Entrevista a nuevo sacerdote mexicano

Entrevista realizada al Padre Enrique Arce días antes de ser ordenado por Mons. Javier Echevarría, Obispo Prelado del Opus Dei, en la Parroquia de San Eugenio, en Roma, el pasado 21 de mayo

P. Enrique Arce

Durante algunos años se dedicó intensamente a la formación de los jóvenes ¿Qué mensaje le gustaría transmitirles?

Me gustaría detallarles, a modo de respuesta, el recuerdo de una actividad que organizamos durante unas vacaciones de verano con algunos amigos del Tec de Monterrey.

Sucedió mientras se realizaba el Mundial de Futbol del ´86, precisamente en México. En aquel entonces estudiaba Ingeniería Industrial en el Tec de Monterrey, campus Querétaro. Entre los amigos que asistíamos a recibir formación a un centro de la Obra, nos organizamos para ver los partidos en el Hospital Civil, en vez de hacerlo (con la clásica botana y cervecitas) en nuestras casas, o incluso en el estadio. Los enfermos que encontramos eran personas de muy bajos recursos que no contaban siquiera con una radio para escuchar los partidos, pero que lógicamente tenían una gran afición al futbol. Instalábamos nuestras "teles" en los cuartos que nos concedía la dirección del hospital, dispuestos a compartir la misma afición. Recuerdo que el primer día fue difícil, porque los enfermos no esperaban nuestra visita, pero luego fuimos ganando su amistad.

Les aseguro que es el Mundial que más he disfrutado. Estoy convencido de que salimos ganando. Con esos enfermos aprendimos un poco a no quejarnos cuando viene el dolor, o nos falta aquello que creemos necesario. Nos enseñaron a cuidar las cosas, a sonreír aunque no se tengan ganas, a rezar... y aprendimos también mucho de ese deporte, pues sabían bastante.

El mensaje es que una buena forma de vivir feliz -que no es aburrida- es dedicar parte del propio tiempo, dinero y cabeza a personas más necesitadas. Eso ayuda a crecer interiormente, y es profundamente cristiano. Mucho mejor si se hace con amigos, ya que entre todos se animan a sacar adelante nuevos proyectos y a vencer la flojera.

Usted tuvo la suerte de estar en Roma durante los últimos momentos de Juan Pablo II, el Cónclave y la elección de Benedicto XVI ¿Qué nos puede contar de esas semanas?

Fue algo inolvidable, que me marcará para toda la vida. Tuve la suerte de rezar ante los restos de nuestro queridísimo Juan Pablo II, y pedirle por muchas intenciones. Asistí también a su Solemne Funeral. Me dio gusto ver al Presidente Fox en la ceremonia representando a los mexicanos. Ahora que se iniciará el Proceso de Beatificación de Juan Pablo II, tenemos que acudir a su intercesión, pues evidentemente estará muy activo, haciendo muchos favores.

En esas jornadas inolvidables, que nos pegaron tan dentro, mucha gente se ha replanteado su vida y ha buscado la forma de tomarse en serio su amistad con Dios. De esto les puedo contar un ejemplo que recuerdo:

Un muchacho relataba que en la noche del sábado en que falleció Juan Pablo II se encontraba en una discoteca. De pronto, los altavoces anunciaron que el lugar se cerraría varias horas antes de lo habitual, en señal de duelo por la muerte del Papa; de hecho, la gran mayoría de los centros nocturnos de Roma así lo hicieron. Como era pronto para volver a su casa según su horario acostumbrado, y no tenía nada mejor que hacer, se dirigió a la Plaza de San Pedro. Allí se unió a un grupo de jóvenes que a ratos cantaban y a ratos rezaban el Rosario. Este ambiente de piedad le impresionó de veras. Decía que para él aquello había sido una sorpresa: hacía mucho tiempo que no se sentía tan feliz. Gracias a ello, decía, se había planteado vivir cristianamente.

