Como él mismo dice su vida tiene mucho de “itinerante trayectoria”: Paris, Montreal, Sao Paolo, Cleveland... Y también hizo escala en Barcelona, ciudad en la que conoció el Opus Dei gracias a una compañera de trabajo.
La razón de que su vida responda a una “itinerante trayectoria” es debido fundamentalmente a su formación académica. Inició estudios de Medicina en la Universidad de Guadalajara, su ciudad natal. Gracias a varias becas se trasladó a París a mitad de carrera para continuar sus estudios, que completó en Montreal y Sao Paolo, terminando finalmente la carrera en Madrid.
Más tarde se trasladó a Barcelona para continuar con la especialidad médica en Cardiología en el Hospital Clinic. Continuó con el Doctorado en Medicina en la Universidad de Barcelona con mención internacional por la Universidad de Bruselas, investigando sobre arritmias genéticas, particularmente el Síndrome de Brugada. Posteriormente se mudó a Estados Unidos para realizar la subespecialidad en Electrofisiología Cardiaca en la Cleveland Clinic, donde se especializó en la ablación por catéter de arritmias cardiacas complejas.
A lo largo de este periplo académico también surgieron las inquietudes espirituales. Estando en Barcelona descubrió el Opus Dei como camino de santidad cristiana. Y sintió la llamada de Dios por ese camino. Más tarde, cuando estaba en Cleveland, le surgió la idea de trasladarse a Roma para estudiar Teología en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz. Ya estaba acostumbrado a hacer las maletas. Completó el Bachillerato en Teología, y actualmente está finalizando la Licenciatura en Teología Moral
¿Podría compartir de manera más detallada su camino hacia la vocación al Opus Dei?
Nací y me críe en el seno de una familia católica y recibí toda mi educación en colegios católicos hasta la universidad. Sin embargo, fue en Barcelona donde descubrí el Opus Dei. Aunque había oído hablar de la Obra, siempre la había percibido como una institución más dentro de la Iglesia, nunca había conocido a ninguno de sus miembros.
Los dos años que pasé fuera de México antes de llegar a Barcelona los considero como un período de preparación. El ambiente donde vivía estaba muy descristianizado, diferente al entorno familiar y social en el que había crecido. Esta situación me llevó a preguntarme cómo podría mantener esa alegría sabiendo que estaba separado de mi círculo cercano. Sin tener una respuesta clara y sin conocer a nadie a quien recurrir, decidí rezar diariamente. Comencé a hacer oración mental en la Iglesia cercana al hospital donde me encontraba. Fue entonces cuando comprendí que era necesario tener una “vida equilibrada”, aunque no tenía las palabras exactas para describirlo.

Elaboré un plan que abarcaba cuatro aspectos: continuar con la oración diaria, ya que solo con la ayuda de Dios podría seguir adelante, especialmente al sentirme solo y sin conocer a nadie; continuar estudiando mucho para aprovechar la beca que tenía, la cual requería mantener altas calificaciones; cultivar amistades significativas, reconociendo la importancia de tener buenos amigos y evitar el aislamiento; y, por último, buscar siempre el bien de las demás personas sin centrarme en mí mismo.
Este plan que había pensado tuvo un efecto muy positivo, gracias a amigos y a las notas obtenidas, conseguí otras becas que me permitieron continuar mis estudios en las otras ciudades. A su vez, era plenamente consciente de la acción de Dios en todo esto, lo que me impulsaba a seguir rezando. Sin embargo, visitaba discretamente la Iglesia y asistía a Misa sin que nadie se diera cuenta; aunque no lo ocultaba, tampoco lo manifestaba abiertamente. Pero fue cuando llegué a Barcelona que comprendí que era necesario compartir este plan o estilo de vida con los demás, de esta manera más personas podrían ser felices. Pero no tenía el lenguaje ni los argumentos para explicar lo que estaba viviendo personalmente.
