En la década del 50, un grupo de personas se unió en la zona Norte de Santiago, en la comuna de Recoleta, para empezar un dispensario, atendido por voluntarias y un médico que acudía gratuitamente dos tardes a la semana.
Con los años, esta iniciativa se transformó en lo que es hoy el Centro de Apoyo a la Familia y Policlínico, llamado familiarmente El Salto por los vecinos de este poblado sector de la capital.
Cuenta con una nueva web y un vídeo institucional.
Nuevas metas: salud mental y orientación familiar
La atención en salud en Recoleta ha mejorado sustancialmente desde aquellos lejanos años 50, dice María de la Luz Parodi, directora del Patronato de El Salto. Por eso, nos hemos planteado potenciar la salud mental y la orientación familiar, porque tienen muy poca cobertura en el sector público. Así, constituidos como un campo clínico de la Universidad de los Andes, aumentamos y mejoramos la atención psiquiátrica y psicológica de niños y adultos. Gracias a esto, el programa de rehabilitación de alcoholismo también ha salido muy beneficiado.
¿Cómo se financia el Centro de apoyo a la familia?
Tenemos muchas necesidades económicas, confiesa María de la Luz, especialmente en el campo de la salud mental y de la orientación familiar, que son especialidades de un alto costo. Las financiamos en gran parte gracias a donaciones y a que los beneficiarios pagan una pequeña parte. Existe una asociación de amigos de El Salto y también nos ayudan algunas cooperadoras del Opus Dei que, con gran generosidad, aportan directamente a esta obra. El Patronato organiza todos los años una Feria de Navidad, que sirve para dar a conocer la labor de El Salto. Además, permanentemente ofrecemos canastillos de novios (donaciones en dinero a nombre de los contrayentes) y coronas de caridad (donaciones en dinero en recuerdo de una persona fallecida).
Algunos colegios de Santiago organizan campañas de recolección de remedios, lo que es muy importante porque aquí a la gente se le da el tratamiento completo. El colegio Huelén también organiza campañas de recolección de alimentos que se reparten a las familias de los pacientes en rehabilitación de alcoholismo.
La atención, ¿es sólo para los habitantes del sector o está abierta al resto de la comunidad?
Se atiende aquí también a personas de otras comunas de Santiago. La atención dental que da El Salto es muy completa, desde tratamiento de caries a ortodoncia, para adultos y niños, y los precios son muy competitivos. Lo mismo pasa con la salud mental y la atención ginecológica. Esta última es de primer nivel, a cargo de dos profesionales destacados en su área que donan parte de su tiempo a los pacientes de El Salto.
Fuera de la atención del policlínico, ¿realizan operativos hacia la comunidad?
En algunos colegios del sector, realizamos talleres de autoayuda, afectividad y sexualidad y prevención de la drogadicción y el alcoholismo. Al trabajar en los colegios tenemos oportunidad de conocer a los niños y darles la posibilidad de atenderse en el policlínico. Actualmente, estamos trabajando con una escuela de la zona en su programa de orientación familiar.
¿Qué planes tienen a futuro?
Uno de nuestros proyectos es ampliar físicamente el policlínico para tener un área especial para salud mental, porque el espacio se nos ha hecho muy estrecho: a veces recibimos hasta 60 alumnos de la Universidad de los Andes, con quien tenemos un convenio, tanto de pregrado como becados de psiquiatría.
También queremos mejorar la orientación familiar. Para eso, necesitamos tener neurólogos, fonoaudiólogos, psicopedagogos, etc., para solucionar los problemas a las familias aquí mismo. Esto no se ha podido lograr por falta de fondos. Nuestro sueño es crecer en infraestructura, para aumentar las especialidades y los profesionales.
Talleres para aprender, formarse y pasarlo bien
Los talleres de El Salto partieron para que las dueñas de casa del sector recibieran formación cristiana y al mismo tiempo, pudieran capacitarse y tener un ingreso sin abandonar el hogar. Para ellas, la tarde que pasan semanalmente en los talleres es un momento muy agradable que comparten con sus vecinas y descansan aprendiendo lo que les gusta, como pintura, costura y peluquería. Valoran mucho la formación espiritual que reciben.
Venir acá es muy bonito, se aprende y también se saca provecho de las charlas espirituales que nos dan, afirma Julia López. Soy del sector y desde hace años participo en los talleres. El año pasado empecé con pintura. No sabía nada, pero ahora mi familia me pregunta dónde compré el cuadro”, dice riéndose.
Natalia venía cuando chica al doctor. Ahora, trae a Sara, su hija de cuatro años y ella asiste al taller de pintura. “He aprendido bastante, pero lo que más me gusta son las charlas, porque dan justo en el clavo: cuando uno anda desanimada, la tiran para arriba”.
María Esperanza ya va en su cuarto año de pintura. Está copiando un paisaje europeo, “pero como estamos en Chile, le voy a hacer una casa chilena”, afirma con seguridad. Confiesa que al morir su mamá le vino una fuerte depresión, pero que gracias al taller, “se me pasó la pena porque la compartí con mis compañeras. Viví el duelo con ellas”.
“Nos acostumbramos a hacer las cosas bien hechas, afirma Alicia, alumna de Decoración y cortinajes. Nos sentimos felices de ver lo lindas que se ven nuestras casas con las cortinas que aprendemos a hacer aquí”.
Todas aseguran que no dan ganas de irse cuando llega la hora y amenazan, entre risas, que este verano no dejarán tomar vacaciones a la profesora.
Ahora sé dónde bajarme en el metro
Hace dos años, Clotilde no sabía leer ni escribir. Hoy es alumna de la escuela básica del Centro de Apoyo a la familia El Salto, que desde los años 50, da la posibilidad de completar la enseñanza básica a mujeres que no pudieron estudiar en su niñez.
“Esto es como un despertar, dice, ahora sé donde bajarme en el Metro y a donde ir en el hospital, sin depender de los demás”.
“La más joven de las alumnas es una adolescente que está completando su 5° básico, debido a que por problemas de salud no pudo continuar en su escuela”, cuenta Carmen, la profesora que ha dedicado los últimos veinte años a enseñar a mujeres de la tercera edad y a jóvenes que no pudieron seguir en el colegio, ya sea por una temprana maternidad o por enfermedad.
“Reconozco que aquí se nota la influencia de San Josemaría,” dice Anita Pereira, pediatra, que desde hace 15 años trabaja todas las mañanas en El Salto. “Se nota el cuidado de los detalles en el trabajo y en la dignidad con que se atiende a las personas, que se sienten tratadas con cariño, en un lugar agradable, limpio y ordenado”.