El Padre permanecía en pie, muy emocionado, con la mirada fija en la Virgen. En un determinado momento se arrodilló y se cubrió la cara con las manos, apoyándose en el respaldo del reclinatorio, conteniendo las lágrimas. Se dio inicio a la segunda canción:
...Yo le dije
que de Ella tan solo
estaba enamorado,
que sus ojos
como dos luceros
me habían fascinado...
Mientras más
pienso en ella,
mucho más la quiero...
Comenzaron los compases de la tercera canción.
Gracias
por haberte conocido...
Al escuchar estas palabras, visiblemente emocionado, el Padre se levantó y salió del templo. Unos pocos le acompañamos, mientras casi todos permanecían en la Basílica cantando esa canción de amor y agradecimiento a la Virgen. A través de la sacristía, llena de exvotos, y de la galería de los milagros llegamos al coche y salimos camino de nuestra casa. Llevábamos ya un cierto recorrido en un silencio embarazoso que ninguno se atrevía a romper, cuando el Padre exclamó a media voz:
-¡Este México es mucho México!
Fuente:“Soñad y os quedaréis cortos” , de Don Pedro Casciaro.