Cuando Dios se mete en la vida de un panadero

Tengo una panadería en la que trabajamos cuatro hermanos y cuatro empleados, en una villa que es más de gaitero que de pan...

Tengo una panadería en la que trabajamos cuatro hermanos y cuatro empleados, en una villa que es más famosa por sus gaiteros que por su pan, aunque yo no sé tocar la gaita. Vivo en Soutelo de Montes, Pontevedra. En el mapamundi Soutelo está entre las provincias de Ourense y Pontevedra. Y claro, entre el cocido de Lalín y el pulpo de O Carballiño, no puede faltar el pan.

Pero tú que estás leyendo esto, vas a pensar ¿Por qué rayos estoy yo en esta página? Pues muy fácil. Sigue mi relato.

Me llamo Javier Darriba. Soy agregado del Opus Dei y trabajo como panadero en Soutelo de Montes (Pontevedra). Pienso que el único que tiene derecho a meterse en la vida de cada uno es Dios, la Belleza, la Grandeza. Pues bien, Dios se metió en mi vida hace unos años. Yo había escuchado cosas sobre el Opus Dei pero nunca había hablado con alguno de sus miembros hasta que me fui al servicio militar y allí conocí a una persona que pertenecía a la Obra.

Entonces era yo un cristiano que cumplía más o menos. Iba a los entierros y a los funerales –como la mayoría de los gallegos–. También muy de cuando en cuando me confesaba. Y todo eso gracias a mis padres que sin conocer la Obra eran muy buenos cristianos y formaron muy bien a sus hijos.

En el servicio militar comencé a ir más a la santa Misa, a confesarme... Me di cuenta que si tú le das uno a Dios, Él te da el ciento por uno. Así comencé a ver que Dios me pedía más y, por otro lado, a mí el oficio de panadero me gustaba mucho y estaba muy ilusionado. Este punto fue decisivo, ya que Dios me puso delante personas de la Obra que me hablaban de ser santo en mi trabajo profesional. Me explicaban que no hace falta salir del mundo, sino que uno se puede santificar haciendo lo que hace, pero haciéndolo por amor a Dios. Me animaban a trabajar mejor, a tener espíritu de servicio y todo a pesar de los defectos que pueda tener uno.

Todo esto no suponía cambiarme la vida. Una vez que solicité la admisión en la Obra seguí haciendo lo que hacía antes, pero mucho más contento y con mucha más ilusión.

Una manifestación de los efectos del espíritu de la Obra en mi vida profesional –buscando la santificación del trabajo-, es que ampliamos la variedad de productos del negocio. Comezamos a hacer empanadas, bollería, repostería... Además de formarme a través de cursos.

Monumento os Gaiteiros de Soutelo (elcorty)

Mis vecinos lo que más notaron al ser del Opus Dei es que voy a la santa Misa todos los días: es una señal externa de algo interior y no sujeto a un horario; pero lo que se ve es también importante. Eso sí, no ayudo habitualmente al sacerdote ya que ni soy cura ni voy para cura. Esto a la gente le costó lo suyo entenderlo. Las viejecitas querían que ayudase a Misa, que les rezase el rosario y el Vía Crucis. Yo no lo admití porque quería que entendiesen cómo una persona corriente tiene la misma obligación de ser santo que un religioso o un sacerdote. A veces, la gente confunde, como me pasó hace años, aquella vez que fui a casa de un difunto del pueblo y al entrar su viuda dijo a los presentes: “Callad todos que Javier nos va a rezar un responso...”.

Ahora, con el pasar de los años y después de la canonización de San Josemaría Escrivá de Balaguer, la gente ya se da cuenta que no voy para cura ni para fraile –a los que tanto admiro y tanto quiero–. Me consideran uno más de los suyos.

En estos años fue creciendo mi devoción a San Josemaría. Y también trato de extenderla entre las personas que conozco. Recuerdo cómo un día llegó una pareja joven a mi despacho del pan. Estaban buscando un mecánico que les arreglase el coche que se paró allí delante de mi negocio. Terminé de despachar. Luego salí y fui hasta el vehículo. Yo no tengo ni idea de mecánica, pero me encomendé a San Josemaría y les pedí que abrieran el capó para ver el motor del coche. Así lo hicieron. Le eché una ojeada, mientras le pedía a San Josemaría que les arreglase el coche. Le mandé cerrar y que accionaran el contacto del coche. Así lo hizo el joven y el vehículo encendió como si no tuviese nada. La pareja preguntó: ¿qué le has hecho?, sorprendida de que sin hacer nada el coche arrancase. Yo repuse: -Ahora les traigo el mecánico. Fui a la tienda y cogí unas estampas para la devoción a San Josemaría. Se las entregué a la vez que les decía: -Este es el mecánico. Ellos marcharon felices y con el problema solucionado y yo me quedé pensando cómo ‘funciona’ acudir al Fundador del Opus Dei.

También trato de poner a mis amigos en contacto con la Obra. Y, a veces, las cosas ocurren más rápido de lo que se prevé. Marcelo es mi amigo y tiene dos hermanos en Brasil. Le gustaron los retiros y las actividades de formación cristiana a los que le llevé, porque es “conocer más a Dios, pero seguir con mi trabajo”, decía Marcelo. Cuando se incorporó a los medios de formación, al poco tiempo puso en contacto con la labor de la Obra a sus hermanos él mismo buscando en Internet las direcciones de centros de la Obra en Brasil. A los dos días, tras su gestión, ya estaban sus hermanos acudiendo a medios de formación cristiana en un Centro de la Obra al otro lado del Atlántico.