Mons. Echevarría no volvió las espaldas al mundo (III)

Mons. Echevarría, como san Josemaría y el beato Álvaro, "No volvió las espaldas al mundo. Se interesó por su marcha y progreso"

Al fundador del Opus Dei le encantaba el cine. Gastó muchas horas al lado de sus hijos para ver películas que les ayudaran a descansar, a desviar por unos momentos la atención del estudio y de las preocupaciones, hacia cosas agradables y distendidas, que tuvieran un contenido edificante y supusieran para todos momentos entrañables de vida se familia. El año de la muerte de san Josemaría Escrivá, el beato Álvaro dejó de ver películas, como una manifestación de luto, o quizá como un sacrificio ofrecido al Señor que se prolongó durante toda su vida. Mons. Echevarría, viviendo y trabajando al lado de Don Álvaro, también se sometió con total naturalidad a esta norma de conducta de quien entonces era el Padre.

Así, el Padre estaba dispuesto a cambiar y empezar esta nueva etapa con espíritu joven y abierto.

El año 2000 decidió Mons. Echevarría romper con esa costumbre, y por primera vez en 25 años, decidió ver en compañía de sus hijos una película completa, proyectada en el Aula Magna del Colegio Romano de la Santa Cruz. Recuerdo lo entrañable del momento. Era el inicio del nuevo milenio, se notaba que el Padre quería que hubiera una verdadera renovación en todos nosotros, en sintonía con los retos de la Iglesia y de la humanidad, y quizá este sencillo gesto nos hacía entender que era momento de cambiar, de dejar viejas costumbres y abrir los ojos a lo que acontecía en el mundo, con sus cambios profundos que estábamos empezando a percibir. Así, el Padre estaba dispuesto a cambiar y empezar esta nueva etapa con espíritu joven y abierto. Al menos esta fue mi interpretación. Fue una experiencia sencilla pero enriquecedora, empañada solamente por la elección de la película. Aunque nos quedamos todos con un buen sabor de boca, no era en absoluto una joya de la cinematografía. Tanto es así, que ni siquiera recuerdo su nombre, y pienso que los que estuvimos presentes recordamos solamente esas largas y lentas escenas de un hombre montado en su cortacésped, atravesando los Estados Unidos en busca de un pariente al que debía encontrar antes de morir.

Cada noche, en Villa Tevere, la hora en que cenaba el Padre coincidía con la edición más importante del noticiero que se transmitía en varias cadenas de la televisión italiana. Pude ayudarle varias veces en su costumbre habitual de programar una de esas videocaseteras tradicionales, para grabar automáticamente cada día la edición del noticiero y poderla ver después de cenar en compañía de Don Fernando Ocariz, entonces Vicario general de la Prelatura. Esta costumbre diaria, le ayudaba a tenerse al día de los eventos más importantes del país en el que vivía, y de los que acontecían en otras partes del mundo, aprovechando para rezar, como lo hacia san Josemaría, por las personas y situaciones que se trataban. Además, el hecho de ser registrado, le permitía saltar con naturalidad las noticias de crónica policíaca cuando se teñían de morbosidad, o las del mundo del espectáculo cuando se tornaban frívolas.

Estaba siempre muy atento y sinceramente interesado por lo que ocurría en el mundo, en los ambientes que estaban influyendo en la configuración de la sociedad, pero no por un curioso afán de estar enterado de novedades. Puedo afirmar que le interesaba enterarse especialmente de lo que sucedía en los lugares donde sus hijos e hijas ejercían su trabajo profesional, donde habían de santificarse, fuera la capital de una país europeo o un pueblecito de latinoamérica. El quería ser para ellos un buen pastor, quería conocer las oportunidades que esos ambientes presentaban, y también los peligros que entrañaban, para dar una luz, para ser una valiente voz de ayuda, porque se notaba que la vida de sus hijos, su bienestar físico y espiritual, su santidad, era para él lo más importante, aún más, el único motivo de su existencia.

