En Ister (Kultúrne a vzdelávacie centrum), ubicado en Bratislava, la capital de Eslovaquia, aplico tanto los conocimientos que adquirí en mis estudios profesionales en el Instituto Nacional de Nutrición de la Ciudad de México, como el inglés que había aprendido en el colegio y la preparación humanística que recibí en cursos de postgrado en Italia.
Nunca imaginé que tendría la oportunidad de transmitir los principios y valores cristianos en un lugar como éste, tan lejano a mi país. Ahora mi trabajo me brinda continuas oportunidades de crecer y desarrollarme, de realizarme en todos los aspectos y de comunicar mis ideales a las personas con quienes me relaciono a través del reto que ha supuesto trabajar en Ister.
Eslovaquia y Chequia formaron por más de 40 años la República Checoslovaca. Unidas fueron víctimas del comunismo y, en cuanto pudieron gozar de independencia, decidieron separarse y continuar siendo los países amigos que siempre habían sido: cada uno con su lengua, su cultura, sus tradiciones y sus creencias. A mi modo de ver, el pueblo eslovaco es más similar al latino, mientras que el checo conserva su tradición de influencia germana. Los eslovacos son acogedores, comunicativos, abiertos a otros estilos de vida, gustosos de transmitir sus costumbres, y dan un gran valor a la familia; por lo que desde el principio me facilitaron sentirme en casa.
Por otra parte, hablar de conceptos como dignidad personal, libertad y amor a la verdad, constituye en ocasiones un auténtico reto, pues muchas personas prefieren evitarlo por las graves carencias y abusos que sufrieron y las nuevas generaciones apenas conocen esos temas. Estas dificultades me han ayudado mucho a desarrollar mi capacidad de expresión oral y escrita para poder transmitir comunicarme mejor.
Denisa fue la primera persona con la que tuve contacto al llegar a Bratislava, es profesora de historia y se ofreció a darme clases de eslovaco. Al principio, por la falta de un idioma en común, las sesiones se limitaban a repetir frases del libro. Cuando pudimos comunicarnos, me preguntó el motivo de mi estancia en su país; con mi muy limitado eslovaco le expliqué el Opus Dei y el mensaje de la llamada a la santidad en medio del mundo. Se interesó, pero me confío que era atea.
Ahora que nuestras lecciones de eslovaco han pasado a la historia, somos muy buenas amigas, hablamos de nuestras vidas e ideales y hemos descubierto que tenemos intereses comunes, poco a poco yo aprendo más de su cultura y ella de mi fe. Algo semejante sucede con las residentes universitarias: primero se me acercan con curiosidad por mi origen, luego me preguntan por eso que me hace sentir tan segura y feliz en la vida y nace una amistad sincera y afable.
En su viaje a México en 1970, san Josemaría rezó ante la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe por la liberación de las naciones sujetas al yugo comunista. Hoy me siento muy orgullosa de poder colaborar con mi granito de arena en la recristianización de este país.