La alegre correspondencia de un sacerdote fiel

Tras su partida al Cielo el pasado 9 de julio, por un accidente automovilístico, el P. Ramón Salas Cacho deja un gratísimo recuerdo que es a la vez impulso: luchar por corresponder diariamente a la llamada de Dios.

En la dedicación de la Parroquia de san Josemaría.

El P. Ramón fue el tercero de los doce hijos de Don Ramón Salas Dodero y su esposa Ana María Cacho. Nació en la Ciudad de México el 16 de marzo de 1953. Estudió la licenciatura de Derecho en la Universidad Panamericana.

Supo acoger el llamado de Dios para servirle en el Opus Dei al que pidió su admisión como Numerario el 24 de abril de 1968. Años más tarde aceptó gustoso la invitación a ser sacerdote. Ordenado por el siervo de Dios Juan Pablo II en la Basílica de San Pedro el 6 de junio de 1982, regresó a México para iniciar lo que sería una intensa actividad sacerdotal y más adelante de gobierno en la Obra.

La primera Misa solemne en suelo mexicano fue en la iglesia de San Juan Bautista, en Coyoacán. Fue el principio de varias décadas de fructífera labor sacerdotal.

Durante sus exequias en la Parroquia de san Josemaría el pasado 10 de julio, Mons. Francisco Ugarte, Vicario regional del Opus Dei en México, recordó lo que san Josemaría solía afirmar ante la muerte: que Dios no actúa como un cazador que busca sorprender, sino como un jardinero que, con amorosa paciencia, espera el mejor momento de una vida para tomarla de la tierra y llevarla al cielo.

Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei, sorprendido por la noticia en pleno viaje apostólico por Sudamérica, envió una carta a la región de México en cuanto se enteró de la noticia. Publicamos un extracto.

Quito, 10 de julio de 2010.

¡Que Jesús me guarde a mis hijos de México!

Al regresar a casa después de celebrar la Santa Misa en un Centro, he recibido la dolorosísima noticia del fallecimiento de Ramón. He rezado enseguida un responso por su alma con la seguridad de que el Señor habrá premiado la generosidad con la que Ramón ha sabido servirle en su vida en la tierra.

Fue ordenado por el siervo de Dios Juan Pablo II.

Cuesta entender y aceptar que se nos vaya de esta manera un sacerdote, cuando tanta falta hacía su labor. Pero no lo dudemos: Dios sabe más, y no nos deja de su mano; en esos momentos de intensa pena miremos a Cristo en la Cruz: desde ahí nos consuela y nos enseña a amar hasta el final.

Hijos míos mexicanos: la marcha al Cielo de Ramón nos impulsa a luchar aún más por corresponder a la llamada de Dios, cotidianamente.

Acudid muy frecuentemente a la Virgen de Guadalupe. Pongamos nuestros ojos en Ella, también en este momento de sufrimiento –a la vez de gozo, pues nos ayuda Ramón desde el Cielo–, con la mirada que tantas veces le dirigió San Josemaría: una mirada de cariño, de fe inmensa en su intercesión poderosa.

Con todo cariño os bendice vuestro Padre

+Javier