Fue entonces cuando conocí a una doctora en el hospital donde trabajaba. Ambos estábamos al inicio de la especialidad, justo al terminar la carrera de Medicina. Aunque ella se especializaba en Oncología y yo en Cardiología, compartíamos rotaciones conjuntas durante el primer año. Resultó ser la primera persona católica practicante que conocí en el hospital.
En cierta ocasión, me solicitó que la cubriera en el hospital durante algunos días porque estaría fuera. Al regresar, le pregunté acerca de sus vacaciones, a lo que me respondió que no había ido de vacaciones, sino de retiro espiritual. Cuando le pregunté sobre el retiro, me dijo que había asistido al retiro con personas del Opus Dei. "¿Los conoces?", me preguntó. Le respondí que había oído hablar de ellos, pero nunca había conocido a ningún miembro personalmente. Entonces ella me dijo: “Yo soy del Opus Dei'."
Tuvimos algunas conversaciones donde ella me explicó aspectos generales de la Obra. Me llené de inquietud, ya que tenía muchas preguntas y un gran deseo de encontrar respuestas. Le insistí en mi interés por asistir a un centro del Opus Dei y recibir formación. Después de algunas semanas de espera, finalmente me proporcionó el contacto de un centro para universitarios varones al que podría asistir. Esa misma tarde llamé por teléfono.
Casualmente, ese día comenzaba la novena a la Inmaculada Concepción, así que quedé con el director del centro en encontrarnos en la Iglesia de Montealegre para asistir juntos. Después de finalizar la novena, me invitaron a participar en un retiro mensual. Fue allí donde conocí al sacerdote con quien tuve largas conversaciones sobre mis dudas y preguntas. También hablé con el director del centro y al día siguiente me incorporé a un círculo para recibir formación.
Todo iba muy rápido; empecé a recibir dirección espiritual, planteaba todas mis cuestiones y aplicaba todo lo que aprendía. Después de tres meses, ya veía que mi camino era formar parte del Opus Dei. Mi anhelo era ser un buen católico, un buen médico, construir una familia sólida y contar con buenos amigos. Descubrí que el concepto de "vida equilibrada", al que me refería, consistía en vivir las virtudes, buscar la santificación en la vida cotidiana y el deseo de compartirlo con los demás, se llamaba apostolado.
Sentía que Dios me llamaba a ser parte de la Obra, aunque nunca antes había considerado el celibato como parte de mi vida. Durante una conversación en mi dirección espiritual, comprendí la importancia de rezarlo y considerarlo como parte del proceso de discernimiento. En ese momento, también tomé conciencia del abundante amor que Dios me había brindado a lo largo de mi vida, y estaba profundamente agradecido por ello. Surgió en mí un fuerte impulso de entregarle mi vida por completo, incluso incluyendo el celibato.
Por eso, decidí dar ese paso. Solicité ser admitido como numerario, sabiendo que esto era lo que Dios me pedía. Fue como lanzarme en paracaídas. Desde entonces, he descrito mi vida de esa manera, como una aventura en paracaídas, con Dios como mi paracaídas, siempre presente y llevándome a lugares y situaciones que nunca habría imaginado.
¿Y su camino al sacerdocio?
Como numerario del Opus Dei, mi vida fue experimentado un gran avance en todas sus dimensiones. Fui fortaleciendo mi relación con Dios, conociendo a muchas personas y cultivando amistades duraderas. Las conversaciones en los centros y el ambiente de familia han sido fundamentales para mi crecimiento personal, permitiéndome aprender diferentes aspectos de la vida cotidiana. Desde mi primera visita a un centro de la Obra, experimenté una sensación de hogar que se ha repetido en todos los centros en los que he vivido, incluso en diferentes países.
