Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Doy muchas gracias a Dios por los días que he pasado en México. Una vez más he comprobado, por el cariño y la atención de tantísimas personas, que la Obra es verdadera familia.
Ante Nuestra Señora de Guadalupe, he recordado y procurado hacer mías las palabras de san Josemaría a la Virgen, también en su viaje a México: «Ahora sí que te digo con el corazón encendido: monstra te esse Matrem!». Y continuaba: «Si un hijo pequeño le pidiera esto a su madre, es seguro que no habría madre que no se conmoviera». Así acudimos nosotros al diálogo con el Señor y con la Virgen: con la confianza y naturalidad de los hijos.
Tenemos la seguridad de que Jesús y su Madre reciben nuestra oración en cualquier momento. Por eso, os animo a abandonar en sus manos las necesidades del mundo y de la Iglesia. Quizá recordáis que don Javier contaba cómo, en una ocasión, san Josemaría le preguntó: «¿Ya rezas, hijo mío?». Y, sin esperar respuesta, añadió: «Yo no paro».
No dejemos nunca de rezar –tantas veces sin palabras–, con una fe que lleva consigo «una esperanza que no defrauda» (Rm 5,5). Como dice el Papa: «Incluso si el cielo se ofusca, el cristiano no deja de rezar. Su oración va a la par que la fe». Cuando no veamos los frutos inmediatos de la oración, sigamos acudiendo al Señor, con perseverancia, seguros en el amor que Dios nos tiene (cfr. 1 Jn 4,16).
Os pido especialmente que recéis por los veinticinco nuevos diáconos de la Prelatura que serán ordenados mañana en Roma.
Con todo cariño, os bendice
vuestro Padre
![Fernando Ocáriz](http://images.opusdei.net/?url=https://images-opus-dei.s3.amazonaws.com/app/images/firma.jpg&output=jpg&il&bg=white)
Roma, 18 de noviembre de 2022