Un mundo bajo la estación de tren

Los martes por la noche, algunos estudiantes de la Residencia Universitaria RUI (Roma) acuden a la estación Ostiense de la capital italiana para dar de comer a los mendigos que viven allí.

Cada día, en Roma, centenares de sintecho tienen dificultades para encontrar algo que comer. Para aliviar esta necesidad, algunos residentes de la RUI dejan los libros por unas horas y acuden a colaborar con una asociación de voluntarios.

Cuando empieza a hacerse de noche, se citan con otros voluntarios más expertos en la puerta de la estación. Allí reciben las consignas del día y se distribuyen el trabajo.

Normalmente, las tareas se dividen en dos partes: primero, por parejas, se lleva la comida (un primer y segundo plato, dos bocadillos y fruta) a las personas que se acercan a cenar. Luego, cuando han terminado, se sientan con ellos y charlan sobre sus vidas, sus problemas... Es el momento de escuchar historias increíbles: viajes intercontinentales para escapar de una guerra, peleas con familiares, situaciones absurdas que complican una vida...

Las primeras veces que los estudiantes de la RUI acudieron a la estación, les parecía entrar en un mundo diverso y nuevo. Uno de los voluntarios, explica: "Con el tiempo, comprendes que la vida les ha llevado allí, que nosotros podríamos ser ellos. De ese modo, no los ves como alguien completamente ajeno a tu vida, los ves como personas cercanas, con muchas cosas en común".

"Entiendes que ese es su mundo, que no están allí de paso, sino que viven en esos pasillos, en ese ambiente"

Llevar los platos y bocadillos a los subterráneos de la estación es una experiencia única. "Entiendes que ese es su mundo, que no están allí de paso, sino que viven en esos pasillos, en ese ambiente", dice uno de los estudiantes.

Cuando llegan los universitarios, algunos de los sintecho se alegran mucho y acuden a saludarles. Para ellos, desaparece por unas horas la soledad y disfrutan de esa amistad. Les hablan de su tierra de origen, de esa hija que seguramente se habrá ya casado con un buen hombre, sobre un trabajo que hacían hace años, o de aquellos amigos que perdieron tiempo atrás...

Se alarga la velada haciendo bromas, o aprendiendo algunas palabras del idioma del sintecho con el que compartes cena, o contando chistes...

"No tiene que ser fácil para ellos contar algunos episodios de su vida, traer memorias, confiarnos recuerdos de familia... y, sin embargo, lo hacen. Nos entregan un poco de su experiencia, y creo que este es su regalo más valioso. Su optimismo, sus ganas de vivir, es la "cena" que ellos nos preparan a nosotros".

Pietro Vorini