Alex, participamos y ayudamos a organizar el Workcamp de Semana Santa de Club Torre. Se trata de una iniciativa solidaria que hacemos cada año con jóvenes de bachillerato y universitarios para visitar a gente necesitada y dar clases de catecismo en comunidades de escasos recursos. Entre ambos procuraremos contarles un poco de cómo fueron las jornadas tan intensas y alegres que vivimos en esos días.
Preparándonos para la actividad solidaria
En los primeros días nos reunimos para almorzar con Lissandro -coordinador de la comunidad-, su madre y sus hermanos. Nos sirvieron una deliciosa sopa de gallina y nos compartieron anécdotas tanto graciosas como profundas. La madre de Lissandro nos contó que, a pesar de no haber sido una persona devota en el pasado, al perder a su hija se dio cuenta de la importancia de tener fe. Con gran confianza en Dios, nos habló de la bondad del Señor y nos dijo que éramos afortunados de poder confesarnos con frecuencia, ya que en las comunidades es difícil encontrar un sacerdote disponible.
Durante los días siguientes, nuestra actividad se centró en visitar enfermos, adultos mayores y familias necesitadas, que nos recibieron con cálida hospitalidad en la sencillez de sus hogares. El martes nos dirigimos a Ashapuco, el miércoles al Llano Doña María y el jueves a Cerritos, con la esperanza de brindar ayuda en todo lo que fuera posible. También preparamos cuidadosamente la catequesis para los niños.
Con los niños de la catequesis
Para motivar su atención, llevamos monedas de juguete para canjear por los dulces y juguetes que habíamos traído para celebrar la institución de la Eucaristía. La mañana del jueves, en medio de un caos divertido, repartimos los regalos y las monedas, y nos conmovimos al ver a los niños estaban muy contentos cuando llegamos.
-¡Casi nos comen vivos! Y yo también quiero contar algo.
-¿Sobre qué parte de la historia?
-En la tarde del jueves hicimos una buena visita con Diego
-Ok, te presto la pluma y continúa
Cerca del mediodía del Jueves Santo, después de comer y rezar, nos dividimos en grupos para distribuir los alimentos que con cariño habíamos preparado para las familias necesitadas del área. Martin, Esteban y unas señoras se fueron en el microbús a visitar a las familias más lejanas, mientras que Alexis, Rodri y otros miembros de la iglesia se fueron por su cuenta a entregar los paquetes. Diego y yo visitamos a cuatro familias en una zona apartada y llevamos todas las bolsas y una canasta especial para la familia más necesitada en un solo viaje.
-¿Puedo añadir algo de las visitas que hicimos con Alexis?
-Ok, pero no me quites mucho espacio
Ok, voy a ser breve…
La primera visita que hicimos fue a don Jenaro, un hombre de ochenta y pico de años. A pesar de que tenía cataratas en los ojos y no podía ver muy bien, su buen humor era evidente. Vivía solo y a menudo se sentía triste, pero le reconfortaba rezar el Padre Nuestro o el Ave María porque no sabía otra cosa. Conmovía mucho su fe tan sencilla y profunda.
Dejando una canasta a doña Alma
Nuestra segunda parada fue en casa de doña Alma, una mujer mayor que vivía con su sobrino, quien tampoco era tan joven. Doña Alma se había lastimado la mano con los alambres del cerco de su casa y estaba un poco sorda, lo que dificultaba la comunicación. Le entregamos una canasta grande llena de alimentos y le dimos galletas y refrescos para merendar. Nos miraba con gratitud y se le veía contenta con la visita.
-Listo, continúa el relato
-Ok, sigo.
Tuvimos que subir a una colina con vistas a plantaciones de café verde. Las señoras de la iglesia nos acompañaron y conversamos durante todo el trayecto. A pesar del calor, el aire fresco entre los árboles era reconfortante. Visitamos cuatro familias, cada una con una historia diferente, algunas tristes y otras para agradecer a Dios. La mayoría de las personas que visitamos eran ancianos.
Una pareja que visitamos, don Ignacio y doña Alicia, vivían en una casa sencilla. Don Ignacio, de 84 años, nos contó que todavía trabajaba sembrando maíz, mientras que doña Alicia se encargaba de cocinar y mantener la casa en orden. Les entregamos el paquete y nos fuimos felices de haberlos conocido.
Los vimos más tarde participando en las actividades de la iglesia durante el Viernes Santo, a pesar de su edad y lejanía. Nunca los vimos quejarse o rendirse.
-¿Continúo con el Vía Crucis del viernes?
-Si, y la adoración de la Cruz también
Bueno, así llegamos al último día de la semana, que había pasado volando. Salimos temprano de la casa para unirnos a la procesión que nos esperaba a las 8:00 am. Todos, incluyendo Dani, Diego y Alexis, se ofrecieron para cargar en la procesión. La devoción de la gente nos dio mucho ejemplo de reciedumbre: se arrodillaban en las estaciones sin importar el calor del asfalto o la incomodidad de las piedras del camino. Por la tarde, colaboramos con los preparativos de los Oficios de la Pasión del Señor.
Rezando el Vía Crucis con las comunidades
-Y colorín, colorado
-¿Acabamos aquí?
-Bueno, no sé; después de eso volvimos al club, pero, ¿quieres añadir algo más?
-Una conclusión, quizá
Creo que no hubo mejor manera de pasar la Semana Santa. El cansancio era notable y el calor, ni se diga. Atender a tantos niños no fue algo fácil, pero la alegría nadie nos la quitó. Simón de Cirene llevó un pedazo de la Cruz y ¡qué honor!, nosotros también, pero ni lo sentimos. Como le gustaba decir a San Josemaría, "llenamos los caminos de Ave Marías y canciones". Jugamos entre nosotros y nos lo pasamos genial, pero siempre con el secreto a voces de procurar, en todo momento, pensar más en los demás.