La revolución concreta de los Z

Pablo y sus amigos son pura generación Z y la están liando parda desde que acabó el confinamiento. En plan bien. Son unos románticos, pero más constructivos que los del 68. Son más de puentes que de barricadas y han convertido los likes en acción social. Más jóvenes que los millennials y ya llevan las riendas de una inquietud: que el wifi de la conexión social que llevan en el ADN desde que nacieron dé cobertura de calor en mitad de una sociedad entre la distancia social y los ojos de auxilio.

Si los miras con prejuicios y desde lejos, sí, quizás parezcan unos niños pijos. De buenas familias. Instangramers con likes, estilo, recursos. Con sus masters de posados para selfies. Con futuro, con posibilidades, con gancho, con suerte. Sin gafas de etiquetas, se te evapora el suflé: son jóvenes que hoy están de exámenes, con el tiempo hasta el cuello, pero contentos con este primer trimestre post confinamiento, porque pudiendo mirar el mundo por la ventana, jugar al Catán, tomarse unas copas, tirar del suero de Spotify, quejarse del virus, acurrucar la pereza en el sofá, disertar sobre el futuro con el mando a distancia, y ya, han bajado al terreno de juego, han peleado en el área, y han metido gol.

También te lo digo: ni el big data sería capaz de poner la misma etiqueta a los más de 2.500 chavalas y chavales que están detrás de la Youth Revolution.

¿Otra revolución de esas que quieren cambiar el mundo de un plumazo?

Vamos por partes.

Pablo tiene 19 años y estudia 2º de Derecho y Business Analytics en Madrid. Justo hoy ha tenido un examen.

¿Y qué tal?

He tenido suerte. Los exámenes llegan después de unos meses haciendo mil cosas para ayudar a la gente que más está sufriendo esta pandemia. Pero ha merecido la pena.

Pablo está dentro de ese 23,7% de la población mundial que nació entre 1990 y la mitad de la década del 2000, y que han sido marcados a granel con el hierro de “Generación Z”. Son los auténticos nativos digitales nacidos entre arrobas. Avanzan con la antena tecnológica cómodamente desplegada y se desenvuelven con arte por los pasillos de las redes sociales. Dicen los expertos que pueden utilizar hasta cinco dispositivos móviles a la vez. Ojo, porque a veces cinco son hasta pocos.

En este cajón etario de la especie humana se habla un idioma con términos crazies: hater, crush, stalkear, fail, mood, LOL. Incluso los más zetas-de-pura-cepa dicen “todes”. Really.

Los sociólogos de la masa creen que, en esta fase de la evolución, los chicos y chicas son más autodidactas y autosuficientes. Y, además, coinciden en que son más activos socialmente y se prestan a más tareas de voluntariado. Y Pablo y sus amigos forman parte de ese mismo 23,7% mundial, como una gota más en un océano diverso.



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¿Me cuentas?

¡De locos! [que en mood Generación Z significa “estupendo”]

Primavera confinada en Madrid. Alta tensión. Ambulancias. Arritmias. Agobios. Aplausos. Ámbar. Acabose. Ánimo. Altibajo. Achuchan las circunstancias de esta crisis épica de salud pública. “Durante esos meses, mientras veía el panorama, pensé que yo quería salir mejor de esta situación, y que podía hacer cosas por los demás. En realidad, no es que fuera un pensamiento así espontáneo mío. Es que yo suelo rezar, y en la oración me di cuenta de que Dios me pedía que dedicara parte de mi tiempo a ayudar a los demás de la mano de mis amigos”.

Aquello nació en inglés, la lengua de media realidad para la Generación Z. Y se llamó Youth Revolution.

¿Os vinisteis arriba?

Ja,ja,ja. Posiblemente. En el grupo de WhatsApp con que empezamos entonces estamos ahora unos 2.000 universitarios y 500 estudiantes de bachillerato. Y tenemos un pie en Madrid, Barcelona, Pamplona, Valencia y Sevilla.

Cuatro meses. Media España.

¿En qué consiste esa revolución?

En dar tiempo y atención a personas que lo necesitan. No ofrecemos voluntariado propio, sino sumarnos a las iniciativas que ya existen. Por ejemplo…

Estos dos mil quinientos universitarios y estudiantes de bachillerato –“aprox, of course”- igual llevan café caliente a personas heladas en la acera. O unas mantas de lana de oveja y afecto. O llevan comida a timbre frío: “Buenas tardes, le ha tocado a usted el premio del día: una cesta de comida de las buenas a coste cero”. O se acercan a un comedor social, y preparan menú, mesa y servicio. Y, entonces, ven la cara de la dura vida cuando todavía no es Navidad. Por ejemplo.

