Lista de artículos 50 aniversario san Josemaría en México
El diario de Montefalco narra los primeros momentos de la llegada de San Josemaría el 3 de junio de 1970: «a las 6:20 PM llegó Nuestro Padre. […] en la entrada nos saludó y bajó a la Casa Grande. Preguntó en dónde está el Señor, para visitarlo y nos dirigimos a la iglesia. […] Cuando el Padre entró a la iglesia y vio sus proporciones le gustó más que las fotografías que había visto». Después de una brevísima tertulia en Los Arcos, quiso pasar, junto con don Pedro Casciaro y don José Adolfo Martínez, sacerdote encargado de atender la labor pastoral de Montefalco, a saludar a sus hijas en la zona de la administración.
Al día siguiente, 4 de junio, comenzó a bromear con don Pedro haciéndole un comentario respecto a la imagen de la Virgen de Guadalupe que servía como cabecera de su cama y que le había compensado un poco el calor: «he estado despierto mucho rato, pero me ha dado mucha devoción tener en la cabecera a la Santísima Virgen».
Don Pedro recordaba que «dentro de lo que cabe, el día era ideal, pues la noche anterior había llovido un poco y la mañana amaneció fresca». Hicieron un breve recorrido por la hacienda. Al estar en la zona de los campos deportivos «algo que le agradó mucho al Padre fue saber que se celebraba todos los domingos la Santa Misa, bajo aquellos arcos —que era la parte más antigua de la hacienda—, para facilitar a los deportistas que cumplieran con el precepto dominical».
A las diez de la mañana, el Padre salió por la puerta de El Sotanillo dirigiéndose hacia Los Arcos. Don Pedro calculaba que había «al menos, trescientos hombres de edad variada». Se trataba de la primera tertulia que San Josemaría tenía en tierras mexicanas con personas del campo y don Pedro tenía la preocupación de que los asistentes se pudieran cohibir o participar poco. El Padre —son palabras de don Pedro—, «comenzó dirigiéndoles unas palabras acerca del trabajo. Dijo cuál era el significado humano y sobrenatural del trabajo, y añadió que todos somos iguales, que todos los trabajos llevan a Dios, que a él le daba lo mismo un trabajo manual hecho con manos encallecidas que un trabajo intelectual hecho por una gran cabeza. “Todos formamos —dijo— una sola raza: la raza de los hijos de Dios”».
Después de haberles hablado un rato, los invitó a que le hicieran algunas preguntas. Don Pedro que era observador comenta: «yo, que observaba como el Padre iba conduciendo la tertulia con una intuición y con un don de lenguas excepcional, percibí que él ya se había dado cuenta de que se había roto todo distanciamiento y toda inhibición por parte del auditorio y que, había llegado el momento de hacer que ellos participaran».
Nadie es más que otro: ¡Ninguno! ¡Todos somos iguales! Cada uno de nosotros valemos lo mismo, valemos la sangre de Cristo. Fijaos que maravilla. Porque no hay razas, no hay más que una raza: la raza de los hijos de Dios
Habló un político: Don Carlos Cerezo y luego, el profesor Cano quien comenzó a hacer una descripción de la situación que se vivía en la zona a lo que san Josemaría le respondió: «tú, hijo mío, has hecho una disección de la situación de tu pueblo, con la delicadeza con la que un médico hubiera hecho una disección de un cuerpo humano» y tomando pie de la situación descrita, el Padre habló de la bebida y de las demás problemáticas planteadas. Don Pedro recordaba que «con mucha simpatía el profesor Cano le dijo al Padre que les faltaba, en aquellos lugares, conocimiento de nuestra religión “andamos muy mal en teología…”, —dijo— y le rogó que viniera a Montefalco muchas veces para enseñarles a todos y especialmente a los jóvenes».
San Josemaría continúo hablando: «¡Con que gusto me quedaría aquí! No os dais cuenta de lo que se ha hecho: todo esto ha salido de un montón de ruinas, sin un centavo, con el trabajo de tantos hijos míos que han tenido que luchar y sufrir; con el cariño y generosidad de muchas personas…».
«¡Montefalco es una locura de amor de Dios! Suelo decir que la pedagogía del Opus Dei se resume en dos afirmaciones: obrar con sentido común y obrar con sentido sobrenatural. En esta casa don Pedro y mis hijas e hijos mexicanos no han obrado más que con sentido sobrenatural. Recibir con alegría un montón de ruinas humanamente es absurdo… Pero habéis pensado en las almas y habéis hecho realidad una maravilla de amor. ¡Dios os bendiga!».
La sencillez de los asistentes le robó el corazón, y no se cansaba de repetir: «Nadie es más que otro: ¡Ninguno! ¡Todos somos iguales! Cada uno de nosotros valemos lo mismo, valemos la sangre de Cristo. Fijaos que maravilla. Porque no hay razas, no hay más que una raza: la raza de los hijos de Dios».
Por la tarde, después de la comida, comentó, refiriéndose a la tertulia de esa mañana «que le había dado mucho gusto estar con ellos, que le había encantado la forma como le hacían preguntas».
¡Montefalco es una locura de amor de Dios!
Más tarde pasó a la escuela de El Peñón, estuvo en las aulas, habló con sus hijos agregados que trabajaban allí y, junto al sagrario del oratorio, les habló de la Eucaristía.
El padre Julio Ortiz, quien en esa ocasión vino desde Guatemala para estar con el Fundador, recuerda que el día 5, san Josemaría les contó por la mañana que tendría una tertulia con campesinas y personas de la zona «y pidió un paquete grande de caramelos, para llevarles a las familias, mamás e hijos, que iban a asistir. Después de una hora aproximadamente, nuestro Padre volvió de la tertulia, se le veía muy contento. Se notaba que había sudado mucho, porque el clima de Montefalco era más bien cálido. Subió a su habitación y en otro momento nos dijo que se tuvo que dar una ducha. Reía diciendo que en Montefalco no hay agua fría y caliente, sino que toda era agua caliente».