Homilía del P. Ricardo Furber Cano, Vicario Regional del Opus Dei en México, durante la celebración:
<<Qué gran oportunidad nos da hoy nuestro Señor de poder estar en el mismo lugar en que la Virgen estuvo tantos años presente en su tilma original, y a donde vino precisamente San Josemaría a implorar, a rezar, a ponerse en sus manos. Hoy también nosotros llegamos cargados de peticiones para nuestra Madre, al igual que San Josemaría. ¡Cuántas cosas nos ha pedido el Padre! Para empezar, que recemos por esa próxima reunión de los peritos para seguir cumpliendo con esa tarea que el Papa le ha pedido a la Obra. Estamos también en el marco del centenario, ese tiempo en el que el Padre tiene tanta ilusión. Seguro has leído y releído y rezado ese documento marco donde el Padre nos pide que ojalá este tiempo sea performativo para cada uno, que nos sirva para cambiar, que nos sirva, en palabras suyas, para comprender, encarnar y comunicar mejor el espíritu que hemos recibido de Dios, el espíritu del Opus Dei, que nos lleva a santificarnos en nuestra vida ordinaria y nuestro trabajo, en las actividades que realizamos cada uno de nosotros.
Un tiempo, dice el Padre, que se vuelve retador para cada uno de nosotros. ¿Cómo podemos hacer presente a Dios a través de nuestra vida? ¿Cómo podemos, en palabras del Padre, transparentar a Dios?... Que tú y yo llevemos esa paz y esa alegría por donde vayamos: comenzando por la familia, la familia de cada uno, el centro de cada uno, el círculo… Ahí, ahí es donde Dios espera que pongamos paz y alegría.
Son tiempos difíciles, dice el Padre, en los que tú y yo tenemos que comprender mejor y tenemos que conocer este mundo, al cual amamos apasionadamente, y con ese conocimiento, ver de qué manera transformar lo que hay a nuestro alrededor, facilitarle a la gente que se acerque a Dios. Era muy bonito ahora este jueves pasado, pudimos estar con el obispo de Azcapotzalco, Don Adolfo Miguel, y pudimos ir, por un lado al IPADE —que está dentro de su diócesis—, y después fuimos al Centro de Noray. Algunas hermanas nuestras le iban contando con mucha sencillez anécdotas tan bonitas de cómo en los departamentos, en el edificio donde vivían, pusieron primero una imagen de la Virgen y luego, se fueron animando a rezar el Rosario juntos los vecinos. Después aquella otra que le contaba como en su parroquia le pidieron que le ayudaran a dar el catecismo porque la encargada le dijo: "Tengo un problema, ayúdame: llegó una señora a pedirme que le pudiera dar el catecismo a su hijo el domingo. ¿Cómo el domingo?: el domingo está difícil”. “Lo que pasa es que mi hijo juega en un equipo de fútbol y no puede los sábados porque es cuando tienen los partidos”. Le dijo la catequista: “Oye, pues muy bien, pero por un niño es muy poquito, no vamos a involucrar a catequistas por un niño: consigue más". Y le dice: “¿Cuántos más?”. "Más de uno", le dice. Llega el siguiente fin de semana y dice: “Ya te conseguí 12: a todo el equipo de fútbol”. Y le dice: "Son pocos todavía, consigue más". Y llega el siguiente fin de semana y le dice: "Ya te conseguí 20, a los hermanos de los jugadores del equipo". Le dice: "Muy bien". Y entonces le habla a esta hermana tuya, agregada, y le dice: "ayúdame, tengo 20 muchachos y no tengo quien les dé el catecismo, estoy yo sola". Entonces, esta hermana le dice: "Muy bien, pero también a sus papás: involucremos a los papás". Y al tiempo que les daban catecismo a los niños, también estaban involucrados los papás. Cuando llega la primera comunión —cuenta feliz esta hermana—, "involucramos a todos, Padre: involucramos a los niños, a los papás y, ¡hasta el entrenador fue a la misa!". Y era bonito pensar cómo esas anécdotas estaban llegando a oídos del Obispo y otras más, pero que relatan precisamente lo que hace la tarea y la misión del Opus Dei en esta sociedad, en esta Iglesia.
Por eso tú y yo, en este tiempo camino al centenario, hemos de mirar, como dice el Padre, lo más esencial de nuestra vida, que es el amor que Dios nos tiene. Lo más importante es que tú y yo nos sintamos amados por Dios, para poder ser sembradores de amor y alegría. Hemos de estar primero tú y yo en paz y alegres. Hay muchas dificultades, hay un ambiente complejo, revuelto. Hay ideas que van y vienen, que no terminamos de entender a fondo. Siempre va a haber muchas complicaciones, pero lo más esencial de nuestra vida no es lo que hagamos nosotros, sino el sentirnos amados por Dios y sentirnos hijos de Dios. ¿Cómo vamos a poder lograrlo? Dejando que Dios entre en nuestra vida, dejando que verdaderamente sea Dios quien gobierne nuestra vida, que sea el centro de nuestra vida que luchemos todos los días por hacernos a un lado y dejar entrar a Dios. Por eso, no dudaba también el Padre en decir que estos tiempos tienen también que ayudarnos a ir por ese camino de vida contemplativa. ¿Queremos de verdad transformar la sociedad? ¿Queremos de verdad ser sembradores de paz y alegría?: cuidemos nuestro trato con Dios, cuidemos ser almas enamoradas de Dios, eso es lo que verdaderamente nos mueve, y eso es lo que Dios necesita para hacerse presente en este mundo a través de tu vida y de la mía. Por eso, hemos de aprovechar estos tiempos difíciles que vivimos para pedir con esperanza, con ilusión: Señor, entra en mi vida.