Además, mi carrera profesional siguió avanzando con éxito, encontrando siempre a alguien dispuesto a orientarme en momentos clave. Siento que Dios me susurra a través de estas personas, mostrándome el camino que debo seguir según sus planes para mí. Aprobé los exámenes para obtener la acreditación como médico en Estados Unidos, completé algunos meses de mi especialidad en Cardiología en un hospital asociado a Harvard Medical School. Al mismo tiempo, contribuía a la formación de jóvenes universitarios, lo que me permitió conocer a muchas personas y, a su vez, sentir la necesidad de mejorar mi formación personal. Después de vivir ocho años en Barcelona, me trasladé a Estados Unidos.
En mi nuevo país de residencia, colaboraba en la formación de universitarios y jóvenes profesionales en Cleveland ayudaba en la formación de bachilleres en Pittsburgh. Constantemente me daba cuenta de que recibía más de Dios de lo que yo había entregado, incluso cuando ya le había dado mi vida por completo. Experimentaba su infinita generosidad, lo que me impulsaba a querer dar aún más, como si estuviera perpetuamente en deuda con Él.
Al mismo tiempo, sentía un creciente deseo de ayudar a las personas de manera más profunda. Aunque mi trabajo como cardiólogo era apasionante y gratificante salvando vidas humanas constantemente, también reconocía sus limitaciones: todos enfrentamos la muerte en algún momento. Sin embargo, contribuir a salvar almas es un servicio que trasciende a la vida eterna.
Volví a sentir el susurro de Dios a través de otras personas cuando recibí la propuesta del prelado de ir a Roma a estudiar Teología. Esta decisión significaba hacer una pausa en mi carrera profesional y también considerar la posibilidad del sacerdocio. Tras reflexionarlo y rezarlo, concluí que era una oportunidad única que no podía dejar pasar. Si ya había entregado mi vida al Señor, ahora estaba dispuesto a entregar también mi carrera. Después de tres años en Estados Unidos, me trasladé a Roma.
Allí la historia se repitió: yo había entregado todo lo que podía al Señor, y Él seguía dándome aún más. La experiencia ha sido sumamente enriquecedora; convivir con personas de todo el mundo viviendo el espíritu del Opus Dei es algo único.

Estudiar Teología es diferente a de Medicina, es fascinante y, a la vez interpelante, tiene que ver con tu vida. Al mismo tiempo, continuaba mi discernimiento sobre el posible llamado al sacerdocio. El año pasado, el prelado me preguntó si estaba dispuesto a ordenarme sacerdote, a lo que respondí afirmativamente. Actualmente, en mi quinto año viviendo en Roma, visualizo mi futura vocación como sacerdote en continuidad con mi labor como médico. La diferencia es que el trabajo como sacerdote consistirá en salvar vidas para la eternidad.
La familia, ¿nos puede decir alguna cosa más acerca del papel de la familia, escuela, amigos en su vocación?
Mi familia ha sido fundamental en todo este proceso. Fue en el seno familiar donde recibí la formación católica desde mi infancia. Siempre han respaldado mis decisiones y se alegran sinceramente al verme feliz. Aunque al principio no estaban familiarizados con el Opus Dei, después de ver mi vocación, ellos han participado en algunos medios de formación ofrecidos por la Obra. Poco tiempo después, mi madre solicitó ser admitida como supernumeraria.
Cada miembro de mi familia posee virtudes que admiro y que me han servido de ejemplo en momentos en los que he tenido que ponerlas en práctica. Lo que más admiro de mi madre es su piedad. Es una de las personas más devotas que he conocido, y su fe le otorga la fortaleza para afrontar situaciones difíciles con una serenidad admirable. De ella aprendí el valor de la oración y la gratitud constante hacia Dios. Desde niño, me recordaba constantemente que todo lo que tenemos se lo debemos a Él.
De mi padre, admiro su desprendimiento material. Recuerdo cómo siempre cedía todos sus ingresos para que la administración financiera del hogar la hiciera mi madre, manteniendo consigo solo lo esencial para sus propias necesidades. Su generosidad siempre estuvo presente para que a nosotros no nos hiciera falta nada.
Tengo una sola hermana y lo que más admiro de ella es su docilidad. Siempre está dispuesta a hacer algo para complacer a los demás, incluso cuando sus propios deseos podrían ser diferentes.
