San Josemaría, un enamorado de la Eucaristía

El CIES o Centro Internacional de Estudios Superiores fue uno de los tantos lugares en donde san Josemaría se encontró con sus hijos mexicanos durante su estancia en el país. Ahí no solo sostuvo encuentros con los jóvenes, sino que también consagró un altar, sembrando así otra semilla para el crecimiento de la labor del Opus Dei en México

En el CIES se llevaron a cabo muchas de las tertulias con numerarios, agregados y supernumerarios, que el Fundador del Opus Dei tuvo durante los meses de mayo y junio de 1970. Y es que en aquel tiempo el Centro de Estudios era vecino a la Comisión Regional, que fue el lugar donde residió san Josemaría a lo largo de su estancia en la capital de México.

El Padre tuvo con los residentes del CIES entrañables reuniones de familia desde el primer día de su estancia —unas horas después de su llegada—, hasta el último día, minutos previos a salir rumbo al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México para regresar a Europa.

Hijos míos, yo en la Misa nunca estoy solo; me siento acompañadísimo.

La Virgen de Guadalupe que preside el retablo del oratorio del CIES fue testigo de la mayoría de las misas que San Josemaría celebró en la Ciudad de México.El altar de ese lugar fue consagrado por el Fundador el 28 de mayo de 1970 por la tarde, coincidiendo la fecha con la solemnidad del Corpus Christi.

A lo largo de su estancia en México, especialmente durante la octava de Corpus, san Josemaría habló mucho de la Eucaristía. Hemos querido en este artículo recoger algunas de las ideas que el Padre expresó, de manera salteada, en una de las diversas tertulias tenidas precisamente en el Centro Internacional de Estudios Superiores en relación con Nuestro Señor presente sacramentalmente y que dejan ver el profundo amor que tenía a Jesús Sacramentado.

«Hijos míos, yo en la Misa nunca estoy solo; me siento acompañadísimo. Aunque sólo me ayude un hermano vuestro, celebro la Misa con todo el pueblo de Dios. Diré más, estoy también con los que aún no se han acercado al Señor, los que están más lejanos y todavía no son de su grey, a estos también los tengo en mi corazón.

Distingo perfectamente bien la institución de la Sagrada Eucaristía, que es un momento de la manifestación de amor divino y humano y el Sacrificio en el madero de la Cruz.

San Josemaría durante la consagración del altar de CIES

En la Cena, Jesucristo estaba pasible, no había padecido aún; en el Calvario era paciente, sufriendo con gesto de Sacerdote Eterno, Jesús está allí, clavado con hierros, después de haber santificado el mundo con sus pisadas y muere por amor de cada uno de nosotros: toda su Sangre es el precio de nuestra alma, da cada alma… Nos ama ¡tanto! ¡tanto! que quiso padecer todo lo que pudo y pudo mucho, porque era Dios y era omnipotente. Cristo padece ¡por amor!

En la Santa Misa, la Victima y el Oferente son los mismos, aunque ahora Cristo ya no puede padecer —es Cristo glorioso— y se trata de un sacrificio incruento.

¡Esto es mi Cuerpo! Dice el sacerdote. Si lo dijera como recitando algo que sucedió hace dos mil años, no celebraría Misa. Lo dice porque, ese portento de la Consagración se está realizando en ese momento. ¡Cristo viene! Bajo las especies del pan y del vino está Jesucristo realmente presente.

Amad el santísimo Sacramento. Nunca he hecho tantos actos de amor, tantos actos de fe como ahora, cuando tanta gente no cree en la Eucaristía… Haced también vosotros muchos actos de fe. Estas son las jaculatorias que el Señor nos pide en estos momentos. ¡Que le amemos más!

Jesucristo instituye el sacramento, el sacerdote lo confecciona en la Misa y luego lo administra; y así hasta que acabe el mundo.

Hijos míos amad a Jesucristo en la Hostia Santa… Amadle mucho… No paséis por delante de alguna iglesia sin decir: “Jesús te amo”… No hay un momento ni en el día ni en la noche, en el que no haya hermanas y hermanos vuestros orando ante Jesús Sacramentado; o rezando en la fábrica, o en el campo o en el taller y en la escuela, en la universidad y en la calle, en el hogar de aquella madre buena…

Amad a Jesús en el Sacramento Santísimo de la Eucaristía. Y una manifestación será confesaros bien, para que podáis acercaros a Él sin la menor preocupación. Antes confesar que recibir al Señor con una sombra. ¿Está claro? Si oís otra doctrina estad seguros de que es mentira.

La Eucaristía y el sacramento de la penitencia son un misterio maravilloso, amabilísimo. Una prueba de amor que es muy parecida a la que nuestras madres han tenido con nosotros desde pequeñines: no sabíamos limpiarnos, pero no queríamos dejar de estar limpios… sí. Entonces gritábamos, ¡mamá! Y venía mamá y nos limpiaba con mucha paciencia y no nos decía ninguna cosa desagradable, y nos cuidaba con mimo. Sus manos de madre eran como alas de ángeles.

Pues el Señor nos quiere tanto, tan humana y tan divinamente que nos dice: ¡toma y cómeme! esta es mi Carne, esta es mi Sangre ¿No es para amarlo mucho? Cuando entréis en una iglesia, primero al Sagrario. Aunque se venere allí una advocación de la Virgen, famosa y maravillosa como Nuestra Señora de Guadalupe, a la que yo quiero tanto en su imagen. Primero al Sagrario: Jesús nuestro, aquí estoy, gracias por tu Amor… ayúdame a ser como Tú quieres».