Aspecto de San Eugenio

El sacerdocio es un don de Dios para la Iglesia y para quien lo recibe ¿Qué quisiera decirnos al respecto?

Primero que nada, me gustaría pedirles el apoyo de sus oraciones: por ejemplo, un Ave María cada día por los sacerdotes, para que de verdad luchemos por vivir cristianamente y demos buen ejemplo. Pedir que no nos acostumbremos a celebrar la Santa Misa, que es el tesoro más grande que tenemos en la Iglesia, de modo que sepamos tratar siempre mejor algo tan santo. Pedir también para que seamos generosos con nuestro tiempo, dedicándolo a confesar, y ayudar de esa manera a llevar la Gracia a las almas. Y también para que los padres de familia les faciliten el camino a sus hijos, si Dios les pide más, y que muchos se animen a dar su vida por Cristo, que es muy buen pagador.

Me gustaría, además, agregar algo sobre mi escuela, ya que estoy convencido de que parte de mi vocación se la debo al colegio. Yo tuve la suerte de estudiar la primaria y la secundaria en el Cedros, y luego en la preparatoria de la Universidad Panamericana. De todos aquellos años tan decisivos, guardo un cariñosísimo recuerdo. Y me gustaría concluir relatando un hecho reciente: En el año 2002, mi generación cumplió veinte años de haber salido de la secundaria. Con este motivo se organizó la tradicional comida de festejo, a la que asistimos la mayoría. Se notaba claramente el paso de los años, en especial porque algunos ya peinan algunas canas –y porque varios ya casi no peinamos nada– pero lo que más alegría me dio fue encontrar tantas caras felices. Hablando con uno y otro fui descubriendo que, gracias a Dios, a todos les ha ido en general bien en la vida, contentos en sus trabajos, con más o menos salud, pero, especialmente, me llevé una gran alegría al encontrar tantos matrimonios y familias unidos. Con el dato, además, de que en la generación ya somos tres sacerdotes: uno trabaja en Miami, y otro es párroco en Ciudad Neza.

¿Qué quisiera decirnos sobre su familia?

Yo les agradezco a mis padres su generosidad al darnos tantos hermanos –yendo quizá contra corriente- que son el mejor apoyo que nosotros tenemos en la vida. Soy el mayor de seis hijos, y le llevo diecisiete años a mi hermana más pequeña. En mi casa siempre hubo alegría, y en ocasiones Dios envío un poco de su Cruz –enfermedades, problemas económicos, etc.- pero todo eso nos enseñó a rezar, a confiar en Dios y a estar más unidos. El ejemplo de mi papá nos ha puesto muy alto el nivel: su calidad humana, su prestigio profesional, su vida cristiana... Era mi mejor amigo, y ahora nos ayuda mucho desde el cielo. Falleció en 2002 y pienso que, con motivo del hijo sacerdote, le harán gran fiesta y recibirá más gloria. También agradezco a mi mamá que haya sido ama de casa, un extraordinario modo de trabajar para una mujer. Pienso que el principal tesoro que puede ofrecer México a la Iglesia –viendo lo que sucede por ejemplo en Europa- es la familia cristiana, que todos debemos defender.

¿Algo breve que quisiera comentar sobre Querétaro?

Viví allí desde 1983 hasta 1994, y le debo muchísimo: la carrera de Ingeniería Industrial, el inicio de mi vida profesional, tantos buenos amigos. Querétaro es un sitio sensacional por su gente, por sus raíces cristianas, por su categoría. Recuerdo con gratitud la oportunidad que Dios me dio de estar en los comienzos de la labor del Opus Dei en esa ciudad, y después en el inicio del Colegio Álamos -ya una institución consolidada- donde descubrí el gusto por la enseñanza. ¡Cómo se nota que por Querétaro pasó san Josemaría Escrivá!. Visitó, entre otros sitios, la Iglesia de San Francisco y la de Santa Rosa.