A su llegada a la capital mexicana, la madrugada del 15 de mayo de 1970, san Josemaría fue trasladado desde el aeropuerto a la sede de la Comisión Regional del Opus Dei en México ubicada, hasta el año 2010, en la calle de Augusto Rodin 475. En esa casa desde donde se llevaba la tarea de gobierno del Opus Dei en el país, vivía Don Pedro Casciaro quién era el Consiliario —ahora llamado Vicario Regional—.
Una buena parte de las anécdotas que conocemos acerca de lo que ocurrió cada día en la Comisión Regional quedaron recogidas en el diario de la casa, un pequeño cuaderno escrito a mano por José Inés Peiro, que se conserva en Roma en el Archivo General de la Prelatura y que es el que nos permite conocer detalles íntimos y familiares de esos días: «Es casi imposible plasmar en papel todo lo que nos va diciendo el Padre, pero lo que sí cabe decir es que son cosas e impresiones que se clavan en el corazón y en la cabeza, y que nos hacen decididamente mejores si somos fieles a ellas»[1].
Josemaría Escrivá y Álvaro del Portillo se instalaron en las dos habitaciones de la planta baja contiguas al jardín; se trataba de una zona que contaba con cierta independencia del resto de la casa y permitía al fundador trabajar en algunos momentos con mayor recogimiento. Entre las dos habitaciones había una pequeña salita que era conocida como El Ferrocarril ya que tenía un largo sillón del cual san Josemaría comentó en alguna ocasión que «tenía cabida para una familia muy numerosa». Javier Echevarría se alojó en el primer piso.
En esos días el ambiente en la casa desbordaba alegría y el número de visitantes se incrementó notablemente: se notaba que el Fundador estaba presente y sin embargo, el ambiente de familia se desarrollaba con normalidad y espontaneidad. Quienes estuvieron allí, tuvieron la fortuna de convivir con el Fundador y aprender directamente de sus labios, pero sobre todo de su ejemplo, el espíritu de la Obra; alguno de los residentes ha comentado años más tarde acerca de esos días: «el acontecimiento que más ha marcado mi vida».
Mientras los residentes asistían a misa, el Padre y D. Álvaro —que celebraban el Santo Sacrificio a medio día—, pasaban a desayunar.
San Josemaría abría horizontes, animaba a ir a más, elevaba al plano sobrenatural las cosas más ordinarias de la vida, estaba pendiente de cada uno, hasta en los detalles más materiales, como el día que observó que la corbata de alguno estaba muy gastada y le regaló una nueva, o cuando entregaba bolsitas con caramelos a los niños que venían acompañando a sus padres para saludarlo.
Aunque al principio no había un horario establecido, la experiencia de los primeros días permitió organizar la agenda y una vez pasadas las experiencias iniciales, la distribución del tiempo de las jornadas de San Josemaría fue muy similar, también cuando estuvo en Montefalco, en el estado de Morelos y, en Jaltepec, en la ribera de Chapala.
El plan de Mons. Escrivá incluía momentos para todo: desde temprana hora, como solía hacer en Roma, dedicaba un rato a la oración y al trato con Dios que no interrumpía ya que, además de diversos actos de piedad para honrar a Jesús y María, que procuraba distribuir a lo largo del día, aprovechaba las reuniones y conversaciones con sus hijas e hijos en el Opus Dei para hablarles de Dios y abrirles horizontes sobrenaturales. Al llegar la hora de retirarse a descansar, dejaba tras de sí una jornada bien aprovechada humana y sobrenaturalmente hablando como queda reflejado en el recuerdo de tanta gente que tuvo la oportunidad de estar con él.
A las ocho de la mañana don Javier Echevarría celebraba la Misa en el oratorio de la Comisión Regional para quienes vivían en la casa. Ya antes de esa Misa, habían hecho un rato de oración.
Mientras los residentes asistían a misa, el Padre y D. Álvaro —que celebraban el Santo Sacrificio a medio día—, pasaban a desayunar. Para cuando todos salían del oratorio, el Padre ya había desayunado, hojeado el periódico y esperaba fuera del comedor para conversar un rato mientras daba la hora de pasar a desayunar en el segundo turno.
Durante esos breves encuentros —tertulias, como les llamaba san Josemaría— el Padre hablaba de todo: comentaba los sucesos aparecidos en la prensa dándoles un enfoque sobrenatural; contaba lo que había hecho el día anterior o abría su corazón compartiendo preocupaciones y alegrías que llevaba dentro. La historia de la Obra fue también tema habitual en esos momentos previos al desayuno.
Alrededor de las nueve de la mañana, Mons. Escrivá recibía a diversas personas y familias en la Comisión Regional, luego salía —cerca de las diez— para algún encuentro en otro lugar. La Escuela Superior de Administración de Instituciones (ESDAI) fue un lugar al que acudió muchas veces para reunirse con sus hijas y otras mujeres.
San Josemaría abría horizontes, animaba a ir a más, elevaba al plano sobrenatural las cosas más ordinarias de la vida
Solía regresar a la Comisión Regional alrededor de las 12:30 hrs. Celebraba la Santa Misa en el oratorio del Centro Internacional de Estudios Superiores (CIES) ayudado por Don Javier. Don Álvaro celebraba al mismo tiempo en el oratorio de la Comisión Regional ayudado por algún otro. Aunque el Padre celebró la primera misa en el oratorio de la Comisión, prefirió seguir haciéndolo en el CIES por la iluminación que tenía ese oratorio que le facilitaba leer el misal.
Entre el término de la Misa y antes de la comida, que era a las 13:30 horas, muchas veces se organizaban breves tertulias con los de la casa que pasaban por ahí: algo muy similar a lo que ocurría por la mañana aprovechando los minutos que quedaban ahorcados.
Debido a que frecuentemente había invitados a comer con el Padre, el comedor de la casa se quedó pequeño y fue necesario organizar dos turnos de comida. Al primer turno asistían de manera fija —también en la cena— el Padre, don Álvaro, don Javier, don Pedro y el Lic. Alberto Pacheco; a ellos se sumaban los invitados del día y algún residente de la casa que iba rotando. En el segundo turno comían el resto de los residentes y algunos otros invitados.
Al término del segundo turno todos pasaban a la terraza de la planta baja para tener un rato de tertulia más largo. Se escogió ese lugar por ser el más fresco y amplio.
Por la tarde, el Padre recibía personas, despachaba asuntos o acudía a reunirse con grupos más numerosos de personas en algunas labores apostólicas promovidas por personas del Opus Dei y amigos. El CIES y la Residencia Universitaria Panamericana (RUP) fueron testigos frecuentes de estas visitas vespertinas.
Al llegar la hora de cenar, san Josemaría pasaba en el primer turno que se servía a las 19:30 horas. Al término del segundo turno se tenía un rato breve de tertulia al que ya no solía asistir el Padre quien se retiraba a descansar un poco antes.
[1] Diario, 15-V-1970