Es mucho el 80 aniversario

Recuerdos de un sacerdote del Opus Dei con motivo del 80 aniversario.

San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei.

El Padre, el autor de Camino

Al disponernos a celebrar estos días el 80 aniversario de la fundación del Opus Dei –que nació en Madrid el dos de octubre de 1928, fiesta de los Ángeles Custodios– no puedo menos que sacar a la luz algunos recuerdos de mi cercanía con el Fundador para compartirlos entrañablemente con el lector amigo.

Me habían presentado al Padre Josemaría Escrivá una tarde de enero de 1941 en Valencia, la España de la post-guerra. Además de Pedro Casciaro, director de la Residencia Universitaria Samaniego, andarían por allá José Manuel Casas, geógrafo que trabajaba en su tesis doctoral sobre «la barraca valenciana», típica vivienda campesina; Jesús Urteaga, joven vasco estudiante de Leyes, con alma de artista; Florencio Sánchez Bella, con quien compartía los estudios y sus pocos años; y algunos más, porque el Padre –como lo llamamos muchos familiarmente– había llegado en viaje desde Madrid.

La Residencia de Valencia era la primera labor del Opus Dei fuera de Madrid, instalada apenas fue posible, al finalizar la guerra civil de 1936-1939. El Fundador había dado un curso de retiro espiritual en 1939 en Burjasot, una cercana población a la que se llegaba por el ruidoso tranvía 23. El retiro fue para universitarios que se congregaban en torno a una institución universitaria, de las que se venían conociendo genéricamente como Colegios Mayores. José Manuel Casas se incorporó entonces al Opus Dei, y el Padre se apoyó en él desde entonces para afianzar y dar continuidad a la labor que comenzaba en Valencia.

Al darle Pedro Casciaro mi nombre, el Padre me miró con todo el afecto de su rica personalidad, que era mucho, y me dijo: –ya te conocía, ladrón... Llamo a éste «mi segundo encuentro» con el Fundador. Fue una «presentación» informal, en unos escalones de la Residencia de Estudiantes Samaniego –cuyos espacios abundaban en cambios de nivel–, entre el señorial vestíbulo de entrada y un amplio comedor.

San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei.

En ese momento yo subía dos o tres escalones, pero es incalculable lo que ascendí en ese instante y después. El Padre conoció así mi semblante feliz, el que Dios me ha concedido hasta la fecha; no tengo otro. Ya me conocía… y, con seguridad, había rezado por mí y por mi vocación, igual que por muchos.

Yo podría decir lo mismo: ya conocía al Padre, antes de haber sido presentado a él: conocía a algunos miembros del Opus Dei, reflejo vivo suyo, que eran ya mis amigos, y empezaba a meditar Camino en su primera edición (Valencia, 1939). Este había sido el «primer encuentro».

Llama la atención que a su experiencia personal el historiador Peter Berglar la llama mi «encuentro sin encuentro» con Josemaría Escrivá. Fue mediante una relación personal con alumnos suyos de la Universidad de Colonia, como el profesor alemán converso a la fe católica «conoció» al fundador, y se identificaron su esposa y él con el espíritu del Opus Dei. Esto ocurría en 1974 y fue también el inicio de su vocación. Así parece que se las gasta el Espíritu Santo (Cfr. Así lo vieron. Testimonios sobre Mons. Escrivá de Balaguer. Editorial Minos, México, 1992, pp. 40-42).

Vocaciones al Opus Dei

Un domingo, el 15 de junio de aquel año 1941, Pedro Casciaro, que era profesor de matemáticas en la Universidad de Valencia y trabajaba en su tesis doctoral –los espacios n-dimensionales de Rieman, vine a saber años más tarde–, me explicó claramente el Opus Dei y me invitó a entregarle mi vida totalmente a Dios, por ese camino por el que transita la gente normal, sin cambiar para nada mi situación externa.

Era lo que el Padre había visto –hacía sólo doce años–, al nacer el Opus Dei el 2 de octubre por especial gracia de Dios, y plasmaba en las consideraciones de Camino, primero, y después enSurco y Forja. «Un fundador sin fundamento», bromeaba con nosotros sobre sí mismo. Y nos pedía perdón porque decía que era un instrumento inepto y sordo, y que vio por primera vez el Opus Dei el dos de octubre de 1928, fiesta de los Santos Ángeles Custodios.

La nostalgia de Dios abre brechas inéditas en cada corazón humano, por las que uno no había transitado nunca. Yo había entrevisto por aquel tiempo la entrega a Dios de mi vida, sin salirme de mi sitio, hecho que no me parecía tener precedentes. Sólo tenía una visión imprecisa de ello... ¿Era el eco de la dirección espiritual que recibía de D. Eladio España, sacerdote santo, muy amigo del Fundador? ¿O el reflejo de las vidas de Pedro, profesor universitario de una pieza; de José Manuel, investigador de la geografía humana, hombre de gran corazón; de Jesús, simpatiquísimo estudiante de Leyes; de Florencio, con quien compartía la edad y los estudios, y tantos otros?... Los veía trabajar y estudiar, hacer deporte y oración, frecuentar los sacramentos y compartir su fe con gustosa naturalidad; es decir, influir en el ambiente. Y siempre alegres.

