Magnanimidad y La Ley de la Superabundancia

Conferencia pronunciada por la Prof. Alice Ramos en el Congreso con motivo del Centenario de Álvaro del Portillo, en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (12-14 de marzo de 2014).

Magnanimidad y La Ley de la Superabundancia

I. Introducción: El Esplendor de una Fe vivida en el Amor

El Fundador del Opus Dei solía descirbirse como un hombre que sabía amar y esta descripción podría también aplicarse a su sucesor, Don Álvaro del Portillo, quien intentó imitar al Fundador en todo, sabiendo que al actuar así estaba siguiendo la voluntad de Dios, haciendo el Opus Dei convirtiéndose a la vez en opus Dei. Ciertamente es el amor lo que caracteriza al cristiano, ya que seguir a Cristo es amar como Él amaba, y Cristo amó hasta dar su vida en la cruz, dándose totalmente por la redención de los hombres. El amor es por lo tanto algo muy serio, ya que es el único camino hacia la verdadera felicidad. Al final de una entrevista con Peter Seewald, el Cardenal Ratzinger, ahora el Papa Emérito, dijo que lo que realmente quiere Dios de nosotros es que nos convirtamos en personas que aman, “porque así seremos imágenes suyas. [Dios] es, según nos dice San Juan, el amor mismo, y quiere que haya criaturas similares a Él y que, desde la libertad de su propio amor, se hagan semejantes a Él y pertenezcan a su compaňía y propaguen, por así decirlo, el esplendor que es Suyo.” No cabe duda de que la vida de Don Álvaro, una vida de amoroso servicio a la Iglesia, emanaba a su alrededor el esplendor de Dios. La vida de todo santo irradia la luz divina y por tanto no nos sorprende que la belleza de la vida de los santos, así como la belleza del arte cultivado por la fe, sea, según el Cardenal Ratzinger, la apología más eficaz del Cristianismo. El esplendor de la santidad es el mejor testimonio a una fe plenamente pensada, plenamente vivida, y por consiguiente no debería asombrarnos que en estos tiempos—tiempos en que la fe ha sido expulsada del ámbito público—la Iglesia haya proclamado la santidad de tantos hombres y mujeres, cuyas vidas nos pueden llevar a reflexionar sobre cómo vivimos nuestra propia fe y nos pueden además motivar a tomarnos más en serio nuestra fe. La beatificación inminente de Don Álvaro es, por así decirlo, una llamada a un examen más profundo de nuestra vida y por tanto un motivo más de agradecimiento a Dios.

II. La Superabundancia de la Generosidad se Opone a una Actitud Calculadora

Considero que la vida de Don Álvaro es un ejemplo de magnanimidad, la joya o el adorno de todas las virtudes, tal y como ha sido llamada, y de la ley de la superabundancia, término utilizado por el Cardenal Ratzinger en su libro Qué Significa Ser Cristiano. Quisiera en primer lugar explicar el sentido de esta ley de la superabundancia. Pienso que quedará claro que esta ley está íntimamente vinculada a la magnanimidad. Cristo nos dice que si nuestra justicia o rectitud no supera a la de los escribas y fariseos, no entraremos en el reino de los cielos (Mat. 5:20). El griego originario de este texto utiliza una expresión incluso más fuerte que capta más vivamente lo que en realidad Cristo quería decir; la traducción literal del texto dice que nuestra justicia o rectitud debe tener “mayor superabundancia” que la de los escribas y fariseos. Según el Cardenal Ratzinger, cuando se aplica esta noción de superabundancia a la vida cristiana, hemos de entender que el cristiano no es una persona calculadora; es más bien aquel que va más allá de lo que debe hacer para así hacer “algo extra.” El cristiano no puede contentarse en ser justo o recto o en hacer sólo lo que es correcto. “El cristiano, al contrario, es sencillamente el que persigue lo que es bueno, sin ningún tipo de cálculo.” Es generoso; se da cuenta de lo que le debe a los demás, de lo mucho que depende de la generosidad de Dios y de los demás en su vida; porque se encuentra tan endeudado se da cuenta de que nunca podrá dar un pago preciso por todo lo que ha recibido. Por consiguiente no calcula al dar, ya que no hay una suma “correcta” por lo que ha recibido y continúa recibiendo; al contrario da superabundantemente. De esta manera el cristiano evita un modo de actuar que sería meramente justo o correcto, y empieza a adoptar el modo de actuar de Dios, caracterizado por la superabundancia de la generosidad. Esta manera tan espléndida de actuar de la parte de Dios es evidente en su actividad creadora y redentora. Dios crea un universo ordenado con una multiplicidad de seres, un universo que constituye una morada propicia para el hombre, criatura tan frágil como es. Dios envía a su Hijo unigénito para que habite entre los hombres, enseňándoles con su ejemplo cómo Él mismo obra según la ley de la superabundancia, ley que es sin duda “una aplicación del principio del amor” : ejemplos como el milagro de Caná, la multiplicación de los panes, la pesca milagrosa. En el desasimiento total del Hijo en la cruz (kenosis), vemos claramente cómo Dios actúa según la ley de la superabundancia, de ese amor que, según el Cardenal Ratzinger dice, “se da él mismo.” Dios da libremente y generosamente para que sigamos su camino, que es el camino del amor. Nos llama para que “adoptemos la actitud del amante, que no calcula, sino que sencillamente ama.”

