Mi primer año en Rusia

Me llamo Gabi y hace un año llegue a Moscú. Allí he aprendido muchas cosas y, sobre todo, he hecho buenos amigos que me han facilitado integrarme en este gran país.

El primer día en la Plaza Roja

La Universidad Tecnológica MGTU Bauman fue fundada en 1830 por el Emperador Nicolás I, Zar de Todas las Rusias. Goza de reconocido prestigio en el mundo: de sus aulas han salido personajes como Karalyov, diseñador del primer cohete que viajó al espacio, o Shújov, considerado uno de los más importantes ingenieros europeos y que inventó la forma hiperboloide en construcciones arquitectónicas. Los edificios de la Bauman se encuentran en pleno centro de Moscú. El campus cuenta con veinticuatro facultades, sesenta y siete especialidades y ciento diecinueve departamentos. Cada día pasan por esta universidad más de dos mil seiscientos profesores y dieciocho mil estudiantes... 

 

La Universidad Tecnológica MGTU Bauman

A estos últimos me sumé yo en septiembre de 2008, cuando comencé el curso cero, que sirve de preparación para el examen de ingreso. Durante este primer año, aparte del idioma –que es precioso, y no tan difícil como algunos dicen–, estudiamos otras asignaturas como Matemáticas, Física, Informática... por supuesto, todo en ruso. 

 

En Sergev Pasad, un pueblecillo de las afueras de Moscú

Mis primeros pasos en Moscú fueron emocionantes. Al día siguiente de llegar desde Madrid conocí a Misha, que estudia cuarto de Físicas: me acompañó a la Bauman para ayudarme a formalizar la inscripción. Cuando llegamos, comprobé con horror que había olvidado en casa el pasaporte, sin el cual no se puede hacer nada, así que tuvimos que volver para recogerlo. Después de recuperar el pasaporte volvimos a la universidad, donde me esperaba otra nueva sorpresa: como Misha no era estudiante de la Bauman, no le dejaron entrar. Para completar el día, en la oficina de extranjeros nadie hablaba inglés. Todo el mundo se dirigía a mí en ruso y yo no entendía nada. Cuando ya estaban empezando a perder la paciencia conmigo, apareció una persona que hablaba castellano y me ayudó a rellenar todos los papeles.

Durante el primer mes y medio tuve un periodo intensivo de clases particulares de ruso, y después empecé el curso cero con otros doce compañeros. Por el momento, dado que se trata del curso introductorio, son todos extranjeros: de Ucrania, Moldavia, Serbia, Kirguistán... Un día, un compañero francés me dio el teléfono de otro chico de la universidad, Luis Alberto, un peruano que quería conocerme. Quedamos para comer y me contó que había llegado el año anterior para estudiar, como yo, el curso cero. Al principio no hablaba ni una palabra de ruso y no conocía a nadie. Un argentino, que se llama Roberto y llevaba algo más de tiempo en Rusia, le ayudó a hacer todos los papeles y a adaptarse, detalle que Luis agradeció muchísimo. Cuando se enteró de que a la Bauman había venido otro chico en esa situación, Luis quiso conocerme, para devolver de alguna manera el favor que le habían hecho. 

Caminando por Moscú, de fondo la catedral ortodoxa Cristo el Salvador

Me contó por qué estaba en Rusia. Al terminar el colegio en Lima, Luis comenzó a pensar dónde iba a continuar sus estudios. En su casa le dijeron que eligiera la universidad que más le gustara en cualquier lugar del mundo. Tras barajar varias opciones, se decidió por Moscú, porque cayó en la cuenta de que los mejores manuales de Física y Matemáticas que había usado estaban escritos por autores rusos, muchos de ellos profesores en la Bauman.

Luis vive en una de las residencias de la universidad, una gran torre de quince plantas frente al edificio central. Cada mañana se puede ver cómo una de las ventanas del piso más alto se abre: es Luis que se acaba de despertar y se dispone a leer el Evangelio. Curiosamente, le gusta hacerlo con la ventana abierta, cosa que, en Moscú, a veces tiene mucho mérito. También participa en los medios de formación y está encantado de haber conocido el Centro. Un sábado, después asistir a su primera meditación, mientras le acompañaba al metro me decía: 

–Yo te ayudé con los papeles y otras gestiones de la universidad, pero lo que tú has hecho hoy por mí al invitarme a la meditación y a hablar con el sacerdote... ¡No tiene ni punto de comparación! 

Otro de mis amigos es Jesús. Tiene algo más de veinte años y amplía estudios de piano en el Conservatorio Tchaikovski, uno de los mejores del mundo. Llegó a Rusia desde España hace algo más de un año. Poco antes de trasladarse aquí, una persona a la que apenas conocía, le dio el teléfono del sacerdote y le recomendó que le llamase. Jesús lo hizo así, pero como acababa de cambiar el número del teléfono, no le contestó nadie. 

Providencialmente, tiempo después, un amigo, joven director de orquesta, le contó que había estado charlando con un sacerdote del Opus Dei. Jesús llegó a la conclusión de que ése era el sacerdote del que le habían hablado, y le llamó. Estas casualidades empiezan a pasar también en Moscú. Apareció el 11 de marzo y, después de menos de dos semanas asistiendo a las meditaciones, el día 23 de ese mismo mes, antes de la Misa por el alma de don Álvaro, Jesús asistió por primera vez a un círculo de formación en el Centro de la Obra de Moscú. Se nota que don Álvaro intercede especialmente por él. 

A Valieri le conocí jugando al baloncesto en el patio de nuestra casa, porque vivía en el edificio de al lado. Valieri tiene veintiún años y sintonizamos al instante. Un día le invité a casa y, después de ver el oratorio, comenzó a pedirme casi a diario si podía venir a rezar un rato junto al Sagrario. En una ocasión, mientras le explicaba la Obra, le dejé un folleto sobre San Josemaría. A los cinco días le pregunté si le estaba gustando. Me contestó que iba ya por la segunda vuelta y que le gustaría leer más cosas sobre el fundador de la Obra, así que le dejé Camino. Le está ayudando mucho. Tiene dirección espiritual y está tratando de cambiar sus horarios de trabajo para poder participar en las meditaciones de los sábados. Aunque se ha mudado y ya no es nuestro vecino, como se ve, no hemos perdido el trato. 

A Álvaro le queda de español casi sólo el nombre. Llegó a Rusia hace unos quince años porque su padre es diplomático. Ahora tiene veintitrés y estudia Ingeniería petrolífera. Conoce la Obra desde que se empezaron a hacer los primeros viajes apostólicos a Rusia y estos últimos dos meses han supuesto un gran salto para él, pues asistió al primer curso de retiro para gente joven que se predicó a comienzos de febrero.

También tengo trato con algunos chinos, como Wan Linlin, con quien realicé mi primera excursión al Kremlin. Nos hicimos amigos rápidamente. El sábado pasado vino a la meditación y salió muy contento y agradecido. 

Está claro que hay mucha gente rezando por Rusia. El año que viene empezaré el primer curso de Robótica, lo que quiere decir que estaré constantemente con rusos, de los que espero que salgan muchos chicos que apoyen esa labor. Mientras tanto, soñamos con que nuestros amigos se acerquen más a Dios y vivan con más intensidad su fe.