Aquí los alcohólicos son el alma

Cerca de mil 200 personas han pasado por el programa de rehabilitación de alcoholismo del Policlínico El Salto, ubicado en Santiago de Chile e inspirado en las enseñanzas de San Josemaría.

Rolando Vergara, paciente en rehabilitación, y Juanita Arteaga.

Hace dieciséis años, Juanita Arteaga, asistente y directora del proyecto del Centro de Apoyo para la Familia El Salto, tuvo un encuentro que la marcó profundamente. Una enfermera le confió que trabajaba con alcohólicos porque sacarlos adelante es un tremendo desafío. Este testimonio, más la realidad empírica de que tras cada familia con problemas había un adicto, fue el punto de partida para desarrollar el programa de rehabilitación de alcoholismo en la comuna de Recoleta, donde un porcentaje significativo de sus 148 mil habitantes vive en condiciones de pobreza y con altos índices de alcoholismo y drogadicción.

El programa que lidera el Policlínico El Salto está formado por un equipo multidisciplinario compuesto por una asistente social, una enfermera y un psiquiatra, que han logrado rehabilitar a muchos pacientes, mejorando su calidad de vida y la de sus familias. Han tratado cerca de mil 200 personas en estos dieciséis años de vida. Gracias a este apoyo, muchos llevan ya más de una década de abstinencia y no pocos siguen dando la pelea por vencer la diaria tentación.

Sin prejuicios

María José Ureta, directora.

El trabajo es duro y hay que realizar una etapa larga de convencimiento para que asuman su enfermedad. Por su condición, no se comprometen cien por ciento; engañan con frecuencia y muchas veces se hace difícil atenderlos. "Por lo mismo entra y sale mucha gente", explica Juanita. "La línea de trabajo es tratarlos con gran dignidad. Se les dedica todo el tiempo para oírlos y conversar". 

Ningún paciente viene obligado, incluso quienes son presionados a inscribirse en el programa son libres de faltar a la próxima sesión. El alcoholismo no es la única carga que arrastran. Muchos llegan en mal estado físico, con daños orgánicos y sufren dificultades como la falta de contactos sociales, pocas oportunidades laborales y no poder acceder a otras instancias de ayuda dentro de la red de salud. Por eso, se entrega atención médica primaria en forma gratuita y los medicamentos. La asistente social, por otra parte, se encarga de determinar la necesidad de alimentos –muchos están desempleados–, y los distribuye a quienes han sido constantes en su tratamiento. Muchos enfermos también llegan en la última etapa de su vida y a ellos –comenta Juanita– "se les ayuda a morir con dignidad. Tratamos de que no terminen sus días en la calle".

El mejor de los amigos

Juan Iturrate: “Me devolvieron mi dignidad”.

Juan Iturrate es paciente del programa desde hace dieciséis años y ha vivido una lucha intensa por rehabilitarse. Considera el trato y la atención que ahí recibe como una "bendición de Dios", y a San Josemaría, "el mejor de los amigos".

Juan trabaja como vendedor ambulante en ferias y estadios de Santiago pero su vida ha estado marcada desde los trece años por el estigma del alcoholismo. Hoy tiene sesenta años, está separado y perdió el cariño y respeto de sus tres hijos. "Me habían atendido por mi problema en muchos lugares, pero me trataban como a un chacal. Y cuando pisé este Policlínico me di cuenta de que esto era un lujo". Respecto a lo que más le impactó, Juan señala: “Lo primero, el trato. Me devolvieron mi dignidad como persona y además me enseñaron que esta enfermedad es incurable; por lo tanto, una lucha para toda la vida. Pero con la atención y el cariño que recibo he aprendido a vivir esa promesa con Dios: ‘Ayúdate que yo te ayudaré’”.

El rostro de Jesús en cada paciente

"Los pacientes con alcoholismo son el alma del Policlínico porque con ellos vivimos cien por ciento la caridad", asegura María José Ureta, directora de El Salto. "Son personas marginadas no sólo de la sociedad e instituciones, también de sus familias. Acá los acogemos, no necesariamente para sacarlos completamente de su adicción; los recibimos con cariño, buscando devolverles la dignidad perdida. Son enfermos donde es muy fácil ver el rostro de Jesús".

Paulina Chamy, la voluntaria más antigua.

Paulina Chamy, la voluntaria más antigua del Policlínico, se enamoró "del orden, la limpieza y de cómo se trata a las personas. A nivel de atención esto es como una clínica privada". Este lugar ha sido su camino para conocer más el espíritu del Opus Dei: "Me he ido contagiando con el cariño que se entrega a las personas y me impresiona cómo se trabaja tan bien, con sencillez y sin hacer ruido".

Esta es la nota distintiva que, a juicio de Paulina, atrae a quienes llegan. "Les cautiva la seriedad y el afecto. Los doctores son de película. Están una hora con toda paz con cada paciente, son verdaderos apóstoles de su profesión. De verdad siento que aquí se nota la presencia de Dios".

El doctor William Jadresin –quien después de terminar su beca de especialización de psiquiatría en El Salto, optó por quedarse a trabajar aquí- agrega que "la existencia de un espacio físico agradable, la continuidad en los integrantes del equipo de alcoholismo, la falta de presiones de desempeño en cuanto a tiempo o número de pacientes atendidos y la gratuidad de la atención son situaciones de excepción que no se encuentran en otros sitios."

Rolando Vergara, guardia de seguridad, se sintió especialmente conquistado en El Salto precisamente por "la atención y el ambiente" que destacan Paulina y William. Rolando lucha desde que era adolescente contra su alcoholismo y sólo decidió tratarse cuando se cayó del sexto piso de una construcción donde trabajaba. Desde hace tres años que no bebe ni una gota de alcohol. Cada vez que regresa de su trabajo y se siente afligido, va a El Salto. "Llego de repente, aquí me saco todos los problemas de encima y me voy súper aliviado".

Como señala Juanita Arteaga, "hay que asistir a la gente y ver a Jesucristo en ellas. La norma de trabajo de El Salto es hacer lo que Cristo hubiese hecho con estos enfermos si hubiesen pasado por su lado".