Su fallecimiento

Capítulo "San Josemaría Escrivá de Balaguer" del libro “Contemplativos”, escrito por José Asenjo Sedano

El 26 de junio de 1975 falleció en Roma Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer. Esa mañana ya no se encontraba bien, aunque realizó sus actividades con cierta normalidad. Dijo su misa temprano y visitó después, en Castelgandolfo, acompañado de don Álvaro del Portillo y don Javier Echevarría, a sus hijas del Colegio Romano de Santa María con las que conversó y les recordó “su alma sacerdotal”: “ Podéis y debéis ayudar con esa alma sacerdotal y, con la gracia del Señor y el sacerdocio ministerial en nosotros, los sacerdotes de la Obra, haremos una labor eficaz...”

En esa visita se le hizo a don Josemaría su última fotografía. Poco después se sentiría indispuesto y tuvo que descansar. Enseguida decidió regresar a Roma. Contó don Álvaro del Portillo, a Cesare Cavalleri, esos últimos momentos del Fundador:

Llegados a Villa Tevere, “el Padre saludó al Señor en el oratorio de la Santísima Trinidad y, como solía, hizo una genuflexión pausada, devota, acompañada por un acto de amor. A continuación subimos hacia mi despacho, el cuarto donde habitualmente trabajaba y, pocos segundos después de pasar la puerta, llamó ¡Javi! Don Javier Echevarría se había quedado atrás, para cerrar la puerta del ascensor, y nuestro Fundador repitió con fuerza: ¡Javi!, y después, en voz más débil: No me encuentro bien. Inmediatamente el Padre se desplomaba en el suelo.

“Pusimos todos los medios posibles, espirituales y médicos. En cuanto advertí la gravedad de la situación, le impartí la absolución y la Unción de los enfermos, como deseaba ardientemente: respiraba aún. Nos había suplicado con fuerza, infinidad de veces, que no le privásemos de aquel tesoro. Fue una hora y media de lucha, llena de amor filial: respiración artificial, oxígeno, inyecciones, masajes cardiacos.

“Nos resistíamos a convencernos de que había fallecido... Nos resignamos cuando vimos que el electrocardiograma era plano...”

Revestido el cadáver con un alba y una casulla sobre la sotana que llevaba puesta en ese momento, se puso entre sus manos cruzadas el crucifijo que San Pío X tuvo entre las suyas a la hora de su muerte.

Pronto corrió por Roma la noticia de su fallecimiento y millares de personas acudieron a la Sede Central del Opus Dei a orar ante su cadáver. Su rostro infundía serena paz. Era su “ dies natalis” en el Cielo. Sobre su sepulcro, en mármol, se colocó la inscripción, EL PADRE. Y la fecha de su nacimiento y óbito.

El 17 de mayo de 1992 sería beatificado y el 6 de octubre de 2002 canonizado por el Papa Juan Pablo II. En esta ocasión, entre otras cosas, dijo el Papa:

“Elevar el mundo hacia Dios y transformarlo desde dentro: he aquí el ideal que el Santo Fundador os indica, queridos hermanos y hermanas que hoy os alegráis por su elevación a la gloria de los altares. Él continúa recordándoos la necesidad de no dejaros atemorizar ante una cultura materialista, que amenaza con disolver la identidad más genuina de los discípulos de Cristo. Le gustaba reiterar con vigor que la fe cristiana se opone al conformismo y a la inercia interior.”

TEXTO DE UNA HOMILÍA (2.XII.1951): “La oración se hace continua, como el latir del corazón, como el pulso. Sin esa presencia de Dios no hay vida contemplativa; y sin vida contemplativa de poco vale trabajar por Cristo, porque en vano se esfuerzan los que construyen, si Dios no sostiene la casa.” (“Vocación cristiana”).