Amar, para el cristiano, significa darse generosamente como Dios se da, y esto, según el Cardenal Ratzinger, requiere “una revolución copernicana,” es decir, un cambio tal que ya no centramos el universo en el yo sino que centramos todo alrededor de Dios, para que Dios, y no el yo, sea el centro de todas las cosas. Esta revolución copernicana nos recuerda lo que San Josemaría solía decir de la necesidad de estar en la órbita de Dios y no en la órbita del yo. Ciertamente, la vida de Don Álvaro es un ejemplo de este cambio radical; era verdaderamente un hombre centrado en Dios.

III. La Magnanimidad y El Don de Sí en la Realización de Tareas Arduas

Ahora que hemos visto que la ley de la superabundancia es una manifestación de ese amor que sabe derramarse, por así decirlo, generosamente, dando el mismo yo, conviene dirigir la atención a la descripción de la virtud de la magnanimidad hecha por San Josemaría—descripción que muestra clarísimamente la relación íntima de la magnanimidad con una vida que se da, que no es calculadora, con la superabundancia de la generosidad. Nos dice San Josemaría: “Magnanimidad: ánimo grande, alma amplia en la que caben muchos. Es la fuerza que nos dispone a salir de nosotros mismos, para prepararnos a emprender obras valiosas, en beneficio de todos. No anida la estrechez en el magnánimo: no media la cicatería, ni el cálculo egoísta, ni la trapisonda interesada. El magnánimo dedica sin reservas sus fuerzas a lo que vale la pena; por eso es capaz de entregarse él mismo. No se conforma con dar: se da. Y logra entender entonces la mayor muestra de magnanimidad: darse a Dios.” Los que conocieron a Don Álvaro o los que han leído su biografía se dan cuenta de que esta descripción de la magnanimidad caracteriza perfectamente su vida; él sabía darse generosamente en el servicio a las almas, no pensaba en su comodidad, en los honores o éxitos de este mundo, ya que como dijo en alguna ocasión el Papa Emérito: “Los caminos del Seňor no son cómodos. Pero no hemos sido creados para la comodidad, sino para la grandeza.” Sólo el hombre magnánimo, de gran espíritu, busca la grandeza en proporción a su capacidad y según los talentos que ha recibido de Dios; esta búsqueda de la grandeza significa simplemente el deseo sincero de dar lo mejor de sí para que Dios nos pueda utilizar y así hacer maravillas. Don Álvaro puso sus muchos talentos a la disposición de Dios para la gloria de Dios, gastando su vida generosamente para que Cristo reinase.

