El 12 de julio de 2025, Don Emilio Palafox Marqués cumple 100 años de vida. Un siglo que no solo ha sido largo en días, sino fecundo en obras, lleno de sentido y de entrega. Nacido en Granada, España, en 1925, desde niño supo lo que significaba ser amado y guiado. Creció en un hogar donde la fe y la alegría de sus padres le enseñaron que la vida ordinaria podía ser un camino hacia Dios.
En su juventud, ya estudiante en Valencia, conoció al Opus Dei y quedó conmovido por la posibilidad de santificarse en lo cotidiano, sin dejar de ser estudiante, hijo, hermano, ciudadano. En la Residencia de Samaniego, un pequeño y alegre caserón universitario, se empapó del espíritu fundado por San Josemaría Escrivá: una vida cristiana plena, en medio del mundo, buscando la santidad en el trabajo, el estudio y el servicio a los demás. Fue allí, un 15 de junio de 1941, cuando decidió dar su “sí” a Dios. Esa decisión marcó su vida para siempre.

Estudió Ciencias Naturales, se doctoró, y durante esos años fue también testigo de los primeros pasos del Opus Dei fuera de Madrid, conviviendo con los pioneros y aprendiendo del ejemplo cercano del Fundador.
El 1º de julio de 1951 (hace 74 años), fue ordenado sacerdote y, apenas unas semanas después, emprendió rumbo a México. Fue el segundo sacerdote del Opus Dei en llegar a este país —poco tiempo después de don Pedro Casciaro— y, desde entonces, hizo de México su tierra, su misión y su hogar. Aquí entregaría el resto de su vida, con una dedicación serena y profundamente fecunda.
En México comenzó en Culiacán, donde durante años sembró en muchas almas la alegría de la fe y la confianza en el amor de Dios, siempre acompañando con discreción y profundidad a muchos hombres y mujeres en su vida espiritual.
En 1977, llegó a Hermosillo, Sonora, donde continúa hasta hoy, activo, disponible, sereno y siempre sonriente. Su presencia ha sido un testimonio silencioso y luminoso: un sacerdote que no buscó nunca ser protagonista, sino instrumento; un hombre que entendió desde joven que la grandeza de una vida no está en lo que se acumula, sino en lo que se entrega.

Quienes lo han tratado coinciden en recordar su sonrisa franca, su mirada serena y su capacidad de escuchar con el corazón. Durante estos cien años, ha demostrado que la verdadera fuerza está en la humildad, que la verdadera sabiduría está en el servicio, y que la santidad se teje en los pequeños gestos de cada día.
Hoy, al celebrar su centenario, Hermosillo, Culiacán, México entero y las muchas personas que han recibido su guía y afecto, le agradecen su vida y su ejemplo. Su historia nos recuerda que Dios hace maravillas con quienes se dejan querer y con quienes saben decir que sí, una y otra vez, a lo largo de los años.
¡Felicidades, Don Emilio, y gracias por enseñarnos a sonreír a Dios con la vida entera!