Don Pedro Casciaro Ramírez, sacerdote e iniciador de la labor del Opus Dei en México, falleció hace 30 años, el 23 de marzo de 1995, a unos días de cumplir 80 años. Casciaro fue uno de esos hombres que, sin querer llamar la atención, terminó dejando huella en muchas vidas. Fue uno de los primeros miembros del Opus Dei y figura clave en la expansión de la Obra en América Latina.
Casciaro Ramírez nació en Murcia, España, el 16 de abril de 1915. Su familia era sencilla y alegre y, desde pequeño, mostró ingenio rápido y un sentido del humor que nunca lo abandonó, incluso en los momentos más difíciles. Era el mayor de 3 hermanos (Pedro, María de la Soledad y José María), y uno de sus recuerdos de infancia más vívidos era el sonido de las campanas de la iglesia de su pueblo, que escuchaba mientras jugaba en las calles empedradas. “Esas campanas me enseñaron a hablar con Dios”, decía con una sonrisa pícara cuando recordaba esta etapa de su vida.
El joven Pedro se trasladó a Madrid en octubre de 1931 para preparar su ingreso en la Escuela de Arquitectura. Fue en esta época, en 1935, cuando siendo estudiante aún, conoció a San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. Este encuentro marcó profundamente su vida, ya que encontró en ese joven sacerdote, un modelo de vida entregada al servicio de Dios y a los demás. Pedro solicitó la admisión como numerario en el Opus Dei en noviembre de 1935.
Una vez contó, con esa sencillez que lo caracterizaba, que lo que más le impactó de San Josemaría fue cómo le escuchaba, como si nada fuera más importante para él mientras conversaban.

Pedro Casciaro en Andorra, a la izquierda de San Josemaría, después de cruzar los Pirineos, durante la guerra civil española.
Durante la Guerra Civil Española, Casciaro acompañó a San Josemaría en los momentos más críticos, ayudándole a cruzar los Pirineos para escapar de la persecución religiosa en España. Su fino sentido del humor siempre lo acompañaba; fue precisamente huyendo por los Pirineos, cuando Pedro comentó acerca de lo difícil que era encontrar un café decente en medio de la montaña. Años después, contaba esa anécdota riéndose a carcajadas. Todo este tiempo compartido con el fundador, consolidó una relación de profunda amistad y confianza entre ambos, lo que permitió al joven ser testigo privilegiado de la espiritualidad de Josemaría Escrivá y del carisma que Dios le había confiado.
El 29 de septiembre de 1946, en Madrid, el obispo Leopoldo Eijo y Garay lo ordenó sacerdote, y en diciembre de 1948 recibió la bendición de san Josemaría y una imagen de la Virgen del Rocío -que se conserva en Montefalco- comenzando así la expansión del Opus Dei por tierras americanas. Don Pedro desembarcó en el puerto de Veracruz el 18 de enero de 1949 con la ilusión de extender el mensaje del Opus Dei en tierras mexicanas. Llegó a un país en plena reconstrucción social y cultural, tras décadas de conflicto religioso, lo que representaba un desafío único para su misión. Con un espíritu incansable, se dedicó a promover la santidad en la vida cotidiana entre personas de todas las condiciones sociales, organizando actividades de formación espiritual y humana que ayudaron a miles de personas a integrar la fe en sus vidas personales y profesionales.

Don Pedro Casciaro con San Josemaría en los tiempos de la academia DyA. Atrás de Don Pedro se encuentran Carlos Llano, don Ricardo Fernandez Vallespin y el joven Javier Echevarría.
Casciaro era un hombre detallista y elegante. Un amigo mexicano recordó que, cuando don Pedro se alojaba en su casa, siempre dejaba la habitación impecable y escribía una nota de agradecimiento. “Me hacía sentir que yo le hacía un favor, cuando el verdadero honor era tenerlo en casa”, contaba este amigo con lágrimas de emoción.
Cuando jugaba fútbol, decía que jugaba “fatal”. Sin embargo, eso nunca le impidió meterse en las cascaritas con jóvenes, donde siempre terminaba en el suelo, riendo y diciendo: “¡Si no se me da el fútbol, al menos me sale bien el teatro!”.
Fue el consiliario del Opus Dei en México hasta 1956. En 1958 regresó a Roma para trabajar, junto con san Josemaría, en el Consejo General del Opus Dei. En aquellos años viajó a Kenia para ayudar en la fundación del Strathmore College, primera iniciativa educativa interreligiosa y multirracial en África que aceptaba estudiantes sin limitaciones por procedencia, religión o etnia. Por esos años, también impulsó la puesta en marcha de la Residenza Universitaria Internazionale (RUI) en la ciudad de Roma.

