Durante los últimos años de su vida, Encarnita Ortega promovió Encuentros con la Moda, una actividad orientada a dar a conocer la dimensión más profunda de los valores estéticos. Desde 1980 padecía un cáncer, que entró en fase terminal en los años noventa. ¿Qué veía en el fenómeno de la “moda” para dedicarle unas energías ya muy desgastadas? Un camino de amor a Dios y de apostolado, como aprendió de San Josemaría, desde que le conoció en la primavera de 1941. Recordaba unas palabras del fundador del Opus Dei, cuando unas personas alabaron el buen gusto de una casa y les respondió que lo que algunos denominan buen gusto, nosotros lo llamamos amor de Dios, porque las cosas de Dios no tienen por qué ser tristes o ñoñas, sino bonitas y alegres.
El amor de Dios llenó la vida de Encarnita y fue el motor de su trabajo.
El amor de Dios llenó la vida de Encarnita y fue el motor de su trabajo. Lo contagiaba a quien pasaba por su lado, con su personalidad sencilla, alegre y a la vez profunda. Le gustaba mucho la palabra “imagen”, término que hoy se utiliza con frecuencia, y que tiene hondas resonancias[1] . Valoraba la imagen externa, pero más aún la imagen radical de hijo de Dios impresa en cada persona. En los Encuentros con la Moda participaron profesionales de todas las áreas relacionadas con esta materia: empresarios, periodistas, diseñadores, artistas, antropólogos, humanistas... Encarnita deseaba que quienes se dedicaban a esta profesión, o quienes la observaban de cerca, descubrieran que la belleza es algo fundamental, porque dignifica a la persona y aleja la posibilidad de degradarla.
Iba más allá y consideraba que la belleza repercute en ámbitos como el de las relaciones familiares y alentaba a los padres a educar a sus hijos en virtudes que hacen de la familia un lugar armónico y de bienestar. La elegancia no es capricho, ni ostentación. Radica también en la sencillez de admitir un consejo, en el buen uso de los bienes, en la admiración de las cualidades ajenas. Esas virtudes cristianas enriquecen a la persona y facilitan un entorno feliz. Sabía dar ideas ágiles y prácticas, como comentó a una persona que iba a intervenir en esas Jornadas: “Diles que la sonrisa es una terapia imponente para el cutis; relaja todos los músculos de la cara”.
La elegancia no es capricho, ni ostentación.
En 1993 publicó un pequeño libro titulado La moda. ¿La conoces en toda su dimensión?, con la finalidad que muestra ya en las primeras palabras: “Me propongo en estas páginas recoger ideas lanzadas por auténticos especialistas en el campo de la moda, o por personas que tienen un claro conocimiento del ser humano y que saben que su imagen externa es como el espejo de la riqueza o pobreza que existe en la mente y el corazón de los hombres. Querría presentar la moda, no como algo frívolo, que vemos pasar ante nuestros ojos, sino como una realidad cultural, económica, moral, artística, que refleja la historia del momento y la personalidad de los que la crean y de los que la adoptan. Se le pide un gran prodigio a la moda: que adorne el cuerpo, pero que sea capaz de expresar la grandeza del alma. Darle esa grandiosa dimensión es la finalidad de cada una de las líneas que componen este trabajo” [2].
[1] “Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó” (Gen 1, 27).
[2] La moda. ¿La conoces en toda su dimensión?, Gijón 1993, p. 13.