Podemos ver además en la descripción de la magnanimidad que nos da San Josemaría algunos de los elementos que el mismo Santo Tomás de Aquino anota en su propia explicación de esta virtud y que pueden aplicarse a Don Álvaro. En primer lugar, es importante notar que la magnanimidad es parte de la virtud de la fortaleza, la virtud que nos permite perseguir el bien a pesar de las dificultades y tribulaciones que el bien puede conllevar. Como dice Santo Tomás, “La magnanimidad por su mismo nombre denota un extenderse de la mente a cosas grandes o difíciles.” Aunque es verdad que la magnanimidad concierne el honor, el hombre magnánimo no piensa mucho en el honor que le otorgan los hombres, sino más bien “intenta hacer aquello que merece el honor.” Tal vez el honor más grande que le fue otorgado a Don Álvaro durante su vida fue el de ser nombrado obispo, y sin embargo éste no fue un honor que persiguió para sí mismo o por el cual rezó; de hecho, pensó que este honor, que es acorde con la naturaleza constitucional del Opus Dei en la Iglesia, sería para su sucesor. No veía su elevación al obispado—a la plenitud del sacramento del sacerdocio—como un premio por sus muchos aňos de servicio a la Iglesia o como reconocimiento de sus muchos méritos y talentos; lo veía más bien como una efusión del Espíritu Santo, como “un gran don de Dios,” al que hiciera cabeza en la Obra, fuere quien fuere, y a la Obra misma. Por su profunda humildad, inicialmente no quiso aceptar este honor; sólo después de algún tiempo se dio cuenta de que este honor sería para el beneficio de toda la Iglesia y para la consolidación eclesial de la Obra como prelatura, y por consiguiente, aceptó con júbilo este honor, no por sí mismo sino por la prelatura y por la Iglesia.

Puede parecer que la humildad y la magnanimidad sean virtudes que se opongan una a la otra; sin embargo no es así, y la vida de Don Álvaro da testimonio de ello. Su trabajo incansable en pos de la solución jurídica apropiada para el Opus Dei como prelatura personal es evidencia por un lado de su magnanimidad—de la entrega de su mente y de su corazón a una tarea ardua en beneficio de la Obra y de la Iglesia—y por otro lado de su humildad, de saberse instrumento en manos de Dios. A pesar de lo difícil que fue llevar acabo la intención especial, es decir, la constitución del Opus Dei en prelatura personal—intención por la cual San Josemaría había rezado y dado su vida, Don Álvaro tuvo esa “firmeza de mente” que caracteriza al hombre que tiene fortaleza y que también caracteriza al hombre magnánimo que espera alcanzar grandes bienes, no sólo por sí mismo sino más bien para el beneficio de todos. Él se daba cuenta ciertamente de que con la gracia de Dios lo imposible podía emprenderse y realizarse. Y por esta razón su humildad le llevaba a pedirle ayuda a Dios rezando él mismo, pero también pidiéndoles a sus hijas y a sus hijos en el Opus Dei que rezaran incesantemente por la intención especial. Según Santo Tomás, “Todo hombre necesita, en primer lugar, la ayuda divina, y en segundo lugar . . . la ayuda humana. . . . Por consiguiente, le pertenece al hombre magnánimo tener confianza en los demás.” Y efectivamente, Don Álvaro confiaba en las oraciones de sus hijas e hijos espirituales y sobre todo confiaba en Dios, sabiendo que si el hacía lo humanamente posible, Dios haría lo demás. Esta confianza que Don Álvaro tenía le pertenece a la virtud de la magnanimidad, ya que si según dice Santo Tomás, “la magnanimidad concierne especialmente la esperanza de realizar algo difícil,” entonces la confianza denota que “el hombre experimenta la esperanza porque cree en la palabra del que promete ayudarle.” Don Álvaro creía firmemente que sus hijas y sus hijos en la Obra le apoyarían con sus oraciones y además creía que con Dios todas las cosas se podían llevar a cabo porque para Dios no hay imposibles. La firmeza de su fe en Dios nutría su esperanza y también su magnanimidad.

IV. Conclusión

Como el tiempo apremia, quiero concluir diciendo que un estudio de lo que dice Santo Tomás acerca de la magnanimidad y de su relación con otras virtudes como la fortaleza, la humildad, la esperanza, la serenidad, y también con los dones del Espíritu Santo, nos revelaría cómo en la vida de Don Álvaro y en las arduas tareas que llevó a cabo, como la solución jurídica de la Obra y la beatificación del Fundador, junto a tantos otros ejemplos tal vez menos lucidos de su vida en servicio a la Obra y a la Iglesia, irradian el esplendor de las virtudes morales y teológicas y cómo se pone de manifiesto la “grandeza de ánimo” (magna anima) de Don Álvaro y una vida vivida según la ley de la superabundancia.

