Todos estábamos muy conmovidos al ver aquello porque no nos imaginábamos ese momento. Cuando yo me enteré fue como si me hubieran dado un mazazo en la cabeza. Llegué tarde al oratorio de Cavabianca y vi que todos estaban ahí de rodillas. Se ve que habían estado rezando un responso por san Josemaría porque acababan de avisar que había fallecido. Yo me quedé afuera. No sabía quién había muerto. Me quedé hincado en el ante oratorio y vi que los demás empezaron a salir. Al final salió un sacerdote que ya falleció, don José Luis Pastor, y le pregunté: “Don José Luis, ¿quién se murió?”. “Se murió el Padre”. En esos cinco minutos, no supe quién era yo; me quedé hincado en el oratorio y de pronto me di cuenta que estaba solo. Me quedé otro rato rezando. Fue impactante porque nadie se lo esperaba.
En esos momentos, don Álvaro quedó al frente de la Obra. Me impresionó mucho cómo recibía a todas las personas que iban a dar el pésame. Por ejemplo, fue el cardenal Benelli, en representación del papa Pablo VI. También recuerdo que fue el cardenal Wright, americano, que dijo: “No sabéis lo que habéis perdido”. Pero lo que más me impactó fue la unidad de todos nosotros. Don Álvaro, por ser el secretario general del Opus Dei, dispuso que durante la misa las mujeres estuvieran en la parte baja del oratorio de Villa Tevere, y los hombres arriba y en la parte de atrás. En la homilía se vio el cariño que don Álvaro tenía por san Josemaría, aunque no le vimos llorar en ningún momento. Nos dijo que teníamos que ser fieles y estar muy unidos, y que por eso había dispuesto que tanto mujeres como hombres estuviéramos ahí en esos momentos.