Álvaro del Portillo, maestro de vida cristiana

Simposio Internacional de Teología, Univ. de Navarra, 22-24 abril 1987

Toda reflexión sobre el laicado obliga a ir al núcleo de la verdad cristiana. Es decir, a la realidad de Cristo Jesús, que, siendo Dios de Dios y Luz de Luz, se hizo hombre para, asumiendo la condición humana, realizar la obra divina de la Redención; y a la realidad de la Iglesia, Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo, a través de la cual Jesús se hace presente a lo largo de la historia, atrayendo todas las cosas hacia Sí. Es, en efecto, desde ese núcleo central, desde donde hay que recordar a todos los cristianos -cualquiera que sea su condición, su profesión o su oficio- que son Iglesia, es decir, que son Cristo: que en ellos actúa Cristo, que a través de ellos quiere darse a conocer al resto de los hombres y ordenar hacia Sí la creación entera.

Homilia, Santuario de Torreciudad, 24 de agosto de 1988

La Santa Misa, lo sabéis bien, es la renovación incruenta del Sacrificio del Calvario. El pan y el vino que ofrecemos se convertirán en el Cuerpo, en la Sangre, en el Alma y en la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Jesús se: da como alimento, no para saciar nuestra hambre durante un día o dos, sino como Pan vivo que baja del Cielo y dura hasta la vida eterna 2. Hijos míos, ¡qué bueno es Dios, que hace este gran milagro para nosotros! Acrecentad vuestra fe, con la gracia de Dios, en el Santísimo Sacramento. Admirad la Bondad y la Omnipotencia de Dios. Amadle más, porque a Quien tanto nos ama hemos de devolverle amor por amor.

Pensad también que si Jesucristo, Señor Nuestro, realiza el milagro de convertir un trozo de pan en alimento divino para muchos, lleva a cabo también otro gran portento: convertir en enviados suyos a los hombres y a las mujeres a quienes El llama al apostolado.

Homilia, Santuario de Torreciudad, 15 agosto 1989

Hijos míos, vale la pena luchar, decir al Señor que sí; vale la pena -en este ambiente pagano en el que vivimos, y en el que por vocación divina tenemos que santificarnos y santificar a los demás-, vale la pena rechazar con decisión todo lo que nos pueda apartar de Dios, y responder afirmativamente a todo lo que nos acerque a El. El Señor nos ayudará, porque no pide imposibles. Si nos manda que seamos santos, a pesar de nuestras innegables miserias y de las dificultades del ambiente, es porque nos concede su gracia. Por lo tanto, possumus!, ¡podemos! Podemos ser santos, a pesar de nuestras miserias y pecados, porque Dios es bueno y todopoderoso, y porque tenemos por Madre a la misma Madre de Dios, a la que Jesús no puede decir que no.

Homilía, Czestochowa, 14 agosto 1991

Para llevar a cabo esta misión de cristianizar el mundo, es preciso que nos identifiquemos con Cristo, asimilando a fondo sus enseñanzas, tratando al Señor en la oración y recibiendo su gracia en los sacramentos. Porque lo que el Maestro nos pide no es difundir una ideología, sino dar al mundo un testimonio vivo, real, del Amor que Dios nos profesa. Pero no podemos ofrecer este testimonio, con la palabra y con la conducta, si no estamos plenamente identificados con Cristo, si no estamos unidos a El por la doctrina y por la gracia que nos comunica.

(…) Esta progresiva identificación con Cristo requiere una lucha por alcanzar la santidad. No lo olvidemos, sólo la santidad de vida presenta al mundo un claro testimonio de Cristo; sólo la santidad de vida es la verdadera luz que se enciende en medio de la oscuridad.

Homilía, Clínica Universitaria de Navarra, 14 febrero 1992

Queridos enfermos, y queridos parientes de los enfermos, ¿no os da consuelo ver la angustia, el dolor de la Santísima Virgen -y de San José- ante la pérdida de aquel Hijo amadísimo? ¿No os dice algo muy profundo ver que esa criatura santa e inmaculada, que fue la preferida del Altísimo, no entendía por qué el Hijo les había dejado? Lo relata San Lucas, que lo puso en la boca de María: ellos -María y José- no comprendieron la respuesta que el Niño les dio. Y sin embargo, esa respuesta, la de Jesús, es la única respuesta: ¿No sabíais -les dijo el Niño- que yo debo ocuparme en las cosas que miran al servicio de mi Padre? Jesús les remite, sencillamente, a la Voluntad de Dios, a la amabilísima Voluntad de Dios, que a El, en aquella peregrinación al Templo, le había exigido alejarse físicamente de sus padres, y más adelante le llevaría a la Cruz. La Virgen Santísima entonces no lo entendió -¡siendo quien era!-; pero su inteligencia, llena de gracia 14, se fue abriendo más y más, junto a su Hijo, al misterio del dolor, hasta terminar abrazada a El, junto a la Cruz, ofreciéndolo al Padre por nosotros. Si todos nosotros ponderamos, amamos, nos abrazamos a la Voluntad de Dios, gustaremos del sabor incomparable de estar con la Trinidad, aun en los momentos más duros.