La brecha generacional de la que tanto se habla en nuestros días, es efectivamente una característica de nuestro tiempo. El rápido sucederse de novedades tecnológicas y la transformación de las comunicaciones ha propiciado que muchos de los hombres y mujeres que crecieron en el siglo XX se sientan ahora como excluídos o incapacitados para aprender el uso de las nuevas tecnologías o cambiar los esquemas mentales que rigen hoy las relaciones interpersonales. No es raro encontrar adultos mayores que han renunciado a seguir el ritmo vertiginoso que impone la cultura actual. Mons. Echevarría pudo haberse quedado como hombre profundo, reflexivo y conservador, alejado de estas tendencias, sin embargo, fue precisamente su prudencia pastoral y su amor a la Obra lo que lo llevo a estar siempre al tanto de los progresos científicos y tecnológicos, sin rehusar la posibilidad de incorporarlos a su propia vida, siendo atractivos para él, sobre todo por los beneficios que suponían para su trabajo o para su comunicación con sus hijos. Así, con más de 75 años, con ese espíritu siempre joven y si dar la espalda al mundo, interesándose por su progreso, aprendió a disfrutar las posibilidades de un smartphone, de una cuenta personal de correo electrónico, o de una agenda electrónica donde podía encontrar con rapidez inusitada una cita, una efemérides, etc. Fue un hombre que supo enfrentar nuestro tiempo con gran nobleza, agradecimiento, sentido del deber y de la sobriedad, manifestando siempre un gran dominio sobre esos bienes materiales, y enseñándonos a usarlos dando gracias a Dios.

...era muy frecuente escuchar, casi todos los días, noticias y anécdotas de no pocas personas de estos ambientes de la comunicación, que al acercarse a la Obra por motivos profesionales, encontraban un aspecto que les removía y les interpelaba personalmente, abriéndoles un panorama personal entusiasmante para acercarse a Dios y a la Iglesia Católica..

Ese espíritu joven y abierto lo ví también de modo especial los años en los que viví y trabajé en Villa Tevere, donde pude comprobar la voluntad del Padre de abrir las puertas de nuestra casa en una época en la que la natural discreción corría el peligro de levantar sospechas, ante una nueva sensibilidad de generalizada que valora cada vez más la transparencia en todos los ámbitos de la sociedad. Fiel al espíritu de san Josemaria, Mons. Echevarría sa abrió con valentía a los desafíos de la actualidad. Se hablaba cada vez más del Opus Dei en los medios de comunicación, no siempre con tonos amables y en ocasiones con visión poco acertada e incoherente con la realidad, y la reacción del Padre fue siempre acorde al espíritu de nuestro tiempo: con un espíritu flexible y sabiendo escuchar a quienes le ayudaban en el gobierno de la Obra, si se trataba de abrir las puertas de la propia casa, ¡adelante!... Vi pasar por la sede central una multitud de personas que se acercaban a conocer más del Opus a Dei, tropas televisivas, dispuestas a recoger en imágenes aquellos rincones "ocultos" o al menos "misteriosos"; personas deseosas de conocer más de la Obra, que pedían que se les explicaran los detalles de nuestra vocación, del régimen de nuestras casas, de la misión de la Obra dentro de la Iglesia... algunas de esas personas se acercaban con intenciones menos rectas, pero la consigna era clara: transparencia, no tenemos nada que ocultar, al contrario, tenemos un gran tesoro que compartir. Con este espirtu impulsó también con gran magnanimidad y clarividencia, el desarrollo de la página web del Opus Dei, el apostolado de la opinión pública con periodistas y responsables de los medios de comunicación de todo el mundo, etc. Por todo esto, era muy frecuente escuchar, casi todos los días, noticias y anécdotas de no pocas personas de estos ambientes de la comunicación, que al acercarse a la Obra por motivos profesionales, encontraban un aspecto que les removía y les interpelaba personalmente, abriéndoles un panorama personal entusiasmante para acercarse a Dios y a la Iglesia Católica, y también verdaderas conversiones, obra de la gracia de Dios, que actuaba valiéndose de ese modo de proceder impulsado por el Padre.

