Guadalupe Ortiz de Landázuri, toda una mujer

Tengo para mí que Guadalupe Ortiz de Landázuri -escribe Andrés Botella Giménez- fue una auténtica pionera que supo estar en la primera línea de la aventura de la vida.

Ideal de Jaén Toda una mujer (PDF)

Muchos la podríamos haber encontrado por la calle; y nos hubiera quedado la impresión de una mujer enteramente de nuestro tiempo. A quienes la conocían, les sorprendía su agradable presencia y abierta simpatía, sentido positivo y constante buen humor (plasmados habitualmente en una acogedora y contagiosa sonrisa). Su gran atractivo humano se conjugaba con un alto nivel intelectual y académico, que en nada disminuía su sencillez. Doctora en Ciencias Químicas (su tesis obtuvo la calificación de sobresaliente cum laude) y Catedrática por oposición, ejerció la docencia e investigación con tanta brillantez y admiración de sus propios compañeros y alumnos, como cariño, orden y eficacia en el resto de otros arduos trabajos que hubo de asumir y conciliar.

Guadalupe –así se llamaba- no tuvo una vida exenta de dificultades. Nacida en 12 de diciembre de 1916, día de Ntra. Señora de Guadalupe, en Madrid. Era hija del entonces Capitán de Artillería D. Manuel Ortiz y García y de Dª Eulogia Fernández-Heredia, que habían formado una familia muy unida, en un hogar hondamente cristiano.

En 1922, su padre fue ascendido a Comandante y destinado a Larache, teniendo que vivir separado de su familia; y en 1926, fue condenado a cadena perpetua por un enfrentamiento entre la oficialidad del Cuerpo de Artillería y el Gobierno de Primo de Rivera, aunque más tarde se declararan extinguidas todas las responsabilidades al respecto. Sin embargo, en septiembre de 1936, el ya Teniente Coronel (que mandaba la Escuela de Tiro, en Madrid) fue condenado a muerte, no aceptando el indulto aprobado por el Jurado Mixto sólo para él, pero no para sus subordinados como había sido solicitado por su hijo. La muerte de D. Manuel y el comportamiento de su familia fueron realmente admirables; y no pasó desapercibida la gran serenidad de Guadalupe.

Pese a todo, en 1940, reanuda su brillante carrera universitaria, interrumpida por la guerra civil. Si bien, antes de los 20 años pensaba en el matrimonio y llegó a salir con un amigo al que dejó pronto, en 1944 y durante una misa dominical en la que estuvo distraída, sintió vivamente la cercanía de Dios. Luego se informó sobre un sacerdote que le pudiera atender, visitando a D. Josemaría Escrivá, que accedió a prestarle su asistencia espiritual; cosa que realizó con pleno respeto a su libertad y a la acción de la gracia divina, ayudándole a descubrir que el trabajo profesional y la misma vida ordinaria son lugar de encuentro con Cristo. Cumplidos los 27 años, tras unos días de retiro, solicitó la admisión en el Opus Dei.

Desde entonces su entrega a la vocación fue total y su actividad muy intensa. Se hubo de encargar de la administración de dos colegios mayores en Madrid y en Bilbao, de la dirección de una residencia de universitarias en Madrid; y en 1950, recibió el encargo de iniciar el trabajo apostólico de las mujeres del Opus Dei en México, lugar en el que también dirigió otra residencia para universitarias (a las que animó a ampliar su formación humana y cristiana, poniendo sus conocimientos al servicio de los demás); e igualmente colaboró con otras mujeres profesionales y madres de familia.

En 1956, se trasladó a Roma, volviendo a España un año después, donde fue operada de una estenosis mitral; tras de lo cual, reemprendió su actividad académica, obteniendo el Premio de Investigación Juan de la Cierva, sin dejar de atender sus tareas formativas y de dirección en la Obra.

El 16 de julio de 1975, día de la Virgen del Carmen, falleció en Pamplona con fama de santidad. Tras el correspondiente proceso diocesano, el Papa Francisco autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos a promulgar los decretos sobre las virtudes de Guadalupe y sobre el milagro atribuido a su intercesión (la curación inexplicable de Antonio Jesús Sedano), con vistas a su próxima beatificación.

Tengo para mí que Guadalupe Ortiz de Landázuri, fue una auténtica pionera que supo estar en la primera línea de la aventura de la vida, sin arredrarse ante la innovación o la dificultad, como un claro exponente de la libertad de amar, admirablemente ejercitada.

Lo que se tradujo en un constante servicio, amasado con un trabajo acabado y una amistad bien humorada, desde el gozo sereno de saberse hija de Dios: un ejemplo practicable de lo que se suele llamar toda una mujer, a los ojos de Dios y de los hombres.

Andrés Botella Giménez

Ideal de Jaén