María y el beato Escrivá

“En cosas del amor, nadie supo tanto como María, la Madre. Y ahora que van a canonizar a Escrivá ya podemos decir que él fue un discípulo aventajado de Jesús y de Ella. Haciendo grande lo pequeño de la vida cotidiana”. Artículo publicado en el rotativo La Razón.

Siempre se ha dicho que el ya inminente santo Josemaría Escrivá tuvo un gran amor a la Virgen y que así se lo inculcó a sus hijos. El lunes me vino esto a la cabeza mientras escuchaba la presentación del libro «La fundación del Opus Dei» que hacían en Madrid su autor -John F. Coverdale- y la editorial Ariel.

Se habló de que el «carisma» de Escrivá había sido ofrecer un camino de santificación a los laicos a través de la vida ordinaria. Nadie, naturalmente, dijo que eso fuera exclusiva del Opus Dei ni tampoco que haya sido a él al primero que se le haya ocurrido. Pero no cabe duda de que esa intuición básica en el cristianismo llega con Escrivá a una de sus máximas cotas.

Entonces fue cuando me acordé de la Virgen. Justo ahí, pensé, debe estar el nudo de conexión con nuestra Madre. Porque también es sabido que María no fue, durante su vida en la tierra, ni predicadora, ni sanadora, ni gobernanta, al menos puertas afuera de su hogar. Ella era, ante todo, un ama de casa. Nada más, pero también nada menos.

María es el modelo perfecto de cómo es posible alcanzar las cotas más altas de la santidad limitándose a cumplir con el propio deber profesional, un deber que en su caso fue el de engendrar, cuidar, educar, asistir al Hijo de Dios desde la concepción hasta la muerte.

La belleza del cristianismo es precisamente ésa: no tienes que hacer cosas grandes para ser grande. Basta con que hagas por amor todo lo que haces y convertirás en grande hasta lo más pequeño, insignificante y rutinario.

El amor es la clave de todo. El amor hace útiles y valiosísimos a los ancianos y a los enfermos; el amor lleva a los políticos a jugarse incluso su carrera para defender ideas coherentes con su fe pero que no son «políticamente correctas»; el amor conduce a los empresarios a actuar con justicia y a los obreros a trabajar con responsabilidad; el amor ayuda a los novios a conocerse con el alma hasta que llega la hora del matrimonio en que se pone en común también el cuerpo; el amor nos lanza a la lucha, nos crea problemas, pero es él y sólo él el que nos purifica, nos salva.

En cosas del amor, nadie supo tanto como María, la Madre. Y ahora que van a canonizar a Escrivá ya podemos decir que él fue un discípulo aventajado de Jesús y de Ella. Haciendo grande lo pequeño de la vida cotidiana.

Santiago Martín (LA RAZON)