Ramón Díaz nació en Pamplona, pero a los 18 años decidió irse a estudiar Física a Hungría y allí colaborar con la misión evangelizadora de la Iglesia y apoyar las actividades apostólicas del Opus Dei en ese país.
"Aprendí el idioma y estudié Física. Me empapé de la cultura húngara y me enamoré de ella. Durante los últimos años de carrera empezó a surgir en mí la idea del sacerdocio, o más bien, el Espíritu Santo la fue despertando", cuenta a El Debate en una entrevista reciente.
Comentando los retos a los que tuvo que enfrentarse, menciona el idioma o las diferencias culturales: "Nada más llegar al país me apunté a un curso intensivo de húngaro para principiantes. Mis compañeros eran en su mayoría musulmanes provenientes de Túnez, Siria, Irak y Palestina. Uno de los temas más frecuentes de nuestras conversaciones era la religión. Comprobé que la idea que tenían del catolicismo estaba muy distorsionada, tal vez a causa de las costumbres que observaban en las sociedades occidentales y que atribuían directamente a nuestra fe".

Una visión universal de la Iglesia
Tras terminar sus estudios en Hungría, Ramón se trasladó a Roma para profundizar en su formación teológica y continuar discerniendo su vocación. En el seminario, cuenta, convivió con personas de todas partes del mundo, lo que le permitió experimentar de cerca la universalidad de la Iglesia.
"Vivir con católicos de los cinco continentes me ayudó a amar más a la Iglesia y a descubrir su riqueza y diversidad", afirma a El Debate. A través de la oración, la dirección espiritual y la formación que ha recibido durante estos años, su deseo de ser sacerdote se fortaleció, aunque siempre mantuvo su actitud de discernimiento: "Mi vocación es algo que dejo en manos de Dios; Él es quien tiene la última palabra".
Además, en Hungría se aficionó a la escritura para no perder la costumbre de expresarse en su lengua materna. Ya en Roma, durante estos estudios de teología, publicó su primer libro «Tarsicio y los leones», sobre san Tarsicio, un niño romano de doce años que murió apedreado mientras llevaba la Eucaristía a unos prisioneros, durante la persecución del emperador Valeriano.

Un pequeño gran paso hacia el sacerdocio
Ramón fue ordenado diácono, como paso previo a la ordenación sacerdotal, el pasado 23 de noviembre. Explica que su vocación al sacerdocio no fue un momento único, sino un proceso gradual que nunca habría imaginado.
Desde pequeño, en su familia aprendió a "tener en cuenta a Dios para todo". Según le enseñaron, "Dios tiene un plan para cada persona y es necesario esforzarse por descubrirlo". Fue durante su adolescencia, participando en actividades del club juvenil Alaiz, cuando empezó a reflexionar sobre su vocación. Allí conoció a cristianos que "vivían su fe con alegría y sin complejos", lo que le inspiró profundamente para entregarse por completo a Dios.
Preguntado por qué es lo que más le emociona sobre este nuevo camino responde que celebrar la Santa Misa: "Decía san Josemaría que la Virgen es la más santa de las criaturas. Más que ella, solo Dios. Sin embargo, solamente una vez pudo traer a Jesús al mundo. El sacerdote lo trae todos los días. Celebrar la misa es la obra más grande que Dios ha concedido realizar a los hombres. Me parece difícil concebir algo más emocionante que eso".