Alice Ramos

St. John’s University

Queens, New York 11439

ramosa@stjohns.edu

Conferencia pronunciada por la Prof. Alice Ramos en el Congreso con motivo del Centenario de Álvaro del Portillo, en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz (12-14 de marzo de 2014).

- ESC - Edizioni Santa Croce.

1.- Las virtudes son por supuesto el camino verdadero a la felicidad, pero es interesante notar que tanto San Agustín como Santo Tomás hablan de las virtudes en términos del amor, es decir, en términos del ordenamiento de nuestros amores. Por lo tanto, la persona virtuosa es la que sabe amar.

2.- Cardenal Joseph Ratzinger, Salt of the Earth (San Francisco: Ignatius Press, 1997), p. 283.

3.- Citado en John Saward, The Beauty of Holiness and the Holiness of Beauty (San Francisco: Ignatius Press, 1997), p. 8.

4.- Juan Pablo II beatificó a 1,340 personas y canonizó a 483 santos, mucho más que el número combinado de sus predecesores en los cinco siglos anteriores a su pontificado.

5.- See Summa Theologiae II-II, q. 129, a. 4, obj. 3. Hereafter cited as ST. See also Josef Pieper, Faith, Hope, Love (San Francisco: Ignatius Press, 1997), p. 101.

6.- Cardenal Joseph Ratzinger, What It Means to Be a Christian, tr. Henry Taylor (San Francisco: Ignatius Press, 2006), p. 78.

7.- Ibid.

8.- Ibid., pp. 78-79.

9.- Ibid., p. 80.

10.- Ibid., p. 83.

11.- Ibid., p. 82.

12.- Ibid., pp. 70-71.

13.- St. Josemaría Escrivá de Balaguer, Friends of God, no. 80 (London: Scepter Publishers, 1981).

14.- Citado en Edward P. Sri, “Called to Greatness: The Virtue of Magnanimity,” in Lay Witness (November/December 2009).

15.- Ibid.

16.- Es intereante notar que el sello episcopal de Don Alvaro llevaba las palabras Regnare Christum volumus.

17.- Mi intención aquí es seguir lo que dice Santo Tomás en los varios artículos de la cuestión 129 en la ST II-II, donde habla de la virtud de la magnanimidad, y ver como esto puede aplicarse a la vida y a las acciones de Don Álvaro.

18.- ST II, q. 129, a. 1, resp. El énfasis es mío. Estas palabras dan eco a la descripción de la magnanimidad escrita por San Josemaría; éste iguala esta virtud a la “grandeza de espíritu” y a la “generosidad de corazón” y la opone a la pusilanimidad y a la actitud calculadora.

19.- ST II-II, q. 129, a. 1, ad 3.

20.- Álvaro Del Portillo, “Palabras pronunciadas en una tertulia familiar,” 8-XII-1990 (AGP, series B.1.4, T-901208), citadas en Javier Medina Bayo, Álvaro Del Portillo: Un hombre fiel (Madrid: Rialp, 2013), p. 638.

21.- Álvaro Del Portillo, “Palabras pronunciadas en una tertulia familiar,” AGP, Biblioteca, P01, 1990, 1270, citadas en Javier Medina Bayo, Álvaro Del Portillo: Un hombre fiel, p. 639.

22.- Javier Medina Bayo, Álvaro Del Portillo: Un hombre fiel, pp. 647-649.

23.- ST II-II, q. 129, a. 5, resp.

24.- San Josemaría Escrivá de Balaguer, The Forge (New York, London: Scepter Publishers, 1987), no. 216: “With God’s grace, you have to tackle and carry out the impossible . . . because anybody can do what is possible.”

25.- ST II-II, q. 129, a. 6, ad 1.

26.- ST II-II, q. 129, a. 6, resp.