José y Rafael: sacerdotes mexicanos

A pocos días de ser ordenados, José Fernández Labastida y Rafael López-Ortega Magallanes, nos compartieron algunas de sus reflexiones.

José Fernández Labastida

Jesucristo es el mejor amigo

José: usted tuvo la oportunidad de trabajar durante muchos años con jóvenes de secundaria y preparatoria. ¿Qué quisiera decir a los muchachos y muchachas que van comenzando a tratar más de cerca al Señor?

Que es mucho más emocionante y divertido ser amigo de Jesús que amigo de las “modas”. Benedicto XVI nos ha prevenido contra la idea de que una persona que no peca, en el fondo es aburrida. A los que desean tratar al Señor les aconsejaría que se atrevieran a hacerse amigos de Jesús. Una buena forma de empezar es, como recomendaba san Josemaría, pensar y tratar a Jesús como el mejor amigo, el Amigo con mayúsculas: el que sabe todo de nosotros y al que le platicamos todo.

Tuvo la fortuna de ser llamado por Jesucristo al sacerdocio y de responderle afirmativamente. ¿Qué les diría a los muchachos y muchachas que se dan cuenta de que Dios les pide más y más?

Me viene a la memoria el anuncio de periódico que puso el jefe de una expedición al Polo Sur —Sir Ernest Shackleton —: “Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Mucho frío. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento, en caso de éxito’’. Pues, la aventura más grande en la que podemos participar no es ir al Polo Sur, o subir el Everest, sino seguir a Cristo, y con Él llevar su mensaje a todos los ambientes, hasta el rincón más escondido del mundo.

 Debo a mis papás una grandísima parte de mi vocación Rafael: su papá, José Antonio López-Ortega, fue un gran defensor de la familia; su tesis doctoral tiene que ver con ese tema tan importante en la actualidad; y en el 2009 en México se llevará a cabo el Encuentro Mundial de las Familias. ¿Qué mensaje quisiera transmitir –ahora como sacerdote- a las familias mexicanas? 

Es cierto. Puedo decir, sin temor a exagerar, que mi papá –siempre con la ayuda de mi mamá– dedicó sus mejores esfuerzos a la familia: en primer lugar a su familia de 14 hijos; y en segundo lugar, a enseñar la verdad, la bondad y la belleza de la institución familiar y a defenderla en los distintos foros de la sociedad civil. De ahí me vino el interés y la pasión por la familia. 

Rafael López-Ortega Magallanes

 Parafraseando a Juan Pablo II durante sus distintos viajes a México, pienso que las familias mexicanas podrían recordar aquel: “México, siempre fiel”. Me gustaría que se pueda decir de ellas: ¡Familia de México, siempre fiel!, es decir que sea aquello que es y ha sido desde el diseño original de Dios.

Considero que los padres deberían sentirse muy afortunados por la vocación que Dios les ha dado de formar una familia. Para la mayoría de las personas, ese es el camino para alcanzar la felicidad en esta tierra, y para alcanzar el Cielo. 

Le diría a los esposos que se amen de verdad y que cada día procuren que crezca el amor entre ellos; que se no olviden que la felicidad de cada uno está en hacer feliz a su cónyuge. Precisamente de ese mutuo amor verdadero vendrá el fruto de los hijos: otro don de Dios. Y entonces, su felicidad estará en educar a sus hijos, es decir, enseñarles a ser verdaderamente felices. 

¿Cómo se realiza ese proceso educativo? Primero a través del ejemplo personal de los padres; luego, instruyéndolos; y cuando sea necesario, corrigiéndolos con cariño. Y si es una familia cristiana, iniciándolos y fortaleciéndolos en la fe. Personalmente, estoy convencido de que debo a mis papás una grandísima parte de mi vocación.

Es claro que la formación de los hijos exige esfuerzo y sacrificio, pero los esposos cristianos no están solos, sino que cuentan con la gracia del Sacramento del Matrimonio y de los demás sacramentos, —sobre todo la Confesión y la Eucaristía— que les llenarán de una fuerza interior suficiente para cumplir con tan grande misión.

Por último a los hijos les diría que sean también cooperadores de la educación de sus hermanos, que se ayuden y que manifiesten su agradecimiento a sus padres, correspondiendo a su amor. Recuerdo que una vez mi papá nos trajo un rompecabezas para que lo armáramos entre todos los hermanos. Poco a poco fuimos poniendo las piezas en su lugar hasta que quedó completa la figura de un castillo inglés. Ya satisfechos por haber terminado el trabajo se lo mostramos a mi papá que para nuestra sorpresa le colocó un cartón encima, le dio la vuelta y nos mostró que por detrás del rompecabezas había escrito: “el hermano ayudado por el hermano es como una ciudad amurallada”. ¡Profunda enseñanza!

 

 

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