La nostalgia de Dios abre brechas inéditas en cada corazón humano, por las que uno no había transitado nunca.

Había conocido al Fundador –primero en sus hijos– y tal vez soñara con que «todo aquello» se plasmara, de alguna forma, en una realidad.

Pero no era un sueño. ¡Era mucho más! Veo con claridad –al cabo de los años– que era la acción de la gracia, a través de todos «ellos» y de todo «aquello». Porque nada habría tenido consistencia –se hubiera desvanecido como los sueños–, sin la propuesta que el mismo Pedro me estaba haciendo. Era la vocación de entrega total a Dios en el Opus Dei.

Madrid, calles Jenner y Diego de León

Años después lo medité en Forja y lo compartí con muchos amigos:No tengas miedo, ni te asustes, ni te asombres, ni te dejes llevar por una falsa prudencia. La llamada a cumplir la Voluntad de Dios –también la vocación– es repentina, como la de los Apóstoles: encontrar a Cristo y seguir su llamamiento... –Ninguno dudó: conocer a Cristo y seguirle fue todo uno (n. 6).

Mi curso de retiro en Madrid ya referido, en septiembre de 1942, fue unencuentrazo con san Josemaría. Un gratísimo fin de semana completo de retiro, al que acudí por tren desde Valencia, en billete de tercera clase (asientos de madera), sin echar de menos una confortable segunda ni una lujosa primera que ni siquiera conocía. Fuimos varios de nosotros a ese retiro y acudimos desde otras ciudades.

Llegamos a la Residencia Universitaria de la calle de Jenner. Nos dejamos cautivar por el oratorio y por el mapamundi de la entrada que invitaba a la expansión geográfica de la labor apostólica del Opus Dei, como aprendimos en aquella primera tertulia con el Padre en Valencia: «si sois fieles», nos dijo. Y pasamos junto a lo que durante la noche era la habitación de Isidoro Zorzano y ahora era tan sólo un extremo del pasillo. Nos encaminamos después a nuestra casa de Diego de León esquina Lagasca.

Ahora, en septiembre de 1942, no usaría uniforme como en el encuentro juvenil deportivo de 1940, también en Madrid, sino que participaba en unos días de retiro, dirigidos por el Fundador del Opus Dei. Era el primer Centro de Estudios, que funcionaba desde el curso 1941-1942, con Pedro Casciaro como director. El se vino de Valencia dejando a Justo Martí en la dirección de la Residencia Samaniego (Cfr. Francisco Ponz. Mi encuentro con el Fundador del Opus Dei. Madrid, 1939-1944. Eunsa, Pamplona 2000, pp. 85-97).

Unos días de retiro suponían cuatro o cinco meditaciones diarias de media hora, predicación viva y sugerente de quien hoy la Iglesia venera como san Josemaría Escrivá de Balaguer, entonces con 40 años recién cumplidos.

«Lo vamos a pasar muy bien, nos dijo al encontrarnos con él, y cada uno le va a dar vuelta a su vida, cara a Dios,como se voltea un calcetín...».

Unos días de retiro suponían cuatro o cinco meditaciones diarias de media hora, predicación viva y sugerente de quien hoy la Iglesia venera como san Josemaría Escrivá de Balaguer

El oratorio de planta oval era muy atrayente y sigue siéndolo hoy. Altar exento, sagrario con el conopeo del color del día. El retablo, separado de la mesa del altar, lo preside una preciosa pintura de la Virgen sentada, «Sedes Sapientiae», rodeada de medallones con la inscripción de los dones el Espíritu Santo, que desciende sobre la Virgen en forma de paloma. Las otras hojas del tríptico, a menor altura y en arcada, tienen pintados tres Arcángeles y tres Apóstoles, los patronos de las obras que realiza el Opus Dei. Los seis candeleros sobre el altar están escalonados –más altos cerca del sagrario– y alternan con arquetas de reliquias de santos.

Desde una banca, de asientos corridos con reclinatorio, que seguía la línea oval de la periferia, se contempla el altar y se escuchan las meditaciones que el Padre dirigía sentado tras una mesa lateral pequeña con lámpara. La banca se dividía en dos mitades por una gran cruz sin crucifijo, de madera negra, que acostumbrábamos besar al salir.

Aquí tuvo lugar el hecho que Andrés Vázquez de Prada describe en su biografía del Fundador: «Una noche de 1942, rendido por el cansancio de la jornada, y más agotado aún por los ataques contra la Obra, el Fundador se levantó de su cama y, de rodillas ante el sagrario, conversando con el Señor, le dijo: –¡Señor!, si Tú no quieres mi honra, ¿yo para qué la quiero? Durmió tranquilo. Desde ese día no perdió la paz. Las calumnia no le robaban el sueño» (Andrés Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei. Ediciones Rialp, Madrid 1985, p. 225).

Me fui a vivir a esa casa el siguiente curso escolar, al iniciar los estudios de ciencias biológicas en la Universidad Complutense, y conviví largamente con el Padre hasta 1945.

P. Emilio Palafox Marqués