Ante la demanda de personas que llaman a la puerta de los comedores sin estrellas, algunas veces a Pablo le ha tocado hacer de verificador, porque hay que priorizar los recursos en este potaje de necesidades. Por eso escuchó de primera mano la historia de ella, lozana y vetusta a sus 45 años, con un hijo ciego, fruto sin vista de una violación, con la esperanza en números rojos. Y más relatos heavies que otros jóvenes de 19 años quizás solo ven en Netflix. O en stories de Instagram. O no, o lo ven con frecuencia, porque la Generación Z es una caja de sorpresas.

La cosa es que en cuatro meses -con sus horas, sus minutos, sus clases y sus exámenes- Pablo y sus zetas la están liando parda: color marrón como el de la tierra. Tan parda como muchas otras personas que trabajan cada día para que el mundo sea mejor, sin necesidad de convertirlo en Walt Disney.



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Ya ven. Una revolución en gotas. Permanente. No ciclotímica. No de vendaval. No de trending topics. Hoy, mañana, pasado. En Nochebuena. En Nochevieja. Y en san Blas. Romántica, pero concreta. Y en sus grafitis serenos, pero joviales, se expresa un “prohibido prohibir ayudar”.

Cuenta Pablo:

-“Esto que hacemos no es una isla en medio del mar. Mucha gente de nuestra generación ha decidido sumarse a mejorar las sociedades que vivimos. Es una tendencia positiva muy extendida en las redes sociales, también en Instagram”.

-“Estoy flipando con la respuesta que ha tenido esta idea. Hay mucha gente joven generosa dispuesta a ayudar con lo que sea, sin límites. Si un voluntariado dura cuatro horas, algunos se quedan siete, para recoger, y dejarlo todo niquelado. No vienen a cumplir, sino a aportar valor. No son sujetos pasivos en mitad de un tsunami de buen rollo. Son líderes sociales con las manos en la masa”.

Pablo tiene 19 años y una pandemia. Entre el Derecho Romano y las excels de datos, a veces le toca complicarse la vida para encontrar un pantalón abrigado de la talla justa de una señora que vive en la calle y pasa el otoño a pie de asfalto. O servir una mesa. O animar el cotarro para que muchos abuelos confinados en residencias reciban cartas con calefacción esta Navidad, que quiere que sean “las más solidarias de la historia”. O agitando el cocotero de los juguetes sin reyes o los niños sin ropa.

Entre la distancia social y las mascarillas, ¿cómo hacéis para que el voluntariado no sea frío?

La sonrisa se nota en los ojos. Te agachas, te acercas a su realidad con educación, y entonces cualquiera percibe el cariño. No se ven las caras, pero se intuyen corazones dispuestos a entregarse. El 99% de las personas a las que echamos una mano expresan su sincero agradecimiento. Se nota que mucha gente está deseando un rato humano de interacción sin prisas, sin intereses ajenos, sin doble intención.

¿Doble intención?

Sí. En la caridad, los importantes son ellos. Esto no es una terapia para descongestionar nuestras conciencias o para yo qué sé qué. Esto es dar el wifi de nuestra juventud a quien nos necesite sin restricciones.

Al mismo Pablo se le han abierto los poros. Y a una amiga suya, que ha redescubierto a Dios entre estos tejemanejes sociales. Y a un amigo que vivía por inercia “lo que tocaba hacer” y se la encendido el piloto de la autonomía vital.

Youth Revolution nació en el verano de 2020: el año perdido según para quién… Justo antes, Pablo había pedido la admisión como supernumerario del Opus Dei y digamos que liarla parda fue motor y consecuencia de esa decisión personal. Las dos cuestiones tienen un punto de encuentro: “me comprometo porque me da la gana”. Su vocación no aguantaba una vida aplatanada en el chéster.

Conoce a san Josemaría desde hace tiempo. Y sí, se lo imagina perfectamente ahí, entre su grupo de amigos -cinco o los que recomienden las autoridades sanitarias…-, en el siglo XXI, en la acera de las soledades y las pobrezas, “enseñándonos a querer a la gente de verdad, porque fue un crack y un líder en la manera de tratar a los demás”.

Madrid gris. Adviento con vientos de nostalgia. Un año duro. Muy duro. Después del examen, del metro, y de esta conversación, Pablo vuelve a casa. Es casi Navidad, pero hemos hablado de septiembre, octubre, noviembre y diciembre. Una revolución sencilla y eficaz. Concreta. La juventud se levanta. También, para servir.

Zapato. Zambomba. Zarandeo. Zumba. Zurcir. Zambullir. Zurrón. Zafiro. Zeta. Thanks.