Me encontré con la verdad

Mª Dolores, madrileña, madre de familia con 4 hijos, administrativa y miembro activo de la Asociación de Belenistas de Madrid, nos cuenta cómo se acercó a la fe

Por circunstancias familiares, a los tres años de edad, mis padres marcharon a Venezuela en busca de nuevas oportunidades laborales, dejándome a mí bajo la custodia de mis abuelos paternos, en este Madrid que tanto amo. A partir de esos momentos, mi vida se encauzó por una vía difícil no exenta de dolores y angustias.

A pesar de ser muy querida por mis abuelos, las carencias personales por la ausencia de mis padres fueron marcándome un carácter de fortaleza dentro de una lucha impuesta por la propia vida.

Mis padres habían llevado consigo al que entonces era mi único hermano menor… Pasados unos 6 años, mi madre vino a Madrid para que naciera el segundo de mis hermanos. El bebé nació con un problema muy difícil y tuvo que ser intervenido quirúrgicamente 9 veces en 6 meses. Pasado éste tiempo, un día, al levantarme a media noche, le encontré fallecido en tremendas circunstancias. Fue una experiencia dolorosísima.

La vida me parecía demasiado dura y no entendía muy bien dónde podría estar Dios. A los pocos meses mi madre volvió a reunirse con mi padre en Venezuela, ya que había sufrido un accidente automovilístico grave. Mi hermano quedó en casa de unos tíos y mi nuevo destino fue Francia. Viví varios años en casa de unos familiares a los que no conocía demasiado. Me volqué más en los estudios, pero seguía buscando a ese Dios. De alguna manera, comencé a sentir sensación de deuda durante los duros años que permanecí en aquel país, en soledad interior, sobre todo cuando me ingresaron para un tratamiento de choque en un hospital durante varios días por haber contraído la tuberculosis, hasta que en la revisión anual del colegio verificaron que los resultados por los que me habían diagnosticado la enfermedad correspondían a otra alumna.

Pasado el tiempo, conseguí una beca de concurso para estudiar una carrera en la Universidad de la Sorbona. Pero una vez más, las contrariedades tomaban cuerpo, y ante las dificultades para cambiar mi nacionalidad, tuve que rechazar la beca.

Mis padres fueron a recogerme a Francia y, la familia nos reunimos nuevamente en Madrid. Yo Trabajaba siete días a la semana, entregaba en casa mi sueldo íntegro y me quedaba con los extras para pagarme un sinfín de cursillos y seguir creciendo profesionalmente por mi cuenta, ya que mi familia, aún aconsejada por el abuelo, no consideraba necesarios mis estudios, puesto que “una mujer debía aspirar solamente al matrimonio”. 

Llegué a una empresa de fabricación de joyería ubicada en el mismo edificio que Talleres de Arte Granda. Ese fue mi primer y escaso contacto con personas del Opus Dei. Por motivos personales, pasado algún tiempo, decidí cambiar de empresa. 

Nuevamente el dolor se hacía presente el mismo día de mi boda. Dios permitió que, al mismo tiempo, por extrañas circunstancias, mi único hermano vivo yaciera en estado de coma…Yo me preguntaba qué sentido tan importante tendría el dolor en mi vida. 

Embarazada de mi segundo hijo —cuando el primero tenía 10 meses—, y por error médico, me provocaron indebidamente un parto que pudo terminar con nuestras vidas. Ante la gravedad de la situación, decidí aparcar mi vida profesional. Fueron 5 años de renuncias y entregas, pero nuevamente el Señor se hacía notar. 

Pasado algún tiempo decidimos buscar un colegio para nuestros hijos que aportara mayores y mejores conocimientos morales y religiosos. Tras negarnos la plaza en uno, buscamos alternativas, pidiendo consejo en una parroquia, de la que el párroco resultó ser a la vez capellán del colegio que buscábamos. Poco tiempo después, también se incorporaba al colegio nuestro tercer hijo, y tras haber dado excusas en no pocas ocasiones a algunas madres que me invitaban a participar en las actividades del colegio, decidí asistir a un retiro mensual.

No recuerdo bien los temas, pero sí al sacerdote que dirigía las meditaciones, y recuerdo también que en ese contexto, sin nada extraordinario, me encontré con la verdad. Me estaba llenando de algo desconocido y maravilloso. Decidí ponerme en la fila para confesarme. Yo no tenía ninguna práctica religiosa desde mi Comunión, así es que le dije al sacerdote: “mire, hace tanto tiempo que no me confieso que no sé cómo empezar”.

Tres meses más tarde, asistí a un curso de retiro, pero de alguna manera sentía que estaba fuera de lugar, ya que mis conocimientos ascéticos eran nulos. En el tiempo libre de reflexión, salí al campo fuera de la casa preguntándome si realmente debía seguir o interrumpir aquel curso. Fue entonces cuando el corazón me dio un vuelco, y en la mente sentí una idea que abarcaba todo el pensamiento: “Estás aquí porque Yo te he traído”. Dios me pedía una entrega completa para Él en el Opus Dei… Simplemente, no pude negarme, no quise negarme.

Siendo ya Supernumeraria y, pasados varios años, el nuevo capellán del colegio nos pidió a dos personas que restaurásemos un poco la capilla. De aquella nueva experiencia surgió la idea de incorporarme al mundo del belén (no en vano, mi cuarto hijo -una preciosa niña-, se llama Belén).

Puesto que, desde mi niñez he tenido la sensación de deuda con Dios, y posteriormente con la Obra, siento que voy completando mi puzzle personal aceptando la voluntad de Dios, pero sintiéndome siempre acompañada por Jesucristo. Por ello, al finalizar algún montaje de belén (en la Presidencia de Gobierno, la Comunidad de Madrid, el Museo de la Ciudad y tantos otros), encomiendo a todas las personas que puedan acercarse para adorar al Niño Dios. Recorro con ellos el espacio y tiempo vital mientras me encomiendo a Santa María y al Santo Patriarca José. Y recuerdo aquellas palabras de San Josemaría en la Universidad de Navarra: “Hijos míos, allí dónde están vuestros hermanos los hombres, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Es en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo e Dios y a todos los hombres”.