«Volví a sentirme amada por Dios»

Un traslado familiar inesperado y una adolescencia compleja hicieron que Claudia cayese en el alcoholismo para huir de la soledad. No se sintió curada del todo hasta que volvió a encontrar a Dios en su vida.

Claudia nació en una familia creyente, rodeada de valores firmes y del ejemplo de una madre profundamente espiritual. En su casa se respiraba fe y bondad. Íbamos a misa, había un ambiente familiar muy sano, recuerda. Pero con el tiempo algo empezó a quebrarse por dentro. Surgieron las dudas, la incomprensión y el enfado con Dios. Empecé a echarle en cara cosas que no entendía, y me fui aislando.

Buscando alivio, encontró en el alcohol una falsa salida. Ese alcohol que tomaba me hacía ver las cosas de otra manera. Pronto se dio cuenta de que dependía de él para estar bien, aunque sabía que eso no era compatible con la fe. Se sentía sola, dividida entre la apariencia de felicidad y una soledad tremenda.

Aun así, en medio de su confusión, algo dentro de ella seguía latiendo. La semilla estaba… y muchas veces solo podía decir: Señor, ayúdame, no me dejes”. Reconoce que las oraciones de su madre —mi madre ha sido muy rezadora, lo que ha rezado por nosotros...— fueron sosteniéndola incluso cuando ella ya no tenía fuerzas.

La gota que derramó el vaso llegó en una conversación familiar. Una mirada de su cuñada, embarazada, le hizo comprender que su modo de vida no podía continuar. Esa mirada fue un punto de inflexión que me hizo recapacitar”. 

Tocó fondo, perdió la esperanza, pero en ese límite algo cambió: buscó ayuda. En un grupo de alcohólicos anónimos escuchó testimonios y comprendió que era una enfermedad progresiva, lenta y sin cura, pero que podía detenerse, si pedía ayuda”.

Entonces sintió la necesidad de volver a Dios. Fui a hablar con una amiga del Opus Dei… hacía más de veinte años que no me confesaba”. En aquella confesión experimentó una paz inmensa: Lloré lo indecible, no me había sentido tan feliz en muchísimos años”.

Desde entonces, su vida se transformó. Hoy vive reconciliada, serena, fortalecida por la Eucaristía diaria. Mi madre llegó a verme sobria, recuperada y feliz… y para mí eso ha sido enorme”.