El mismo día, a la misma hora, 33 años después

Amparo Arteaga, la primera mexicana del Opus Dei, falleció en Guadalajara el 26 de junio de 2008.

Amparo en Montefalco (1954).

Amparo Arteaga, la primera mexicana del Opus Dei, falleció en Guadalajara el 26 de junio de 2008 a las 5 a.m. -12 del mediodía en Roma-, mismo día y hora en que fallecía san Josemaría Escrivá, 33 años antes. La opinión general fue que san Josemaría vino por su hija primogénita de México después de una vida de entrega y alegría.

Amparo conoció el Opus Dei cuando terminaba la Carrera de Letras Inglesas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Una entrevista publicada en “El Informador” de Guadalajara, en 1992, con ocasión de la beatificación de Mons. Escrivá de Balaguer, recogió los recuerdos de Amparo. En la fecha de la misma, se cumplía el 42° aniversario del Opus Dei en México y el de su propia vocación. El título que llevaba era: Los cuarenta y dos años de una aventura insospechada. Enseguida, a lgunos de los recuerdos de Amparo en esa entrevista:

Conocí el Opus Dei en la ciudad de México, donde residía, a mediados de 1949. Había llegado al país pocos meses antes un sacerdote de la Obra: el Padre Pedro Casciaro. En esos meses había iniciado una serie de clases de Doctrina Cristiana a diversos grupos de universitarias; las impartía en diferentes lugares y yo acudía a una de ellas. A la vez que trataba los temas con profundidad, nos fue descubriendo horizontes –cada vez más amplios- sobre el espíritu y el significado de la santificación del trabajo ordinario. Nos planteaba abiertamente la búsqueda de la santidad personal en medio del mundo y de las ocupaciones ordinarias, y de ayudar a otras almas a que también se acercaran a Dios. A través de Camino –libro escrito por Mons. Josemaría Escrivá-  la personalidad del Fundador fue adquiriendo para mí perfiles netos, bien dibujados; a través de este libro la espiritualidad del Opus Dei se hizo muy pronto familiar y parte integrante de mi vida y de la de numerosas estudiantes en aquellos meses. El 6 de marzo de 1950 llegaron las mujeres del Opus Dei a México y se establecieron en la calle de Copenhague, en la colonia Juárez, donde abrieron una residencia para universitarias. Allí continuó -y aumentó- la labor iniciada anteriormente. En el caso del Opus Dei, es verdad que entonces era conocido sólo por unas cuantas personas, pero al ir penetrando más en su espíritu, su manera de proceder, su finalidad y los medios sobrenaturales que lo animan, las que estábamos en contacto con la Obra pudimos apreciar rápidamente su origen divino: la clara voluntad de Dios de abrir nuevas metas y posibilidades de santificación para los laicos. Puedo decirle que el impacto fue… ¡enorme!, pero no como el de una luz brillante que se apaga al poco tiempo. El ideal propuesto por el Opus Dei tenía una realización concreta y continuada, y la gracia de Dios prendió desde entonces en muchos corazones, arraigó y se esparció más adelante en otros que esperaban esa “buena nueva”.

Yo pedí la admisión en la Obra el 8 de julio de 1950, a los pocos meses de haberla conocido.

Pidió la admisión al Opus Dei el 8 de julio de 1950.

A lo largo de cuarenta y dos años, mi vocación personal ha crecido junto con los años de labor en México. Puedo decirle que ha habido muchas y variadas experiencias que han dado relieve a mi vida. He vivido en varias ciudades de la República: Monterrey, México…, actualmente resido en Guadalajara, pero ha sido para mí una gran suerte haber ido a otros países: a Roma, donde recibí una formación más intensa; a los Estados Unidos para impulsar la labor, y a Puerto Rico para iniciarla. El convivir con personas de diversas nacionalidades y con el mismo espíritu ha sido una realidad que me ha agrandado el horizonte universal y el corazón para tratar de entender y comprender mejor las diversas maneras de sentir y pensar de la gente.

Sin embargo quiero mencionar dos momentos de especial importancia: cuando conocí personalmente a Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer en Roma, en 1955. Su personalidad rica, su profundo sentido humano de la vida y su relación íntima con Dios que se traslucía en sus palabras y en todo lo que hacía, me impresionaron de una manera definitiva; desde entonces ha tenido gran influencia en mi vida dentro de la Obra. Y el otro momento fue al llegar al sitio donde velaron su cadáver en 1975 y que actualmente es la Iglesia Prelaticia de Santa María de la Paz. Hace tres años, en el mes de marzo, tuve la certeza –estaba físicamente frente a la cripta donde está enterrado el Fundador– de estar en la tumba de un santo, a quien me encomiendo para todo y para quien he pedido a Dios la glorificación en los altares.

Amparo murió de 82 años, pero seguía siendo una mujer joven, emprendedora y llena de iniciativas. Preocupada por la cultura de la mujer mexicana fundó la asociación civil “Mujer, Arte y Cultura, A.C.”, que organiza foros y conferencias. Ella se ocupaba personalmente de actualizar el boletín electrónico mensual de la página web de esa asociación, y con mucho esfuerzo logró subir a la página el correspondiente a junio pasado.

A sus 82 años, lucía joven y emprendedora.

En abril le dieron el diagnóstico fatal, totalmente inesperado; el doctor se lo comunicó con detalle y claridad. Ella lo agradeció y se dispuso a prepararse con un total abandono en las manos de Dios. Nunca expresó la más mínima queja y llegó al final de la carrera con el mismo señorío y entrega fiel, consciente de ser la primogénita y de ser responsable de mantener alto el nivel, con gran sencillez y naturalidad.

Cientos de personas manifestaron de mil modos su cariño y su agradecimiento durante su enfermedad y en las Misas que se celebraron el día de su muerte y en los funerales. Todas tenían algo que contar sobre el enorme bien que les había hecho su relación con Amparo y su interés, que cada una sentía como exclusivo y que guardan como un tesoro.

En su funeral, cientos de personas le mostraron su cariño y agradecimiento.