Al haber sido educado en colegios católicos, la formación que recibía en casa se vio siempre reforzada en el colegio. A su vez, los amigos también han desempeñado un papel importante en mi vocación. Como mencioné anteriormente, creo que Dios susurra a través de otras personas. Todas las decisiones que he tomado en mi vida han involucrado escuchar los consejos de buenos amigos, personas que siempre me han orientado en la buena dirección. Veo claramente la mano de Dios detrás de esto, ya que siempre ha puesto en mi vida personas que me han orientado adecuadamente en la toma de decisiones importantes.
¿Qué papel cree que debe de tener el sacerdote hoy en día? En su caso cuidar y sanar deben ser dos aspectos importantes...
Como médico, encuentro muchas similitudes entre mi trabajo y la labor del sacerdote. Al igual que el médico se dedica a cuidar y sanar el cuerpo, el sacerdote tiene la importante tarea de cuidar y sanar el alma, con la diferencia de que su trabajo tiene efectos para la vida eterna, lo que lo hace aún más relevante. Considero que, de alguna manera, Jesús también ejercía el papel de médico, ya que la mayoría de sus primeros milagros fueron curaciones.
El sacerdote está llamado a ser Cristo entre los demás. Muchas veces, mi labor como sacerdote implicará sanar las almas de las heridas con la ayuda de la gracia del Señor a través de los sacramentos. Al igual que la medicina implica no solo curar sino también cuidar, el sacerdocio implica el cuidado del alma mediante la escucha, el acompañamiento y el afecto. Frente al sufrimiento de tantas personas, el sacerdote está llamado a ser siempre una fuente de consuelo, ya que está enraizado en Jesucristo, fuente de fe y esperanza, y ser un apoyo en el cual otros puedan confiar.
Personalmente, me llena de ilusión poder ayudar a renovar el corazón de las personas para que lata al mismo ritmo que el corazón de Cristo. En esto consiste la verdadera felicidad, que en última instancia, es el anhelo más profundo que todos tenemos.
¿Cómo pueden los sacerdotes de la prelatura servir a la Iglesia cada vez mejor? ¿Cómo podemos los laicos ayudar a los sacerdotes a ser más santos?
Siendo elementos de unidad. La desunión es un gran mal en la Iglesia. Ante posibles conflictos y diferentes posturas, los sacerdotes de la prelatura podríamos colaborar siendo creadores de puentes, capaces de reconocer lo bueno en cada postura para acercarnos juntos a la verdad. Contribuyendo con la atención espiritual de nuestros hermanos sacerdotes y laicos, manteniendo la fidelidad y obediencia que como sacerdotes de la Obra, formamos parte de la Iglesia, deseando servirla como la Iglesia quiera ser servida.
Considero que parte del llamado universal a la santidad y al apostolado abarca el interés de los laicos por tener sacerdotes santos, así como los sacerdotes buscan la santidad del laicado. Si el primer apostolado es con las personas que tenemos cerca, los laicos deberían interesarse por la santidad de los sacerdotes, lo cual implica, por un lado, rezar para que seamos santos y, por otro, corregirnos cuando sea conveniente, hablándolo con quien corresponda. Si las personas que nos aman no nos corrigen, no habrá nadie que lo haga.
La oración y la corrección fraterna son excelentes medios mediante los cuales los laicos pueden ayudar a los sacerdotes no solo a ser mejores, sino a ser santos, el fin al que todos estamos llamados.
El Papa Francisco en Christus vivit explica que Jesús nos regala una invitación a formar parte de una historia de amor que se entreteje con nuestras historias. ¿Ve así su vocación?
Totalmente. La iniciativa siempre viene de Dios. Cuando somos conscientes de que muchas cosas que tenemos no las hemos elegido, sino que se nos han dado. Por ejemplo, no elegimos dónde nacemos, ni la familia en la que crecemos, ni nuestro idioma nativo, nuestra altura o tono de voz. Reconocer si soy bajo o alto, tengo habilidad para cantar o no, tengo destreza deportiva o soy descoordinado para los deportes, todo esto que se nos viene dado son regalos de Dios. Él nos ama así y además cuenta con ello para que alcancemos la misión que ha pensado para cada uno de nosotros, para llegar al fin último de nuestra vida.
