Sacerdotes: realizar santamente las cosas santas

"En esto se fundamenta la incomparable dignidad del sacerdote. Una grandeza prestada, compatible con la poquedad mía. Yo pido a Dios Nuestro Señor que nos dé a todos los sacerdotes la gracia de realizar santamente las cosas santas, de reflejar, también en nuestra vida, las maravillas de las grandezas del Señor". San Josemaría Escrivá

San Josemaría Escrivá.  , D. Álvaro del Portillo y Mons. Javier Echevarría han escrito en varias ocasiones sobre la figura y la misión del sacerdote. Ofrecemos varios textos suyos, descargables en pdf. Además, la historia del Padre Somoano, un ejemplo de heroísmo sacerdotal.

De San Josemaría Escrivá: Sacerdote para la eternidad, publicado en "Amar a la Iglesia" (Palabra).

De D. Álvaro del Portillo: Espiritualidad del sacerdocio Sacerdotes para la nueva evangelización Ambos publicados en "Escritos sobre el sacerdocio" (Palabra).

De Mons. Javier Echevarría: Amor al sacerdocio Maestro, Sacerdote, Padre Ambos publicados en "Por Cristo, con Él y en Él" (Palabra).

Don José María Somoano Un sacerdote que murió mártir, envenenado, por odio al sacerdocio.

Don José María Somoano [era] un joven sacerdote ordenado en 1927 por el obispo de Madrid y que en 1931 desempeñaba el cargo de capellán en el Hospital del Rey. Estaba el hospital en el extremo norte de Madrid, a siete kilómetros del centro, prácticamente aislado en medio del campo. […]. En él se trataban los casos de epidemia y enfermedades contagiosas; y la terrible tuberculosis, que era entonces la enfermedad que requería más camas y se cobraba más muertes.

El 2 de enero de 1932 la madre Tornera de Santa Isabel, por ruego expreso del capellán, quedó haciendo oración y mortificándose por el buen éxito de una gestión que traía entre manos don Josemaría. Este, mientras tanto, acompañado de don Lino, otro joven sacerdote, se presentó en el Hospital del Rey para hablar con el capellán Somoano, que sentía impaciencia por saber de la Obra. No fue inútil la oración y la expiación –escribiría dos días más tarde en sus Apuntes– ya pertenece este amigo a la Obra. […] A ojos del Fundador fue aquella una adquisición excelente, una vocación de primera, un auténtico tesoro para la labor de apostolado; en fin, una palanca para remover los cielos, como anotaba en sus Apuntes:

Con José Mª Somoano hemos conseguido, como se dice por ahí, un enchufe magnífico, porque sabe nuestro hermano, admirablemente, encauzar el sufrimiento de los enfermos de su hospital, para que el Corazón de nuestro Jesús acelere la hora de su Obra, movido por tan hermosa expiación.

(…) Las visitas de don Josemaría al hospital, que comenzaron siendo esporádicas, muy pronto se hicieron periódicas. En pocas semanas se dio cuenta de la finura de alma del capellán Somoano, a quien solamente el pensamiento de que había sacerdotes que subían al altar menos dispuestos, le hacía derramar lágrimas de Amor, de Reparación. Y fueron tantas las profanaciones, atropellos y sacrilegios cometidos por las masas revolucionarias en la primavera de 1931 que el capellán se sintió movido a ofrecer su vida por la Iglesia en España. (Una de las monjas oyó el ofrecimiento de Somoano en la capilla, sin que éste notase su presencia). Don Josemaría, que nada sabía de ello, se sorprendió varias veces oyéndole decir frases como: «me voy a morir pronto: ya lo verás». Un tanto intrigado, quiso preguntarle a solas el porqué, sin que, por un motivo u otro, se presentase ocasión propicia para ello.

Murió Somoano la noche del sábado 16 de julio, después de dos días de agonía, envenenado. El lunes se le enterró; y don Josemaría, que tantas esperanzas había puesto en esta vocación, la ofreció al Señor. Había muerto mártir, envenenado por odio al sacerdocio. Al regreso del entierro anotó en sus Apuntes:

Día 18 de julio de 1932: El Señor se ha llevado a uno de los nuestros: José María Somoano, sacerdote admirable. Murió, víctima de la caridad, en el Hospital del Rey (de donde ha sido Capellán hasta el fin, a pesar de todas las furias laicas) en la noche de la fiesta de N. Sra. del Carmen –de quien era devotísimo, vistiendo su santo escapulario–, y, como esta fiesta se celebró en sábado, es seguro que esa misma noche gozaría de Dios. Hermosa alma [...]. Su vida de celo le hizo ganarse las simpatías de cuantos convivieron con él. Se le enterró esta mañana [...]. Hoy, de buena gana, le he dado a Jesús ese socio. –Está con Él y será una gran ayuda. Tenía puestas muchas esperanzas en su carácter, recto y enérgico: Dios lo ha querido para Él: bendito sea.

            Tomado de “El Fundador del Opus Dei” de Andrés Vázquez de Prada.