Testigo de la historia

En la antigua Basílica de Guadalupe se develará una placa conmemorativa de la visita del Fundador del Opus Dei a ese santuario mariano.

«He venido a ver a la Virgen de Guadalupe, y de paso a veros a vosotros», anunció Mons. Josemaría Escrivá a sus hijos que le daban la bienvenida a la Ciudad de México. Era el 15 de mayo de 1970. Al día siguiente comenzó una novena, que duró hasta el día 24.

El Fundador del Opus Dei vino a pedir a la Virgen de Guadalupe por la Iglesia –que entonces vivía tiempos particularmente difíciles– y por la configuración jurídica definitiva del Opus Dei –que se concretaría hasta 1982, cuando fue erigido como prelatura personal–. 

Durante los nueve días, acompañado de otros hijos suyos, rezó el Rosario y sostuvo largos ratos de conversación íntima y confiada con la Virgen. En algún momento, dirigiéndose a Ella,  le dijo: «He tenido que venir a México para repetirte, con la boca y el alma llenas de confianza, que estamos muy seguros de Ti y de todo lo que nos has dado. (…) No admitimos más ambición que la de servir a tu Hijo Jesucristo y, por Él y con tu ayuda, a todas las almas. Ahora sí que te digo con el corazón encendido: "¡Muestra que eres mi Madre!"». 

El ahora  prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría, que le acompañó en aquel viaje, escribió veinticinco años después: «Me atrevería a asegurar –se lo oí en varias ocasiones– que Nuestra Señora le obligó a emprender aquella romería penitente, porque deseaba que allí, a los pies de esa imagen morena, pidiese su intercesión en favor del mundo, de la Iglesia, y de esta pequeña porción de la Iglesia, que es el Opus Dei».

El último día de la novena –domingo 24 de mayo de 1970–, san Josemaría continuó su oración en voz alta: «Hemos mantenido estas tertulias tan cerca de tu imagen: ¡nueve días de intensa conversación filial contigo! Y hoy, una vez más, siempre con más amor y confianza, nosotros queremos presentarte la Iglesia; queremos, por tanto, presentarle a estos hijos e hijas tuyos del Opus Dei, que no buscan nada para sí mismos, que no alimentan ninguna ambición personal para su propio yo, porque están convencidos a fondo de que nuestro hogar es el tuyo, en el que se vive única y exclusivamente para Dios». 

Aún prolongó san Josemaría su oración durante largo rato, con actos de amor a Dios y de abandono en la Voluntad divina, con acciones de gracias y actos de desagravio, con peticiones ardientes. Luego comenzó a rezar, con los demás, los quince misterios del Rosario: despacio, saboreando las escenas y las palabras.

La novena ante la Virgen de Guadalupe llegaba a su fin. Eran ya las seis y media de la tarde. 

«Hijos míos, (…) quiero agradecer vivamente a mi Madre Santísima del Cielo la alegría inmensa de estas horas de tertulia que hemos pasado en su compañía, con la imagen suya tan cerca. (…) Repetid conmigo, cada uno en el fondo de su corazón, con alegría y con paz: hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios sobre todas las cosas. Amén. Amén. Amén».

Al dirigirse a la salida de la Basílica, visiblemente contento, comentó: «¡Qué alegría! Al final no le hemos pedido nada, le hemos dicho llenos de confianza:fiat! [¡hágase!]». 

Don Álvaro del Portillo, el más cercano colaborador del fundador del Opus Dei, y primer sucesor, añadió: «¡Después de haberle pedido tanto...!» 

Y san Josemaría concluyó: «Nos hemos puesto en sus brazos. Ella arreglará todo. Estoy seguro de que ya está arreglado en estos momentos». 

Como recuerdo de aquellos días de oración confiada y sobrenatural certeza, a partir del miércoles 6 de octubre de 2010 una placa será testigo histórico y feliz recordatorio de la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe que san Josemaría, romero guadalupano, vivió y  difundió amorosamente por el mundo entero.