En el santuario de Torreciudad

El visitante avanza por la extensa explanada que se explaya frente al santuario. El frío corta como una cuchilla afilada, y la oscuridad y la niebla le envuelven con un manto gélido. Lentamente, sobre la penumbra, se va dibujando el perfil achatado y difuminado del santuario oscense...

El santuario es un lugar de oración.

El visitante desciende por una leve rampa hasta la cripta, y una ola suave de calor le recibe al penetrar en la capilla de la Virgen de Guadalupe. La capilla es -ya lo hemos dicho- cálida, recoleta y silenciosa. No se encuentra en ella una mota de polvo; los bancos de madera oscura y el suelo de granito refulgen recién encerados. Todo en ella denota esmero y primoroso cuidado. Es éste un rasgo habitual en los templos que regenta el Opus Dei.

El visitante se pregunta qué ánimo habrá empujado a una treintena de personas -incluido a él mismo- a subir, desafiando al frío intenso, a la oscuridad y a la niebla, hasta el santuario. Eso mismo le pregunta al visitante el rector del templo mariano, don Javier Mora-Figueroa, con sorpresa y con una sonrisa cuando le ve.

Celebra el sacerdote la misa de seis de la tarde, en la que se inaugura el órgano de la capilla, "fabricado artesanalmente por el maestro organero holandés Eppo Rynko Ottes, uno de los mejores de Europa", asegura don Javier durante la bendición del instrumento. "El órgano ayudará a embellecer la liturgia, y es que la belleza salvará al mundo", dice, citando a Dovstoievsky.

El rector habla de la familia durante su homilía. "Juan Pablo II la ha definido como 'el lugar al que siempre se regresa'", afirma. "En este mismo santuario ocurrió algo llamativo. San Josemaría Escrivá de Balaguer quería dedicarle una capilla a la Sagrada Familia", explica. "Eligió un lugar, aquí al lado, en la cripta. Y, cuando miraron los planos del edificio, se dieron cuenta de que estaba justo debajo del altar mayor, exactamente en el centro del santuario", relata. "La familia es el centro. Es el pilar", recalca el sacerdote. Es cierto. Y, más que nunca, en estas fechas navideñas.

Miguel Mayo/ La Razón