Cuando estaba recién ordenado, me tocó hacer mis prácticas profesionales en Barcelona, y gracias a Dios había mucha labor, tanta que empecé a descuidar mis normas de piedad. Gracias a Dios también tenía un sacerdote coach para los recién iniciados, y cuando fui a contarle que eran tantas las cosas que me encargaban —y quizá no eran tantas, pero uno está más lento para preparar las meditaciones, las clases, etcétera—, le dije: "Es tanto lo que tengo que hacer que varios días he descuidado mis normas". Me decía: "Bueno, date cuenta que si tú no las cuidas, nadie las va a cuidar. Puedes estar toda la tarde confesando y los penitentes no van a llegar a decirte: '¿Padre, ya hizo su oración?, puede salir a hacerla'. No, no, te dirán, 'Padre, me tengo que confesar y me tengo que ir, ¿me confiesa? ' “. "Si tú no cuidas", —me dijo una palabra que me gustó mucho y te la transmito ahora—: "Si tú no defiendes tus normas, si tú no defiendes tu trato con Dios, tu tiempo con Dios, nadie lo va a hacer. ¿Y de qué sirve que hagamos muchas cosas si no cuidamos lo más importante, nuestro trato con Dios?" Podemos pedírselo hoy especialmente a la Virgen, a nuestro Padre, que nos ayuden a entender lo esencial en nuestra vida: sentirnos amados por Dios. Y para eso están nuestras normas de piedad. No son un pendiente más en el día, es lo que hemos de cuidar para vivir enamorados de Dios. Si no, es muy fácil que dejemos a Aquel de quien hablamos, y en este mundo tan confuso y tan trepidante, nos dejemos envolver; y lejos de nosotros transformar nuestro alrededor, es nuestro alrededor el que nos transforma a nosotros. Dios nos necesita, como le habló a San Pedro. Dios nos necesita y nos quiere llamar desde ahora pescadores de hombres. ¿Cómo hacerle para no tener miedo? ¿Cómo hacerle para pensar que Dios, a través de ti y de mí, quiera acercar a muchas personas? Que no dejemos escapar oportunidades porque estemos dormidos, porque estemos despistados, porque estemos buscando cosas fuera del Sagrario, fuera de nuestro Señor. Y lo sabemos muy bien: a través de nuestro Señor sabremos llevar y acercar muchas almas a Él, mucha gente que está necesitada, mucha gente que está esperando. ¿Quién puede hacer ese cambio en tu vida y en la mía, para que podamos ser más apostólicos, descaradamente apostólicos? Y no significa encimosos, no significa otra cosa más que hacer a la gente feliz. Ya lo decía San Josemaría: hacer apostolado es hacer a la gente feliz. Por eso tú y yo debemos de ser eso, sembradores de paz y de alegría a través de nuestra vida, hacer presente a Dios en la Iglesia, en la sociedad, sin sentirnos mejores que nadie, sino al contrario, sentirnos servidores de todos. Pensar, pedirle a nuestra Madre y ser conscientes del lugar en donde estamos.
Al inicio, cuando me dieron la noticia de que la misa iba a ser aquí y no en la basílica actual, dije: "Bueno, Madre mía, te vamos a echar de menos". Pero luego pensé, precisamente aquí estuvo San Josemaría, y aquí vino a ponerse en manos de María. Pues que tú y yo también vengamos como hace 54 años San Josemaría se puso, también nosotros nos pongamos en manos de María, y dentro de este marco del centenario cambiemos, para ser conscientes de cuánto nos ama nuestro Señor, y correspondamos fiel y alegremente a esta misión que Dios nos pide. Pues pidámosle a nuestra Madre que ella nos ayude a que estos deseos y peticiones que le traemos hoy al altar, ella se los lleve a nuestro Señor, nos escuche y nos siga bendiciendo como hasta ahora>>.
Te compartimos momentos de esta celebración a través de algunas fotografías:

Celebración en el Templo Expiatorio, donde asistieron miembros y amigos de la Obra.

Fotografía tomada durante el momento solemne de la Consagración.

Imagen del Altar del Templo Expiatorio, en donde se colocó la pintura de san Josemaría para su especial festividad.
Aquí también te presentamos un álbum con más fotografías. Click aquí