Mons. Javier Echevarría, como san Josemaría y el beato Álvaro, "puso audacia y optimismo en sus afanes apostólicos":

Y para muestra de ese espíritu, basta recordar que en octubre del año 2002, como resultado del Congreso General de la Obra, una reunión de trabajo del Prelado con hijos e hijas suyas de todo el mundo, donde se analizan y se proponen los lineamientos apostólicos para los próximos años, escribió una larga carta programática a todas sus hijas e hijos en el Opus Dei. En esa carta, Mons. Echevarría lanza un desafío, que provocó en todos los fieles de la Prelatura una intensa movilización, primero interior, contagiados por el optimismo y magnanimidad con que propuso una serie de consideraciones que, lejos de quedarse en teorías, impulsaron a poner por obra una multitud de iniciativas.

Ese es el espíritu del Opus Dei, y ese es el espíritu de Mons. Echevarría, que miraba siempre más allá, como verdadero obispo (episcopo), con una mirada por encima de las dificultades

Era un grito de guerra contra todo lo que se opone a la dignidad humana, una guerra de amor y de paz que los hijos de Dios en el Opus Dei teníamos que librar en este mundo donde Él nos ha llamado para servirle. Los campos de esa batalla eran el mundo de la moda, del entretenimiento, la investigación científica, los campos de influencia en favor de la vida y de la familia, la libertad religiosa y de educación, etc.

Aún es pronto para evaluar los efectos que esa carta ha tenido y tendrá en los próximos años en la vida de muchos países y en la vida de la Iglesia, pero gracias a ese espíritu audaz y optimista, se han puesto en marcha innumerables personas en todo el mundo, en un trabajo callado, discreto, pero perseverante, eficaz, lleno de amor a Dios y a las almas, que llevará a la conquista de esos ambientes para Dios, bien conscientes de que solamente así pueden definirse como conquistas verdaderamente humanas. Ese es el espíritu del Opus Dei, y ese es el espíritu de Mons. Echevarría, que miraba siempre más allá, como verdadero obispo (episcopo), con una mirada por encima de las dificultades, de las vicisitudes que van tejiendo las jornadas, pero que marcan un ritmo y un rumbo de la historia, de la que no quería permanecer como espectador, sino como artífice eficaz, colaborando con Cristo en la instauración de su reino.

Otro recuerdo personal puede ayudar a entender mejor su ánimo grande: en una ocasión que pasó por Roma una persona del Opus Dei que se dedicaba a la formación de la juventud en Brasil, le contó al Padre las iniciativas apostólicas que estaban llevando a cabo en el país, y especialmente para los jóvenes de Río de Janeiro que participaban en los medios de formación de la Obra en esa ciudad. Le comentó que al acercarse el famoso Carnaval, trataban de ofrecer a los chicos otras alternativas de diversión en la montaña u otros lugares apartados de la ciudad, pues por desgracia el ambiente de Río en esos días es de disolución, peligros y graves ofensas a Dios.

El Padre escuchaba atento lo que aquel hijo suyo el contaba, y al terminar, con una mirada de cariño y agradecimiento por ese trabajo en favor de las almas, pero al mismo tiempo encendida de celo apostólico y magnanimidad, le dijo bien claro, y de modo que todos nos enteráramos bien: "me parece estupendo todo eso que estáis pensando y trabajando para ayudar a los muchachos a alejarse de los peligros para sus almas, pero con esa costumbre,... del Carnaval de Rio..., ¡hay que acabar!"

No puedo ocultar que para mí fue un comentario que de momento me causó sorpresa, impresión..., ¿había escuchado bien? Sí. Eso era lo que le estaba pidiendo el Padre. ¡Vaya encargo del Padre para el brasileiro!, pensé,... Pero bien pronto caí en la cuenta de que era lo que el Padre nos pide a todos en la Obra: trabajar para transformar de tal modo los corazones, que lleguemos a terminar incluso con esas manifestaciones culturales que nos parecen tan arraigadas, tan inconmovibles, tan insuperables... Por qué? Porque así es el evangelio, capaz de devolver a las costumbres de los pueblos su valor y dignidad, su limpieza y belleza que eleva y enriquece a los ciudadanos. Y para eso estamos llamados por Dios.