Don Pedro, durante su segunda etapa como consiliario del Opus Dei en México
En mayo de 1966, Casciaro fue nombrado nuevamente consiliario del Opus Dei en México por un periodo de cinco años, lo que le supondría dejar definitivamente la ciudad eterna. Él aceptó sin dudarlo, pues tenía un gran cariño por México. Por esos años, las iniciativas apostólicas en tierras mexicanas experimentaron una notable expansión: dio inicio el IPADE en 1967 y el Instituto Panamericano de Humanidades –precursor de la Universidad Panamericana-, en 1968. En mayo de 1970 tuvo lugar un acontecimiento que le proporcionó una gran alegría: el tan esperado viaje de San Josemaría a México.

Don Pedro Casciaro bromeando con San Josemaría, durante la visita de este último a México (1970)
En 1971, cesó en su cargo de consiliario y permaneció en la Ciudad de México, colaborando como uno más en las tareas apostólicas que le encargaron los directores del Opus Dei. Se trasladó a vivir a una casa situada en la calle Dickens y comenzó a trabajar, entre otras cosas, como capellán del IPADE. Comenzaba así la etapa final de su vida: un periodo de profundización en su vida espiritual y silencioso trabajo sacerdotal que se prolongaría hasta 1995.
Antes de su marcha al cielo en 1995, Dios le deparó un gran regalo, poder participar presencialmente en la plaza de San Pedro, en la ceremonia de Beatificación del fundador del Opus Dei, el 17 de mayo de 1992. En esa ocasión, se emocionó mucho al recordar que muchos años antes, acompañando al nuevo beato a rezar a la Basílica de San Pedro, éste le decía: Pedro, tenemos que ser santos, santos de altar, canonizables. A lo largo de su vida, Pedro Casciaro mantuvo siempre una estrecha relación con San Josemaría, siendo no solo su discípulo, sino también un colaborador cercano en la difusión del Opus Dei. San Josemaría simplemente de verlo, sonreía y Don Pedro, con la confianza que le tenía a veces le gastaba bromas que quizás otros no se hubieran atrevido a jugarle: así de fuerte era la confianza que se tenían. Su legado sigue vivo, especialmente en México, donde su labor apostólica dejó una huella imborrable en la Iglesia y en la sociedad. Casciaro es recordado como un hombre valiente, fuerte, audaz, pero también como un hombre de fe, humildad y profundo amor a Dios y al prójimo, un buen hijo de san Josemaría. Quienes le conocieron dicen que nunca le vieron triste, y que su forma de hablar de Dios era tan sencilla como pedir una taza de café. Esa era su mayor enseñanza: encontrar lo divino en lo cotidiano, con una sonrisa en los labios.

Mons. Javier Echevarría, san Josemaría, el beato Álvaro y don Pedro, 1970
El domingo 16 de enero de 2022 sus restos mortales fueron trasladados a Montefalco, un lugar con gran significado para él. Se encuentran en una pequeña capilla lateral de la iglesia en la que le gustaba celebrar la Santa Misa por estar dedicada a la Virgen del Carmen, a quien tenía devoción.

Altar de nuestra señora del Carmen y lápida que cubre los restos mortales de Don Pedro Casciaro en la hacienda de Montefalco.
Entrevista a Don Pedro Casciaro sobre la fundación de la labor en Kenia: Strathmore College. Da click aquí
DESCARGA AQUÍ una interesante infografía con la línea del tiempo sobre la vida de Don Pedro Casciaro.