Homilía del Prelado en la fiesta del beato Álvaro del Portillo

No hay mayor alegría que la de vivir solo para el Señor y, con Él, servir a los demás, invitó el prelado del Opus Dei, Mons. Fernando Ocáriz, en la misa celebrada el 12 de mayo de 2025 en la basílica de San Eugenio (Roma).

 «Yo mismo buscaré mi rebaño y lo cuidaré. Como cuida un pastor de su grey dispersa, así cuidaré yo de mi rebaño» (Ez 34,11). Hemos leído en la primera lectura estas palabras del profeta Ezequiel, que bien se podrían aplicar al beato Álvaro del Portillo, cuya fiesta celebramos hoy, aniversario de su primera Comunión. Él fue un pastor que, en palabras de san Juan Pablo II, destacó por su fidelidad a la sede de Pedro.

En la oración colecta hemos pedido al Señor que nos ayude a gastarnos «humildemente en la misión salvífica de la Iglesia», del mismo modo en que hizo el beato Álvaro. Hoy, cuando la Iglesia acaba de acoger a un nuevo sucesor de Pedro, el papa León XIV, renovamos también nuestra adhesión filial –efectiva y afectiva, como siempre hemos procurado hacer– al Santo Padre, rezando por él y por sus intenciones.

«El amor al Romano Pontífice –recordaba san Josemaría– ha de ser en nosotros una hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo» (San Josemaría, Amar a la Iglesia, n. 30). El fundador del Opus Dei transmitió esta hermosa pasión al beato Álvaro y a sus hijos, quienes todos los días rezan por el Papa, pidiendo a Dios que lo cuide, lo anime, lo haga feliz y que le dé seguridad y fortaleza en las tempestades que, a veces, tiene que afrontar la barca de Pedro.

Jesús, en el Evangelio, menciona una cualidad propia del buen pastor: es alguien que «da su vida por las ovejas» (Jn 10, 11). Don Álvaro dio su vida por la Obra, sabiendo que así servía a la Iglesia, pues la única razón de ser del Opus Dei ha sido y será «servir a la Iglesia, como ella quiere ser servida» (San Josemaría, Carta 8, n. 1).

Como explicó el Papa Francisco, don Álvaro llevó a cabo ese servicio, «con un corazón despojado de interés mundano, lejos de la discordia, acogedor con todos y buscando siempre lo positivo en los demás, lo que une, lo que construye. Nunca una queja o crítica, ni siquiera en momentos especialmente difíciles» (Francisco, Carta con motivo de la beatificación de don Álvaro). También nosotros estamos llamados a vivir así. Cada uno desde su lugar: en casa, en el trabajo, entre los amigos… Todos esos ámbitos están unidos por el deseo de servir al Señor y a las personas que están a nuestro alrededor. Como recordaba el propio don Álvaro, «el mejor servicio» que podemos prestar a la Iglesia es «el esfuerzo por ser santos» (Beato Álvaro, Carta, 30-IX-1975, n. 62). Cuando buscamos santificar el trabajo bien hecho, con el deseo de dar gloria a Dios y acercar las almas a Cristo, estamos sirviendo a la Iglesia como ella quiere ser servida.

Los santos han experimentado de primera mano la frase que hemos repetido en el Salmo responsorial: quien tiene a Dios como pastor, no le falta nada (cfr. Sal 22,1). Quien se decide a seguir al Señor sabe que él lo guiará en todo momento. En este sentido, la fidelidad de don Álvaro no fue fruto de la inercia, sino del deseo de decir a Dios en cada circunstancia, pues experimentaba que no había mayor alegría que la de vivir solo para el Señor y, con Él, servir a los demás. Entendía la fidelidad como un compromiso de amor, y el amor a Dios era el sentido último de su libertad. Podemos preguntarnos si lo que inspira cada una de nuestras acciones es también el amor al Señor.

Tener a Dios como pastor no significa que nos ahorre las dificultades de la vida. Pero, como dice también el salmista: «Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan» (Sal 22,4). En esas circunstancias, Dios no deja de estar nunca a nuestro lado. «Si contásemos solo con nuestras pobres fuerzas –decía don Álvaro–, motivo tendríamos para pensar en este ideal como una utopía irrealizable: no somos superhombres, ni estamos por encima de las limitaciones humanas. Pero –si queremos–, la fortaleza de Dios actúa a través de nuestra debilidad» (Beato Álvaro, Homilía, 7-IX-1991).

Modelo de fidelidad a Dios es nuestra Madre María. A ella le pedimos que sepamos seguir el ejemplo de vida del beato Álvaro, y ponemos en sus manos nuestra filial oración por el Papa León XIV.