Don Álvaro del Portillo, a 100 años de su nacimiento

El 11 de marzo se cumplen 100 años del nacimiento de Mons. Álvaro del Portillo, hijo fidelísimo y primer sucesor de san Josemaría Escrivá de Balaguer al frente del Opus Dei.

El 11 de marzo se cumplen 100 años del nacimiento de Mons. Álvaro del Portillo, hijo fidelísimo y primer sucesor de san Josemaría Escrivá de Balaguer al frente del Opus Dei. Si bien el trabajo de don Álvaro es reconocido mundialmente como un sólido fundamento en el cual san Josemaría se apoyó para construir el Opus Dei, material y espiritualmente, quienes tuvieron la fortuna de conocerlo personalmente o quienes lo hicimos a través de sus enseñanzas escritas o videograbadas, recordamos su amable humildad para resguardar tras su constante sonrisa una inquebrantable voluntad de servir a Jesucristo y a su Iglesia.

En México, además, tenemos la alegría de sentirlo muy cercano porque su madre nació en Morelos y transmitió a sus hijos el gusto por lo nuestro, como lo refirió varias veces don Álvaro durante sus visitas a nuestro país en 1970, 1983 y 1988. A San Josemaría le gustaba referirse a él como un mexicano nacido en Madrid. La vida de servicio de este sacerdote en el Opus Dei y en la Santa Sede, donde desempeñó relevantes tareas entre las que figura su colaboración en el Concilio Vaticano II, significa un invaluable legado que nos anima a observar con una nueva luz algunos rasgos de su entrega. Recordarlo es revivir con cuánta claridad comprendió, asimiló y difundió el mensaje esencial del Opus Dei: que Dios espera de cada uno un esfuerzo sincero por alcanzar la santidad, es decir una lucha diaria, en las cosas ordinarias de la existencia humana, por buscar, encontrar y amar a Jesucristo.

Ese encuentro cotidiano mantenía a don Álvaro encendido en deseos de servir. Su paternidad espiritual, que comenzó al ser elegido sucesor de san Josemaría en septiembre de 1975, se reflejaba en detalles muy concretos de la vida cotidiana, como su especial afecto, el cariño y preocupación que manifestaba por todos, el cuidado y atención por los enfermos, su iniciativa de escribir una carta mensual a los fieles del Opus Dei, su cercanía a aquellas personas que sufrían alguna contrariedad… Dentro y fuera de la Obra, don Álvaro era conocido como un hombre que sabía querer. Su eficacia en las tareas de gobierno y su exigencia para animar a todos a santificar el trabajo, se conjugaban en serena armonía con un cariño notorio por todas las personas con quienes se encontraba.

De la figura de Mons. Del Portillo, sin embargo, destaca con especial fuerza su afán por evitar el lucimiento propio; luchó por secundar fidelísimamente a san Josemaría porque supo ver en él a un hombre enamorado de Jesucristo. Desde muy joven buscó, según el carisma propio del Opus Dei, santificar sus realidades ordinarias: sus años de estudio para obtener el grado de ingeniero, su trabajo como sacerdote, las labores que desempeñó para Juan XXIII y Pablo VI durante el Concilio Vaticano II, etcétera. Ese empeño por poner a Dios en la cima de todas las actividades humanas, quedó plasmado en el lema episcopal que eligió al ser ordenado obispo por el beato Juan Pablo II en 1991: Regnare Christum volumus! (Queremos que Cristo reine).

Su preocupación por todas las personas, especialmente las más vulnerables, resultó en el impulso que dio a numerosas iniciativas sociales que impulsó en los cinco continentes. En México, secundando el llamado que hizo Juan Pablo II durante su visita en 1990, animó la puesta en marcha de Meyalli y Acuautla, dos colegios ubicados en el Valle de Chalco, Estado de México, que a la fecha contribuyen a elevar la calidad de vida de miles de familias de la comunidad. Ese interés primordial de don Álvaro por el desarrollo de obras de asistencia en barrios extremos de las grandes urbes del siglo XX se hizo patente también en la apertura de instituciones educativas, de salud o de formación en Monterrey, Guadalajara, y en ciudades del mundo entero, como Filipinas, Perú, Bolivia, Congo, Kenia, Nigeria, Costa de Marfil y otras.

El recuerdo del inicio de Meyalli y Acuautla, muestra otro rasgo distintivo de la personalidad de don Álvaro: su permanente disposición de servir al Romano Pontífice, afán que se manifestaba evidentemente en los fuertes lazos de unión y afecto que mostraba por el Papa. Consta el cariño que tuvo a los pontífices con quienes trató para sacar adelante el Opus Dei – de Pio XII a Paulo VI- y es sabido que rezó e hizo rezar mucho por Juan Pablo II con quien estaba especialmente agradecido por su papel en la erección de la Obra en Prelatura personal y la canonización de san Josemaría. Al respecto solía decir: “La unión afectiva y efectiva con el Papa es condición indispensable de vida y de eficacia apostólica en la Iglesia. El Señor lo señaló de modo bien claro: ‘como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí (Jn 15, 4)’. Y para permanecer en Cristo, se precisa absolutamente la unión total con su Vicario en la tierra, el Romano Pontífice”.

El pasado mes de julio, el Papa Francisco, a través de un decreto, reconoció un milagro obtenido por intercesión de Mons. Del Portillo, por lo que en 2014, además del centenario, seremos testigos de su beatificación el 27 de septiembre en Madrid. Un momento de profundo agradecimiento a Dios y de honda alegría para el Opus Dei y para la Iglesia entera a quienes tanto y tan bien sirvió este hombre de mirada clara y alma grande, a 100 años de su nacimiento.

    P. Ricardo Furber Cano