Esto implica un esfuerzo personal en diferentes áreas. Pero para dar fruto es necesario primero plantar la semilla, dejar actuar al Señor, ya que sin semilla no hay fruto. El fin de nuestra vida no lo alcanzaremos sin la ayuda de Dios, ya que es un fin más allá de lo que nuestros esfuerzos humanos pueden alcanzar. Estamos llamados a la unión íntima con Dios, a través de gran variedad de caminos que nos llevan a Él, pero para llegar a Él solo podemos hacerlo con su ayuda.
En eso consiste la historia de amor, no es algo impuesto desde fuera, sino dejar actuar a Dios en tu vida, dejar que la semilla crezca e ir correspondiendo a ese crecimiento sin cortar sus ramas. De esta forma, la vida se vuelve fascinante, siempre novedosa, con retos que impulsan a seguir adelante. Sin duda, habrá dificultades y caídas, pero precisamente contamos con la ayuda de Dios, que siempre está presente, que siempre nos ayuda a seguir adelante. Cuando lo dejamos actuar en nuestras vidas, nos damos cuenta de que no solo es que Él nos haya amado primero, sino que, además, siempre nos da más.
Que Dios nos llame personalmente y nos invite a seguirlo, ¿interpela y activa nuestra libertad o la limita?
El miedo que algunas personas pueden tener es pensar que al permitir que Dios actúe en sus vidas, ya sea en el matrimonio o en el celibato, su libertad se verá limitada. Pero en realidad, sucede todo lo contrario. Cuando uno descubre la invitación de Dios a seguirlo en cualquier estado de vida, se activa la libertad al implicar una decisión propia hacia el Bien.
Lo comparo como cuando elegimos una carrera u ocupación. Si alguien decide estudiar Medicina. y la mejor facultad de Medicina está en una universidad que solo ofrece esa carrera, no le importará que no haya ingeniería o arquitectura, porque eso no es lo que esa persona quiere estudiar. Aunque sea consciente de que la ingeniería y la arquitectura son carreras buenas y necesarias para la sociedad, no son las opciones que esa persona ha elegido. Y no porque haya elegido Medicina significa que es menos libre, sino todo lo contrario, decidió elegir Medicina porque es libre.
De manera similar, la elección de seguir a Dios, ya sea en el matrimonio o en el celibato, no limita la libertad, porque descubrimos que Él es el mayor Bien, lo mejor que podemos elegir, ya que, como mencionaba antes, sólo con su ayuda podemos llegar al fin al que estamos llamados. Es la libertad lo que nos permite elegir, y ejerciendo nuestra libertad al elegir es como nos volvemos más libres. Cuanto mejor sea el bien que elijamos, más libres seremos, y como no hay mayor bien que Dios, somos absolutamente libres cuando lo elegimos a Él.
Esta es una de las cosas que más me entusiasma compartir como sacerdote: Dios no quita, sino que siempre da más, y todos los bienes elegidos en una jerarquía correcta y de acuerdo con el camino que hemos elegido nos ayudarán a alcanzar nuestro fin último, la felicidad plena.
¿Ya tiene fecha y lugar para celebrar su primera Misa? ¿Sabe dónde irá una vez ordenado?
Celebré la Misa de Acción de Gracias por la Ordenación el 26 de mayo en la Basílica de San Apolinar en Roma. Aunque también me haría mucha ilusión poder celebrar una Misa de Acción de Gracias en Barcelona, ya que ahí fue donde conocí el Opus Dei, y en Guadalajara, mi ciudad natal. Al terminar los estudios de doctorado en Teología, iré a vivir a Estados Unidos, aunque aún no sé a qué ciudad.