El camino hacia la fe: desde el Camino de Santiago hasta Singapur

Reproducimos el testimonio de conversión al catolicismo de Cuiwen, una mujer de Singapur cuyo camino de fe atravesó varios credos, un viaje para hacer el Camino de Santiago y el libro Camino, del fundador del Opus Dei.

Soy Cuiwen, vivo en Singapur y llevo siete años felizmente casada. Junto a mi esposo, formamos una familia con nuestros dos hijos. Sin embargo, el camino hasta aquí no ha sido fácil: en mi vida he enfrentado momentos de desencuentro y dificultad que no siempre fueron sencillos de superar.

En mi juventud, asistía a una iglesia bautista. Allí había un gran énfasis en el estudio de la Biblia, y yo iba todos los domingos más por rutina que por una verdadera búsqueda de Dios. En ese momento, mi fe estaba motivada en parte por el deseo de agradar a mis padres y ser una buena hija.

Creía que si buscaba a Dios y le obedecía, lo encontraría y cumpliría su voluntad para mí. Con 16 años, realicé un curso de preparación y me bauticé. Sin embargo, no estaba segura de haber aceptado plenamente a Dios en mi corazón. Poco después me alejé de la iglesia.

Un nuevo horizonte inesperado

Las cosas cambiaron en el colegio preuniversitario, cuando conocí a Wei Lian. Nos hicimos muy amigas porque vivíamos cerca y compartíamos el mismo programa de arte. Fue ella quien me presentó por primera vez la fe católica. Cuando empezó a formar parte del Opus Dei me invitó en varias ocasiones a clases de doctrina y meditaciones. 

Fue entonces cuando tuve mi primer contacto con católicos que eran muy amables y felices de responder mis preguntas. Hasta ese momento, mi experiencia con católicos había sido distante: percibía la Misa como llena de “añadidos” rituales y devociones a los santos, lo que me generaba rechazo. Con el tiempo, pude descubrir y apreciar la riqueza de la fe y la belleza de la Misa.

Servir a otros, descubrir a Dios

 En diciembre de 2013, participé en un viaje misionero a Vietnam organizado por Hillcrest, un centro del Opus Dei para jóvenes en Singapur. Fue mi primera experiencia de misión en el extranjero y una oportunidad de servicio en un país en desarrollo. 

En ese momento, me centraba sobre todo en el trabajo y no en mi vida espiritual. El viaje coincidió justo con una transición laboral, y sentí que podía ofrecer mi tiempo y energía a los demás. Allí conocí a Carmen, quien organizaba el viaje y me pareció siempre amable y abierta a compartir su fe.

Aunque entonces no sentía una llamada espiritual ni imaginaba mi futura conversión, me impactó el testimonio de la fe católica vivida con generosidad. El sacerdote del pueblo conocía a todos los habitantes y se preocupaba con acciones concretas por mejorar la vida de los más necesitados. 

Viaje de misión a Vietnam. El hombre en la foto es el sacerdote del pueblo

También me impresionaron los traductores vietnamitas, que acogían a los ancianos y pobres con gran calidez, y las voluntarias de Hillcrest, siempre alegres y entusiastas. Todo ello me hizo sentir de manera especial la presencia real de Dios en la vida cotidiana de esos católicos que rezaban y asistían a Misa cada día.

Después de ese viaje, empecé a trabajar en el área de salud mental dentro del sector de los servicios sociales. Una colega me invitó a una iglesia metodista, y allí comencé a sentir el deseo de acercarme más a Dios. Me sentía acogida y en comunidad, muy distinto de mi experiencia anterior. También me uní a un curso de estudio bíblico de un año para profundizar en mi fe. 

Pensaba que quizás no había leído lo suficiente la Biblia como para entender la voluntad de Dios para mí. A través de la convivencia y las actividades de servicio, como visitas a residencias de ancianos, descubrí un crecimiento espiritual que superaba lo que había vivido anteriormente.

Caer en el camino para volver a empezar

Sin embargo, no fue hasta finales de mayo de 2015, cuando estaba a mitad del curso bíblico y llevaba un año en mi nuevo trabajo, que empecé a sentirme agotada tras haberme volcado tanto en mi labor. Mi amiga Wei Lian me contó que iba a hacer el Camino de Santiago por segunda vez con Carmen, y me invitó a unirme. Acepté. Esta vez el grupo era pequeño, y yo era la única persona no católica.

