Dos nuevos sacerdotes mexicanos

Alejandro y Guillermo fueron ordenados sacerdotes el 5 de mayo. Presentamos algunas de sus impresiones ante la llegada del momento más importante de sus vidas, un instante con duración de eternidad.

«A pesar de mis defectos, Dios ha querido contar conmigo»: Alejandro Córdova Suárez

Soy el cuarto de cinco hermanos. Nací en Hermosillo el 27 de diciembre de 1983. De esta ciudad es toda mi familia. Fue gracias a mis papás que desde pequeño conocí el Opus Dei. De ellos aprendí la devoción a San Josemaría y a ellos les debo la mayor parte de mi vocación.

Estudié en el Centro Escolar Campogrande, y fue durante el último año de la secundaria cuando comencé a darme cuenta que Dios quería algo de mi. Percibía que me llamaba a ser del Opus Dei, pero a decir verdad tenía un poco de miedo a entregar mi vida. Después darle muchas vueltas al tema de la vocación, de hablarlo con el Señor en la oración, con el sacerdote en la dirección espiritual y platicarlo con mis papás decidí dar el paso y pedir la admisión al Opus Dei.

Viví en Hermosillo hasta los 18 años. Cuando terminé la preparatoria me trasladé a vivir a Guadalajara, donde estudié Ingeniería Industrial en la Universidad Panamericana. En esta ciudad estuve sólo los cinco años de la carrera, ya que nada más graduarme me fui a vivir y estudiar a Roma.

Ser instrumento

Para mí ser sacerdote significa ser instrumento de Dios, en primer lugar para administrar los Sacramentos, sobre todo la Eucaristía y la Penitencia, y por medio de estos Sacramentos unir a las demás personas con Dios. Con palabras de San Pablo podemos decir que los sacerdotes somos “ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Cor 4, 1). Quien realmente actúa en los Sacramentos es Dios, pero el sacerdote mediante su voz, sus manos, sus gestos y toda su persona colabora como instrumento.

El sacerdocio es ante todo un don, un enorme regalo, pero también es una gran responsabilidad porque cuando Dios da mucho, también pide mucho. De ahí la importancia de que los sacerdotes al igual que todos los cristianos, pero de un modo particular, luchemos por ser santos.

Imitar a Cristo

El perfil del sacerdote lo encontramos en Cristo mismo, que en sentido estricto es el único verdadero Sacerdote. A todos los cristianos, por el hecho de haber recibido el bautismo, nos corresponde buscar la santidad mediante la imitación de Cristo. Es esto a lo que se refería San Josemaría cuando decía que “todos los cristianos podemos y debemos ser no ya alter Christus, sino ipse Christus: otros Cristos, ¡el mismo Cristo!” Esto es lo que sucede en el sacerdote de una manera inmediata por el Sacramento del Orden (cf. Homilía Sacerdotes para la eternidad, 13-IV-1973).

Así que el sacerdote ideal es aquel que lucha por reflejar en todos los aspectos de su vida al mismo Cristo.

Sed de amor

En una ocasión Benedicto XVI hizo referencia a que “la Iglesia necesita sacerdotes santos; ministros que ayuden a los fieles a experimentar el amor misericordioso del Señor y sean sus testigos convencidos” (Homilía en las segundas vísperas del Sagrado Corazón de Jesús, 19 de junio de 2009).

Pienso que esta es una de las muchas aportaciones que el sacerdote puede hacer a la sociedad. La gente tiene sed de amor, y sobre todo, de un amor como el del Señor que es misericordioso. Este amor tiene una clara manifestación en el sacramento de la penitencia, donde Cristo mismo —sirviéndose del sacerdote como instrumento— nos perdona todos nuestros pecados.

El verano pasada, durante la JMJ en Madrid, muchas personas tuvieron oportunidad de participar en lo que se llamó la fiesta del perdón. Bastaba con estar ahí presente o con ver las imágenes a través de la televisión para descubrir la alegría con la que salía la gente del confesonario. Es por esto que a San Josemaría le gustaba referirse al sacramento de la penitencia como el sacramento de la alegría.

Alejandro Córdova Suárez y Guillermo García-Pimentel fueron ordenados diáconos en noviembre.

