
Unos alumnos diferentes
Una tarde, paseando con mi mujer y mi hijo pequeño –cuenta Reyes, catedrático de Lengua en un Instituto de Granada–, ambos se asustaron al ver cómo un hombre que tocaba el acordeón en una esquina, se abalanzaba hacia mí, me abrazaba y no paraba de darme las gracias por haberle dado clases en la cárcel.