Al principio, me sentí entusiasmada por la experiencia de ser peregrina, pasar tiempo en la naturaleza, disfrutar del silencio con Dios y del buen ambiente entre los caminantes. Pero con el paso de los días, me fui sintiendo incómoda por ser la única que no rezaba el rosario ni conocía las historias “a la manera católica”. Para evitar sentirme fuera de lugar, empecé a caminar rápido y sola.

Sin embargo, las cosas no salieron como esperaba. Al tercer día, caí enferma. Tenía fiebre y me sentía muy débil. Mis compañeras vieron que no podía continuar y me ayudaron mucho: llamaron a un coche, y Joanna me acompañó al siguiente pueblo. Mientras ardía en fiebre en el albergue, me sentía débil y enfadada con Dios. Me preguntaba por qué me había llevado a ese viaje para sufrir, si lo único que quería era estar con Él.

Solo podía llegar a una conclusión: Dios quería decirme algo. No podía imaginar a un Dios malvado que se alegrara con mi sufrimiento. Al repasar los días anteriores, comprendí que, aunque mis compañeras habían sido amables, yo había mantenido una actitud cortés pero distante. 

A partir de ese momento decidí cambiar: aprendí a rezar el rosario, y comenzamos a leer turnándonos fragmentos de Camino, de san Josemaría

Reflexioné sobre mi actitud habitual ante la vida y ante Dios, y empecé a ver similitudes con cómo había empezado el Camino de Santiago. Le recé a Dios para que me mostrara la verdad: ¿cómo debía vivir mi fe?

Amar a Dios como Él quiere ser amado

Fue en una pequeña capilla, cerca del final del Camino, donde vi una imagen de Jesús. Por primera vez, recé ante una imagen suya y le pregunté si ese era el camino al que me llamaba, y si era así, que me explicara de qué se trataba todo eso. 

En ese momento, una amiga se me acercó y me dijo que aquella imagen era del Sagrado Corazón de Jesús, y que recordaba una oración escrita por una religiosa francesa. Solo al volver a Singapur comprendí la respuesta de Jesús. 

Después de asistir a Misa diaria en España, decidí ir a Misa también en Singapur. Fue un viernes, en la Iglesia de san José, donde escuché la oración al Sagrado Corazón de Jesús. Me conmovieron profundamente las palabras: “Jesús, ayúdame a amarte más”. En ese instante entendí que siempre me había acercado a Dios con mis problemas y necesidades, pero nunca le había pedido que me enseñara cómo amarle más.

Mi camino a la plenitud de la fe

En ese momento, Wei Lian estaba acompañando a otra amiga, Janelle, que vivía en Jurong, en su camino de iniciación cristiana (RCIA). Su proceso de confirmación fue bien. 

El mayor obstáculo que tuve que superar fue la ira de mi madre, pero gracias a la gracia de Dios, que me dio firmeza y dulzura, pude ser recibida plenamente en la Iglesia católica en la Pascua de 2016.

El día de la profesión de fe como católica

Hoy doy gracias a Dios por cómo me ha seguido bendiciendo todos estos años. Conocí a mi esposo, un antiguo protestante que también se convirtió al catolicismo en 2020, y dos años más tarde descubrí mi vocación como supernumeraria del Opus Dei, mientras que mi esposo se hizo cooperador poco después y actualmente participa en las actividades de formación.

Antes de casarnos, participé en dos viajes misioneros a Cebú, y actualmente doy clases de formación a un grupo de amigas y cooperadoras.

Cuiwen junto a su esposo, Gerard y Joan

 En 2023 fuimos bendecidos con el nacimiento de nuestro primer hijo, Gerard, y en 2025, con nuestra hija, Joan, justo en la solemnidad de la Asunción. Ese día, sentí como si la Virgen me recordara su cercanía. La experiencia de la maternidad ha sido hermosa, aunque no exenta de desafíos, especialmente por la ausencia de mi madre.

En estos años de camino hacia la fe, he aprendido a reconocer a Dios a través del silencio, la reflexión y el servicio a los demás,  y su presencia en el día a día con mayor profundidad. Estoy especialmente agradecida por el apoyo y la formación del Opus Dei, que nos ayuda a educar a nuestros hijos en la fe y me ha inspirado a ser una mejor esposa, madre, hija y amiga.