«Un niño como los demás, aunque algo travieso»

Minos Tercer Milenio acaba de publicar “Álvaro del Portillo. Un hombre fiel”, escrito por Javier Medina Bayo. En el día de su santo, recordamos algunos episodios de la infancia de Don Álvaro narrados en el libro.

Álvaro creció con normalidad. Gracias a los apuntes que tomaba su padre, sabemos que su desarrollo físico fue superior a la media de la época. A los tres años se aproximaba al metro de altura.

Los que le conocieron durante la infancia lo describen como un niño alegre. Según su hermana Pilar, era “feliz, gracioso, algo gordito, con cara de bueno, con el gesto simpático y risueño. Un niño como todos los niños: deportista, juguetón, divertido y algo travieso”. Su prima Isabel Carles añade que tenía “una gran capacidad de entusiasmo”, aunque quizá sería más exacto decir que manifestaba una clara tendencia a ser revoltoso.

Mons. Echevarría recuerda una trastada, que escuchó de labios del protagonista. “En una fiesta fueron varias visitas a casa de sus padres; entre esas personas, había un señor que utilizaba –era corriente entonces- bigotes a lo Kaiser. Contaba que le había llamado la atención ese rostro, y se acercó a su padre para decirle que le venía el deseo de restregar con un poco de chile picante la boca de aquel amigo de la familia. Naturalmente su padre le comentó que no se le ocurriera hacer tal travesura. Pero el niño no resistió y actuó de esa forma poco correcta.

”Aquel hombre no solamente se molestó de modo manifiesto, como era lógico, sino que, al ver la sonrisa involuntaria de don Ramón, porque la situación era un poco cómica, aumentó su enfado y citó en duelo al padre de Álvaro. Don Ramón, hombre de criterio cristiano, aparte de pedir perdón, quitó hierro al asunto y manifestó de modo claro y terminante que no era ni procedente, ni de acuerdo con la fe llegar a esos términos del duelo, situación que jamás aceptaría, precisamente porque conocía que un cristiano no puede actuar así. El asunto terminó sin más consecuencias que el enfriamiento por parte de ese hombre de su amistad con la familia”.

Don Álvaro en 1917

Otras manifestaciones de su fogosidad de carácter estuvieron ligadas al aprendizaje de lenguas extranjeras. Don Ramón y doña Clementina deseaban que sus hijos aprendiesen francés e inglés y, desde muy pequeños, les pusieron profesoras particulares. Las dos maestras – Mademoiselle Anne y Miss Hoches- eran personas exigentes en su labor y Álvaro, que en aquel momento no compartía el interés por los idiomas, “en algunas ocasiones se enfadaba, se echaba al suelo, e intentaba morderles en las piernas”. Naturalmente, este comportamiento recibía siempre las correcciones oportunas por parte de don Ramón o de doña Clementina.

El pequeño Álvaro quería mucho a sus padres y a sus hermanos. Sin embargo, cuando perdió la condición de “benjamín de la casa” al nacer su hermana Pilar, parece que tuvo un poco de celos ante los mimos que todos dirigían hacia la hermanita. Sus padres le decían que “la envidia pone la cara amarilla”. Y un día le sorprendieron delante del espejo de un armario, comentando en voz alta: “Dicen que los niños que tienen envidia, se ponen amarillos; yo tengo una envidia grandísima y estoy bien blanco”.