En México, para pedir por la Iglesia

San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, visitó nuestro país en mayo de 1970 con un objetivo principal: rogar a la Virgen de Guadalupe por la Iglesia, inmersa entonces en una grave crisis.

En los últimos años sesenta y primeros de los setenta, el mundo vivía una estridente confrontación social, política e ideológica. Fue también una época de evidente desconcierto y dolorosas infidelidades en la Iglesia. La brillante luz doctrinal del Concilio Vaticano II se vio dramáticamente oscurecida por malinterpretaciones y errores que desfiguraban sus enseñanzas. 

Ante este amargo panorama, que le hacía sufrir intensamente, San Josemaría optó por peregrinar a diversos santuarios marianos para implorar la protección de la Santísima Virgen. “Iré como un creyente del siglo XII: con el mismo amor, con aquella sencillez y con aquel gozo. Voy a pedirle por el mundo, por la Iglesia, por el Papa, por la Obra”, afirmó.

 Quería desagraviar a la Señora por las múltiples ofensas que hacían a su Hijo durante aquellos años, en los que tantos católicos atravesaban una gran crisis de fe: confesonarios vacíos, sagrarios olvidados, desobediencias a los pastores de la Iglesia, ataques al misterio cristiano, burlas de la piedad...

El día 1 de enero de 1970 puso en lengua latina en la primera página de su epacta —el calendario litúrgico donde solía escribir una jaculatoria a comienzos de año— estas palabras llenas de esperanza: “¡que por la intercesión de la Virgen María seamos fuertes en la fe!”

Movido por su amor al Santo Padre, escribió una larga carta a los fieles del Opus Dei pidiéndoles que defendieran “la autoridad del Romano Pontífice, que no puede estar condicionada más que por Dios”. Acudió a la oración y a la mortificación, con esperanza y optimismo, confiando en la acción vivificadora del Espíritu en su Iglesia; pidió a numerosas personas que ofreciesen el rezo del Santo Rosario por esa intención y se abandonó en las manos de Dios y de su Madre.

Sus enseñanzas en aquellos momentos tan duros, rezumaban fidelidad, amor a la Iglesia y esperanza. “Sí, es cierto que es un tiempo de falta de fe —dijo durante una estancia en Portugal—, y también es tiempo de mucha fe. Actualmente hay personas —yo conozco alguna—, que jamás habían hecho tantos actos de abandono en la misericordia de Dios, como ahora. Si rezamos todos juntos, si ponemos un poquito de nuestra buena voluntad, el Señor nos dará su gracia y pasará esta noche oscura, esta noche tremenda. Vendrá el alba, la mañana llena de sol. ¡Como estos días de Lisboa, que son una maravilla!”

Madre mía, ¡lúcete!

Peregrinó a Fátima y Torreciudad, donde había impulsado la construcción de un Santuario en honor de la Madre de Dios; y en el mes de mayo de 1970 viajó a México, y oró en la Basílica de Guadalupe, donde hizo una novena en la que pidió intensamente por la Iglesia y por el Opus Dei. Durante aquellos días, arrodillado en una tribuna lateral del templo, rezaba el Rosario y se dirigía a la Virgen con la confianza de un hijo con su madre:

“Señora nuestra, ahora te traigo —no tengo otra cosa— espinas, las que llevo en mi corazón; pero estoy seguro de que por Ti se convertirán en rosas... Haz que en nosotros, en nuestros corazones, cuajen a lo largo de todo el año rosas pequeñas, las de la vida ordinaria, corrientes, pero llenas del perfume del sacrificio y del amor. He dicho de intento rosas pequeñas, porque es lo que me va mejor, ya que en mi vida sólo he sabido ocuparme de cosas normales, corrientes, y, con frecuencia, ni siquiera las he sabido acabar; pero tengo la certeza de que en esa conducta habitual, en la de cada día, es donde tu Hijo y Tú me esperáis”.

“Aquí estoy, porque ¡Tú puedes!, porque ¡Tú amas! Madre mía, Madre nuestra (...) evítanos todo lo que nos impida ser tus hijos, todo lo que intente borrar nuestro camino o adulterar nuestra vocación (...). Dios te salve, María, Hija de Dios Padre; Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo; Dios te salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo; Dios te salve, María, templo de la Trinidad Beatísima, ¡más que Tú, sólo Dios!: ¡que se vea que eres nuestra Madre!, ¡lúcete!”

San Josemaría Escrivá de Balaguer permaneció en México del 15 de mayo al 23 de junio de 1970, fueron días de inocultable alegría —era una visita largamente esperada, pues la labor del Opus Dei en México comenzó en 1949— y también de intensa oración. “Hijos míos, durante este mes de mayo he ido de romería a Torreciudad, descalzo, a honrar a Nuestra Señora. También he estado en Fátima, descalzo otra vez, a honrar a Nuestra Señora con espíritu de penitencia. Ahora he venido a México a hacer esta novena a Nuestra Madre. Hubiera ido de rodillas, como lo hacen aquí, pero no me han dejado. Para esto he venido a México: para querer más a Nuestra Madre. Y creo que puedo decir que la quiero tanto como los mexicanos la quieren”. 

A la preocupación por la Iglesia se unía en aquel tiempo su búsqueda de una configuración jurídica definitiva del Opus Dei acorde a su carisma fundacional y al fenómeno teológico y pastoral suscitados desde su fundación en 1928. La respuesta a la oración de San Josemaría y de todos los fieles y amigos del Opus Dei habría de llegar el 28 de noviembre de 1982 en que el Opus Dei fue erigido como Prelatura personal, un acontecimiento que señaló el final de un perseverante itinerario jurídico-espiritual, colocado por san Josemaría a los pies de la Morenita en 1970.

                                   Con información de www.es.josemariaescriva.info

 

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