Muertes en la familia

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

La supresión de los capellanes de los hospitales afectó directamente a Somoano. A finales de abril, recibió la notificación oficial de que su puesto había sido amortizado por el reciente presupuesto y que ya no podía vivir en el hospital. Somoano permaneció todo el tiempo que pudo, prestando oídos sordos a las repetidas órdenes de marcharse e incluso a amenazas de muerte que recibió de parte del personal.

Finalmente, el 15 de mayo de 1932 concluyó que no tenía elección. Dejó el hospital y aceptó un puesto en una parroquia cercana. Sin embargo estaba decidido a seguir visitando el hospital y celebrar la Misa los domingos, a distribuir la Sagrada Comunión, a confesar y a administrar la unción a los enfermos. A pesar de la presión para que se fuera inmediatamente, Somoano permaneció, desafiante, hasta el 3 de junio. Tras su expulsión continuaron la hostilidad y las amenazas por parte de algunos miembros del personal, pero no le hicieron desistir de su propósito de visitar regularmente a los enfermos. En su diario escribió: “¿Qué haré? -!En manos del Señor me pongo para que Él haga de mí lo que quiera! El Señor es el auxilio de mi vida. ¿Qué me hará temblar?” [1] .

Algunas semanas después, Somoano, que antes de pertenecer al Opus Dei se había ofrecido a Dios como víctima por España, se sintió muy enfermo con fuertes calambres en el estómago y vómitos. Los síntomas apuntaban a un envenenamiento por arsénico, tal vez administrado por alguien del personal del hospital. El 16 de junio de 1932, fiesta de Nuestra Señora del Carmen, de quien era muy devoto, Somoano murió víctima del mismo odio a la religión que llevaría a miles de sacerdotes y religiosos a la muerte durante la Guerra Civil.

En la nota que escribió para informar a los miembros de la Obra de la muerte de Somoano, Escrivá decía: “Nuestro Señor Jesús aceptó el holocausto y, con una doble predilección, predilección por la Obra de Dios y por José María, nos lo envió: para que nuestro hermano redondeara su vida espiritual, encendiéndose más y más su corazón en hogueras de Fe y Amor; y para que la Obra tuviera junto a la Trinidad Beatísima y junto a María Inmaculada quien de continuo se preocupe de nosotros... Yo sé que harán mucha fuerza sus instancias en el Corazón Misericordioso de Jesús, cuando pida por nosotros, locos —locos como él, y... ¡como Él!— y que obtendremos las gracias abundantes que hemos de necesitar para cumplir la Voluntad de Dios” [2] .

Vegas había conocido el Opus Dei a través de Somoano. Al igual que aquél, había ofrecido su vida a Dios por España antes de pedir la admisión al Opus Dei. En una carta a Escrivá en la que narraba su reacción ante la noticia de la muerte de Somoano, dijo: “Solo ante el Sagrario derramé lágrimas y entonces tuve la osadía de preguntar a Jesús si había aceptado el ofrecimiento que le hiciera antes de ligarme, como tú me dices muy bien, con otra obligación y ofrecimiento, y Jesús que (te voy a ser franco) por el amor tan grande que me tiene, amor que siento mucho más desde que por su misericordia infinita estoy a vuestro lado en la gran Obra, aunque indigno, me dijo: ¡Cómo no voy a aceptar ese ofrecimiento! Pero me es más grato que (...) te inmoles con la oración, el sacrificio y el trabajo y sumisión, por mi Obra, que es de mi especial predilección. A Somoano le he llevado al Cielo precisamente por mi Obra, para que interceda por ella” [3] .

Aunque Escrivá estaba convencido de que la Obra se beneficiaría de las oraciones de Somoano desde el cielo, su pérdida era un fuerte golpe. Somoano era un hombre extraordinariamente piadoso y lleno de celo. Entre los sacerdotes que habían pedido la admisión en la Obra parecía ser el que mejor entendía su espíritu y sus fines. Habría sido una gran ayuda en su desarrollo.

Tras la muerte de Somoano, Escrivá se ofreció voluntario para ocupar su lugar en el hospital, sin desanimarse por el peligro de ser la siguiente víctima de la violencia sectaria. Siguió las visitas regulares a los enfermos, incluso después de que un sacerdote de la parroquia local, dos profesores y una enfermera fueran asesinados por el odio a la religión.

Otro miembro del Opus Dei, Luis Gordon, murió pocos meses después de Somoano. Escrivá había conocido a Gordon gracias a su labor en el hospital con los filipenses y poco después había pedido pertenecer al Opus Dei. Durante el verano de 1932 contrajo una seria enfermedad pulmonar. Murió el 5 de noviembre de 1932, con poco más de treinta años. Gordón manifestó a Escrivá su deseo de nombrar al Opus Dei heredero de sus bienes, pero le aconsejó que no lo hiciera.

Escrivá estuvo con Gordon en sus horas finales y más tarde lo describiría en la necrológica que redactó para los miembros de la Obra como “buen modelo: obediente, discretísimo, caritativo hasta el despilfarro, humilde, mortificado y penitente..., hombre de Eucaristía y de oración, devotísimo de Santa María y de Teresita... padre de los obreros de su fábrica, que le han llorado sentidamente a su muerte” [4] .

Escrivá se consoló con el pensamiento de que Gordon sería un poderoso intercesor en el cielo, pero la pérdida era dolorosa. Además de sus virtudes y dedicación, Gordon podría haber aportado el dinero que el Opus Dei necesitaba para adquirir un local y empezar sus actividades apostólicas externas. La necrológica concluía: “Nuestro Gran Rey Cristo Jesús ha querido llevarse a los dos mejor preparados, para que no confiemos en nada terreno, ni siquiera en las virtudes personales de nadie, sino sólo y exclusivamente en su Providencia amorosísima. El Amor Misericordioso ha echado otro grano en el surco... y ¡cuánto esperamos de su fecundidad!” [5] .

[1] José Miguel Cejas. Ob. cit. p. 166

[2] Andrés Vázquez de Prada. Ob. cit. p. 623-624

[3] José Miguel Cejas. Ob. cit. 194-195

[4] Andrés Vázquez de Prada. Ob. cit. p. 625

[5] Ibid. p. 626