“Amad mucho la Santa Cruz (...). Paladead en vuestra alma la necesidad que presenta nuestro mundo de recibir las gracias de la Cruz. ¡Cuántos ignoran la Santa Cruz todavía, o se afanan por no poner sus hombros, para no acogerla!
Tú y yo no nos podemos perder de ánimo ante las grandes o pequeñas desbandadas que siempre se han verificado en la historia humana, y no hemos de tolerar que se adormezca el vigor del alma con lamentos inoperantes.
Todo nuestro paso por la tierra es tiempo de testimoniar con obras el Amor Misericordioso de Cristo por todos: la luz, la paz, la novedad de vida que se inaugura con el Misterio de la Cruz.
Una vez más pido a la Virgen Santísima que nos obtenga fortaleza de fe y firmeza de amor
Esas obras han de ser, con la ayuda de la gracia, fruto de nuestra sed de almas: (…) no podemos vivir tranquilos si no trabajamos perseverantemente para pegar el fuego de Cristo a quienes nos rodean, anunciándoles que Cristo ha muerto con el fin de traernos una nueva vida a todos los hombres y mujeres.
Vamos a rezar más, vamos a querer más, vamos a trabajar más, para mostrar la grandeza de nuestra vocación cristiana con hechos, con un sí firme y constante a los requerimientos de Dios.
Una vez más pido a la Virgen Santísima que nos obtenga fortaleza de fe y firmeza de amor, para trabajar con ímpetu siempre joven, con el amor recio de personas enamoradas, en esta siembra apostólica que fertilice los campos más variados de este mundo nuestro.
No nos pueden achicar el ánimo los obstáculos que surgen ante cualquier actividad espiritual, pues hemos de recordar además que el encuentro con Cristo pasa necesariamente por la Cruz.
Recordad que también Jesús padeció contradicción, incomprensiones, sufrimientos morales y físicos, pero sabía que para vencer, para darnos la verdadera felicidad, debía entregar su Vida entera por nuestra salvación. Saboread también la certeza de que, después de la Cruz, viene la Resurrección, la victoria del poder y de la misericordia de Dios sobre nuestras pobres miserias, la alegría y la paz que esta tierra no puede dar. (…) Es la hora de animar a muchos a escoger esta nueva vida que tiene en Cristo su fuente.” (Carta, septiembre 1988, I, n. 397)