Recuerdos de Jorge Chapa: “Hacernos santos y hacer santos a los demás”

Jimena Moreno en colaboración con Miquel Ferrer, conversaron recientemente con el P. Jorge Chapa Urquidi, numerario del Opus Dei desde 1953 y sacerdote desde 1968, quien compartió recuerdos vivos de su encuentro con la Obra, su cercanía con San Josemaría y las lecciones que guarda después de más de siete décadas de entrega.

Don Jorge Chapa, nos recibió en su casa en Querétaro.

El “Sí” de un joven decidido 

“Tenía yo 16 años cuando conocí el Opus Dei en un retiro que predicó el P. Pedro Casciaro, el primer sacerdote que mandó San Josemaría a México”, recuerda el P. Jorge. La invitación surgió casi por casualidad, su amistad con Eduardo, un joven yucateco que, sin proponérselo, se convirtió en instrumento de Dios para abrirle nuevos horizontes. 

“Un día escuché a Eduardo preguntarle a otro compañero: ‘¿no fuiste?’. Yo, curioso, le pregunté a dónde no había ido. Entonces me explicó que lo habían invitado a un retiro… y sin pensarlo demasiado, dije: ‘¡yo voy!’. Curiosamente ya después, cuando se trataba de ir, pues dije: ‘Bueno ¿y quién me manda a mí a andarme metiendo donde no?’ ”. Esa espontaneidad sería la que lo acercaría a tomar una de las decisiones más importantes de su vida.

Aunque el joven Jorge no estaba acostumbrado a ese tipo de experiencias, siguió asistiendo a medios de formación atraído, sobre todo, por el ambiente humano que encontraba en la Obra. 

“Lo que me cautivó fue la gente: amables, sencillos, trabajadores, cultos”.

Un año después, durante una excursión a Nautla, Veracruz, se produjo un momento que lo marcó. Entre amigos, en medio de la alegría juvenil y la cercanía del mar, Carlos Llano —otro joven de 20 años recién llegado de España y ya doctor en filosofía— lo invitó a caminar hacia un río para quitarse la sal. Cuenta el P. Chapa que caminaron juntos varios kilómetros y ahí le habló de una entrega a Dios y él, sin mucho rodeo, le dijo que sí. No hubo discursos solemnes ni formalismos: fue un “sí” joven, natural, alegre, como quien se sabe en las manos de Dios. En aquella excursión, sin papel a la mano, Jorge tomó la decisión interior de entregarse a Dios en medio del mundo para santificarse con su trabajo. 

Años después, en 1963, siendo ya arquitecto, viajó a Roma para estudiar filosofía y teología en el Colegio Romano de la Santa Cruz, lugar al que acudían numerarios de todo el mundo para tener un periodo de formación más intensa y conocer, de primera mano, el espíritu del Opus Dei. En Roma vivió en Villa Tevere, donde residía san Josemaría. Además de sus estudios, colaboraba en la oficina de arquitectos que llevaba los proyectos constructivos de la sede central de la Obra:

“Yo suelo decir que era ‘achichincle’ (término utilizado en México para designar a quien acompaña a un superior y sigue sus órdenes), porque trabajaba dibujando, ayudando en los proyectos de remodelación. San Josemaría, que tenía un gran amor por la arquitectura, nos visitaba con frecuencia. Para nosotros era un regalo escucharle y ver cómo se interesaba hasta por los detalles pequeños”.


Los “patitos” de san Josemaría

Entre las memorias del P. Jorge escuchamos una sobre el famoso dibujo que san Josemaría solía hacer para algunos de sus hijos espirituales. En Villa Tevere, donde los jóvenes estudiantes trabajaban y estudiaban junto al Fundador, esos gestos sencillos se convertían en un tesoro.

“San Josemaría tenía la costumbre de, a veces, dibujar un patito en la agenda de alguno de los muchachos”. Era un detalle cariñoso, casi paternal, que todos apreciaban muchísimo. “Carlos Llano, él tenía varios, cuatro, cinco, seis, no sé cuántos, chiquitos”. El P. Jorge, que en ese tiempo en Roma pasaba mucho tiempo trabajando sobre los restiradores en la oficina de arquitectos, también quería uno.

Un día, mientras el fundador recorría la sala, logró algo especial:

“Preparé un papel grande y una pluma gruesa, porque sabía que así le gustaba dibujar. Apenas le dije: ‘Padre, ¿me pinta un…?’, y sin dejarme terminar entendió lo que quería. Tomó la pluma y un papelito de esos de recado telefónico color rosa, ¡horrible!, , y sin nada aún, le dije: ‘¡no, padre, aquí!’, y entonces dibujó un pato grande en el pedazo de papel albanene que le extendí”. Ese pato lo conserva con cariño y lo sigue presumiendo como hijo con un regalo que ha recibido de su cariñoso padre.

El P. Jorge mostrando el pato de la anécdota.

Ese y otros gestos sencillos resumen el cariño que heredó san Josemaría: con naturalidad, con ternura y con un sentido profundamente familiar. No eran grandes discursos los que marcaban a quienes vivían a su lado, ni los que siguen inspirando a los que vinieron después de él, sino esos detalles cotidianos en los que mostraba su cercanía.


“Sí sabes hacer milagros”


“Hijo mío, sí sabes hacer milagros. Todos los días los haces en la Santa Misa.”

El P. Jorge recibió valiosas lecciones del fundador de la Obra. Una de ellas es aquella anécdota con un niño en un colegio de la Ciudad de México.

El pequeño le preguntó si sabía hacer milagros, a lo que don Jorge contestó que no. Al contárselo después al Fundador, este le respondió con firmeza:

“Hijo mío, sí sabes hacer milagros. Todos los días los haces en la Santa Misa.”


Un legado vivo


“El Opus Dei es la obra de Dios, mediante la cual procuramos hacernos santos y hacer santos a los demás.”

Ordenado en Madrid en 1968, el P. Jorge volvió pronto a México, donde ha servido en distintos apostolados durante más de cinco décadas. “Ese fue mi cielo”, dice al recordar sus años en Toshi, en el Estado de México. 

También vivió cerca de la Villa de Guadalupe, donde acompañó durante décadas la labor de las mujeres del Opus Dei y, desde hace muchos años, vive en la ciudad de Querétaro.

Al mirar atrás, resume el espíritu de la Obra con palabras sencillas:

“El Opus Dei es la obra de Dios, mediante la cual procuramos hacernos santos y hacer santos a los demás.”


Consejos para los jóvenes

La santidad se encuentra en lo ordinario, en lo sencillo: en decir sí a Dios, cada día.

En el marco del 97 aniversario de la Obra, el P. Jorge dirige unas palabras a las nuevas generaciones:

“Hay que ser muy sinceros, dejarse ayudar. Acérquense a la confesión y a la oración. Cuiden el estudio, el trabajo, la amistad. Y vivan con mucho amor a la Virgen”.

Después de 71 años siendo parte del Opus Dei, su vida es testimonio de lo que san Josemaría recordaba una y otra vez: que la santidad se encuentra en lo ordinario, en lo sencillo: en decir sí a Dios, cada día.