Dios ha querido contar conmigo

Mi primera reacción ante la vocación al sacerdocio fue de una gran alegría por este nuevo modo de servir al que Dios me llamaba. Claro está que no faltó la consideración de mi indignidad para recibir semejante tesoro, pero soy plenamente consciente que cuando Dios pide algo también da su gracia para llevarlo a cabo. Además, Dios no me ha llamado a mí a ser sacerdote por mis cualidades personales, sino que a pesar de mis defectos ha querido contar conmigo para este nuevo modo de servir que es el sacerdocio.

Es por esto que desde entonces no dejo de pedirle al Señor que a mí y a todos los sacerdotes del mundo nos conceda la gracia de ser sacerdotes santos.

«Amor no es una palabra hueca»: Guillermo García-Pimentel

Fui a vivir a Taiwán porque desde niño me atrajeron otras culturas. En casa oíamos hablar de otros países, y teníamos muchos libros con historias de tierras lejanas.Cuando tenía unos cinco años me regalaron el cuento Jim Botón y Lucas el Maquinista de un famoso cuentista alemán. El protagonista llega a China después de un largo viaje. Los dibujos se quedaron impresos en mi memoria. Después, cuando estudiaba ingeniería, tenía un amigo que empezó a estudiar chino y la caligrafía me llamó la atención. Además, comenzaba entonces a verse la importancia que ese idioma tomaría con el tiempo.

Pude apreciar otros elementos de la cultura china y descubrí que el arte es muy particular. Detrás de cada obra hay un hombre, y muchas veces una cultura entera. El arte puede hacer ver aspectos del hombre que otros ámbitos no logran descubrir. También he podido descubrir personajes muy interesantes, como Xu Guangqi, un matemático y científico del siglo XVI, que hace de puente entre oriente y lo que en aquella época se consideraba occidente.

Haber vivido varios años en Asia, estudiar y trabajar ahí, de algún modo enseña que detrás de las profundas diferencias culturales, en un lugar más profundo todavía, está el mismo ser humano, necesitado de redención y deseoso de eternidad. Vivir en un contexto tan distinto al del propio origen también permite detectar con más claridad las propias limitaciones.

Creo que todos los hombres están llamados a algo, a muchas cosas, pero hay momentos de pequeñas opciones y otros de decisiones más duraderas, por las que vale la pena apostar con la vida entera. Hay vértigo también porque uno sabe que, solo, no es capaz, y que por eso necesita ayuda.

Una sola dirección: la de Jesús

Dios llama a cada hombre a recorrer un camino. Pero poco a poco se descubre cómo los caminos de unos y los de otros se van entrecruzando, y al final se nota que todos estamos llamados a ir en la misma dirección, la de Jesús.

El sacerdote tiene una misión de servicio, de ayuda, de luz y guía para que los demás hombres y mujeres puedan seguir su camino. Pero la luz con que ilumina el sacerdote y su palabra no deben ser las suyas propias sino las que surgen de la vida de Cristo, de sus dones, su paz, su libertad, su perdón, que recibimos a través de su palabra y de los sacramentos. Por todo eso, quizá el primer reto del sacerdote deba ser quitar lo que estorba en la propia vida para trasmitir con fidelidad el mensaje de Cristo.

En ciertos momentos de la vida, cada quien tiene que hacerse responsable de un pedacito de tierra, por decirlo así, para cuidarlo y hacerlo crecer: una familia, un trabajo, una sociedad, en el que uno desarrolla los dones y las capacidades que ha recibido. Creo que la madurez y el crecimiento personal tienen que ver con la capacidad de percibir y aceptar una responsabilidad. No sólo el sacerdote, todos los hombres.

Una cita en la eternidad

Cada persona abierta a los demás –porque ha vencido la tentación de encerrarse en sí misma–es capaz de reconocer las necesidades sociales, los dramas humanos y las injusticias ante las que no puede permanecer indiferente. Es entonces cuando se hace cargo de lo que está a su alcance, de esa parcela que le toca, y trabaja para satisfacer esas necesidades, para aliviar el sufrimiento y para colaborar en el progreso de la sociedad.

A todo esto, el mensaje de Jesús añade que no basta la justicia para alcanzar la paz, hace falta la caridad; añade que además de la construcción de la sociedad en esta tierra, estamos llamados, convocados, con una cita en la eternidad.

El sacerdote, siempre respetando la libertad de los demás, está y actúa en la sociedad para ayudar a todos a conocer a Cristo. Cada generación y cada sociedad debe llevar a cabo el mensaje de Cristo, con las circunstancias y retos propios de cada época. Jesús se hizo hombre también para demostrar que “Amor” no es una palabra hueca. Quizá el reto de esta generación es hacer que resuene esa voz.