Cittá Leonina

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

El Fundador regresa a España en agosto de 1946, para volver nuevamente a Roma el 8 de noviembre.

Un mes más tarde, en diciembre de 1946, tendrá lugar la segunda entrevista de Monseñor Escrivá de Balaguer con el Papa Pío XII. Todavía en Madrid, el Padre se ha despedido de sus hijas en el Centro de “Los Rosales” en Villaviciosa de Odón. Les ha vuelto a repetir que todo saldrá adelante si trabajan, si rezan, si son fieles a su vocación, si están alegres. Se interesa por el trabajo de cada una, por el descanso necesario, por los cuidados indispensables que deben prodigarse a pesar de la escasez en que viven durante estos años. Es una reunión entrañable. Aun cuando ninguna capte el sentido total de sus palabras, asisten a un momento histórico: el Padre se marcha para fijar definitivamente su residencia en la Ciudad Eterna. Desde ahora, Roma será el nudo central que aúne las vocaciones y oraciones de la Obra.

Una vez decidida su permanencia cerca de la Santa Sede, el Fundador llama a un puñado de sus hijas, muy pocas, para que vengan también al lugar donde pervive el corazón de la Iglesia de Jesucristo. Se ocuparán de administrar el Centro de la Obra que ya hay en Roma, en la Plaza de “Cittá Leonina”, y comenzarán su tarea apostólica con mujeres.

El 27 de diciembre de 1946 llegan, al aeropuerto de Ciampino, Encarnita Ortega, Dorita Calvo, Julia Bustillo, Dora del Hoyo y Rosalía López. Para alguna, es su primer vuelo en avión. No conocen el idioma ni el país. Allí, en el vestíbulo de llegada, reúnen el numeroso equipaje que han llevado a mano. Les han llenado los bolsos de dulces, turrón y pequeñas cosas capaces de hacer más amables las fiestas navideñas.

En el aeropuerto encuentran al Padre y don Alvaro. La alegría es formidable. El Padre les pregunta por cada una de las que han quedado en España; bromea acerca del vuelo y señala a don Alvaro la cantidad de peso que han traído a mano. La llegada a Cittá Leonina es emocionante: ¡el primer Centro de la Obra en Roma!... El Fundador está muy contento. Les habla de las futuras tareas que esperan en Italia, y ellas sienten crecer, con impaciencia, la firmeza de su vocación. «Cuando pasen los años -les dice- no os creeréis lo que habéis visto, os parecerá que habéis soñado (19).

Porque hoy, a pocas fechas del Año Nuevo romano, que se avecina frío, ante el futuro que Dios reserva a la Obra sobre el mundo, no encuentra palabras para dar gracias al Cielo. Pero, con el sentido práctico que le caracteriza, pasa a los detalles inmediatos de su instalación: aunque el piso es pequeño, dispondrán de una zona independiente; es ésta una norma que el Fundador establece, sin ninguna excepción, para todos los Centros de la Obra.

Descubre que ninguna ha comido en el avión. Traen algo de lo que les han servido durante el vuelo, pensando que podría ser más necesario a los que viven en la casa. La verdad es que en la despensa no hay casi nada. Ese mismo día todos han salido a trabajar y el Padre se ha encargado de preparar las cosas y recoger la vajilla. Así viven.

Se preocupa de que descansen y tomen algún alimento. Luego habla con ellas y les hace pasar un buen rato. Les muestra el Vaticano desde la terraza y les pide cariño y oración constante por el Papa.

Es la primera tarde en su nueva ciudad, asombrosa ciudad en la que alternan los obeliscos traídos de Egipto hasta la Roma Imperial, la belleza geométrica trazada por Miguel Angel y la graciosa anarquía de pinos, cipreses, encinas, olivos y huertas en el dintel de las vías urbanas, con las imágenes de Santa María y los sagrarios de las basílicas romanas. En días sucesivos, podrán compartir la emoción que sobrevive en la angostura de las Catacumbas. En las de San Sebastián podrán leer, sobre la pared, las invocaciones de los primeros cristianos a Pedro y a Pablo. Con la misma piedad ellas dejarán su oración, su entrega, al servicio de este navegar, frente a todo evento, de la barca de Pedro.

Empieza para ellas una nueva etapa de la aventura divina y humana, que exige abnegación y trabajo incesantes. Por las noches, habrán de salir a dormir a una residencia próxima. Italia ha encarecido a causa de una guerra todavía muy cercana. Tienen que discurrir lo indecible para estirar un dinero escaso a todas luces. Aprenden el idioma practicando por la calle.

Bajo el cuidado de todos, la casa adquiere un tono digno y acogedor. Nunca faltan unas flores naturales junto a la imagen de la Virgen, aunque se prescinda de otras cosas necesarias. Muchas personalidades, entre las que se encuentran Cardenales y Obispos, frecuentan la casa. El invierno es muy duro y el frío se hace sentir sobre este ático. No hay combustible para la calefacción. A pesar de todo, los que acuden a”Cittá Leonina” se van encantados de la cordialidad y alegría que hay en la casa. Es el Padre quien da siempre la pauta. Nunca dejará de poner sentido sobrenatural en los quehaceres cotidianos, elegancia humana y buen humor con el que sabe salpicar las situaciones más diversas. Se realiza el prodigio de encontrar una felicidad que camina por encima de las dificultades. Ese piso, perdido en la Ciudad Eterna, recoge mucho tiempo de oración, esfuerzo y ratos maravillosos de vida en familia. Aquí se siente la universalidad de la Obra, la profundidad de su espíritu y su gran amor a la Iglesia y al Papa.

Aprovechando la visita a Roma de Carmen Escrivá de Balaguer, se decide que Encarnita Ortega, acompañada por la hermana del Fundador, solicite una audiencia con el Romano Pontífice.

Don Alvaro gestionará la entrevista, con carácter privado, y él mismo las acompañará como introductor. Pasan ante las distintas guardias: la suiza, la palatina, la noble. En el salón inmediato al que utiliza el Santo Padre para la recepción hay un respetuoso silencio.

Al fin se abre la puerta y pueden besar la mano de Pío XII. Encarnita le explica que Carmen es hermana del Fundador y que ella es una de las que ha llegado a Roma para iniciar la labor en Italia. Se encomiendan a su oración, y especialmente le piden que rece por el Padre. El Papa les dice que lo viene haciendo todos los días, desde el año 1943, fecha en la que le visitó don Alvaro del Portillo: «Entonces no era sacerdote -añade- y venía con el uniforme de gala de ingenieros; en aquel encuentro, me encargó que pidiese por el Fundador del Opus Dei. Desde entonces lo hago todos los días, y tengo en mi mesilla el ejemplar de "Camino" que me regaló» (20).

Encarnita Ortega le habla del trabajo en todas sus facetas, como quicio de la santidad en la Obra; y de la secularidad de sus miembros, que son cristianos corrientes en medio del mundo.

Cuando concluye la entrevista, el Santo Padre bendice a las mujeres del Opus Dei, su trabajo, sus familias y las tareas que ocupan su esfuerzo y su corazón.

A pesar de las dificultades económicas que atraviesan, Encarnita es portadora de un sobre con un generoso donativo para cualquiera de las obras sociales a que el Pontífice quiera destinarlo.

Cae la tarde en el otoño romano, cuando el Fundador escucha, detalladamente, los incidentes del diálogo con Su Santidad, que ya ha recibido la visita y el afecto, también, de la Sección de mujeres de la Obra.