«Pensé que don Álvaro era un especialista en contratación»

Las personas que laboran en las distintas áreas del Centro Educativo Jaltepec tienen algo en común: una gran devoción por don Álvaro. Ellas mismas relatan cómo Mons. Del Portillo, quien visitó Jaltepec en 1983, se quedó en la institución mediante su evidente intercesión por sus integrantes y su trabajo, haciendo perenne su amable presencia.

Soy Nelly Romo y me encargo de todos los asuntos administrativos y financieros de la escuela. Llegué a Jaltepec por coincidencia. No sabía que estaban buscando personal, pero vi la escuela y dejé mi curriculum. Las cosas se dieron muy rápido.  Como dicen, probablemente don Álvaro me trajo aquí. Y trabajar en Jaltepec te hace tenerle devoción porque está presente en el día a día.

Cuando llegué me enteré que la escuela ha encomendado la formación espiritual al Opus Dei, como consecuencia conocí a san Josemaría, a don Álvaro y a Dora del Hoyo. Aunque no es una obligación, el ambiente te hace acercarte al Opus Dei y descubres que la Obra está para servir. Tu actitud cambia y empiezas a trabajar por servir, tratando de hacer bien las cosas. Creo que esa es la esencia de la Obra: el cariño con el que haces cualquier cosa.

Mi relación con Dios era buena, pero ahora es cada vez es más cercana. Lo primero que hago todos los días es encomendar mi día, en especial por intercesión de don Álvaro. Le pido a él por mi día, porque nos guíe y para que nos ayude cuando hay tropezones económicos en la escuela. Además esto me ayuda a estar cerca de Dios durante todo el día.

«Yo tampoco puedo solo»

“Ahí hay una imagen de la Virgen a la que don Álvaro le dio un beso”.

Me llamo Sara Orozco. Tuve la gracia de Dios de conocer a don Álvaro en 1983, cuando vino a México a agradecerle a la Virgen de Guadalupe la solución jurídica de la Obra (es decir, la erección del Opus Dei como Prelatura personal).

Estuvo en Jaltepec del 14 al 18 de mayo. Las alumnas tuvimos la suerte de asistir a una tertulia con él, en la sala de alumnas.  Ahí hay una imagen de la Virgen a la que don Álvaro le dio un beso porque una alumna se lo pidió.

En esa reunión,  varias alumnas le hicieron preguntas a don Álvaro. Recuerdo que nos habló de la importancia de dar buen ejemplo y de la necesidad de ir al catecismo por amor a Dios.

Don Álvaro durante la tertulia que tuvo con las alumnas de Jaltepec.

En aquella época yo era alumna de primer año en Jaltepec. Veía que Dios me pedía más, pero tenía mucho miedo, no estaba segura.  En una ocasión en que don Álvaro entró al comedor, nos invitaron a varias a pasar, pero yo no quería, porque tenía miedo de comprometerme. Me decidí, y al ver a Don Álvaro, me impresioné muchísimo, me sentí delante de un santo. Transmitía tanta paz que me animé a decirle: “¡Padre, padre, soy una cobarde!” Don Álvaro preguntó: “¿Quién es esta hija mía?” Le respondí: “Sara Orozco, Padre”, bajé los ojos y me puse a llorar.  Don Álvaro me dijo: “Mírame a los ojos, hija mía, mírame a los ojos —y me levantó de la barbilla—. Nosotros solos no podemos. Yo tampoco puedo solo. ¿Has visto a esos atletas de la televisión? No dieron ese paso que los llevó al triunfo desde el principio, sino que poco a poco fueron ejercitándose hasta que lo lograron. Así tu y yo, hija mía, con la ayuda de la Virgen”. Estoy segura que don Álvaro rezó por mí. En agosto me decidí y pedí mi admisión al Opus Dei. Le escribí: “Padre, la cobarde ya se decidió”.