“Os invito, una vez más, a levantar el corazón a Dios en acciones de gracias por esa inefable manifestación de su misericordia que es el Sacramento de la Penitencia. (…)
Hijos míos sacerdotes, mantened siempre vuestra plena disponibilidad para administrar, in persona Christi, el Sacramento del perdón; y acudamos siempre, todas y todos, con renovado amor -¡con dolor de amor!- a esa fuente de la misericordia divina, que nos purifica y nos fortalece (…) en esta hermosísima guerra de amor y de paz (…), en la que ocupa un lugar de importancia el apostolado de la Confesión. (…) Sigámonos esforzando, si cabe aún con mayor empeño, en ayudar a que muchas personas se acerquen al sacramento de la Penitencia: así prestamos el mejor servicio que necesitan tantas y tantos.
Deseo, con esta Carta, exhortaros y exhortarme, a tratar siempre con la mayor delicadeza posible todo lo que se refiere a este sacramento.” (Carta, 5 de abril de 1991, III, n. 133)